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Escrito por administrador   
Martes, 30 de Noviembre de 1999 01:00
Voy a cambiar de chip, porque no sólo son inútiles mis últimas reflexiones sobre la paz o la esperanza, sino porque creo que no interesan a nadie. Ni el terrorismo es preocupación del común de los vecinos, ni posiblemente importe a nadie preguntarse por un código de conducta que priorice criterios o valores.

Qué puede afectarnos que los jueces se salten a la torera el derecho fundamental al juez predeterminado por la ley para decidir en el caso de Chaos —una simple disquisición jurídica entre juristas del más alto rango— cuando los espectadores de este circo no sabemos más que resucitar veinte muertes —ya juzgadas y expurgadas— para el debido castigo del culpable que no es capaz de arrepentirse y encima amenaza a policías y jueces. Qué importa que también resucitemos el debate sobre la España rota por un Estatuto, si lo bonito es escenificar las peleas entre los doce sabios más sabios de la nación, que un día dicen digo y meses después dicen diego para quitarse de en medio al compañero políticamente incorrecto. Tampoco merece la pena insistir en el referéndum, fracaso de una izquierda anquilosada que no es capaz de movilizar a sus incondicionales y de una derecha de doble lenguaje, que saluda como un triunfo el fiasco de su propuesta.

Lo dicho, de ahora en adelante, sólo me ocuparé de lo único que a nosotros nos mantiene vivos. Nuestras perpetuas fiestas, verbenas y folklores mil. Siempre estamos de Carnaval en nuestro Jaén, y al calendario festivo me remito. Iniciamos el año con los estertores de las fiestas navideñas y cuando apenas nos hemos quitado los papelillos y nos hemos curado de los coscorrones de la generosa caramelada de sus Majestades, nos damos de bruces, a la luz de las antorchas, con la Carrera de San Antón, las palomitas y las calabazas, para entrar de lleno en el Carnaval y poner fin al mismo con el entierro de la sardina, con tiempo para una escapadita a Cádiz. Trompetas y tambores desde octubre y Novenas y Triduos Cofradieros, presagian la venida de la Semana Santa que merece capitulo aparte. Nada más terminar, ya que no hay quien resista tanta orfandad, una visita a la Feria de Abril. Como no somos egocéntricos, mandamos nuestras cofradías a la Virgen de Andújar y a la de Almonte. Y, en seguida, las fiestas de San Ildefonso y la Virgen de la Capilla, con atracciones y cohetada final. En el verano hay que descansar, por eso nos conformamos con quince pequeñas Fiestas de Barrio, que nos entretienen hasta finales de Agosto, cuando empezamos con las de nuestros pueblos, a los que es obligado desplazarse. Y sin que te enteres, se nos viene San Lucas, que ni deja abrir la Universidad. Y luego, Halloween, Todos los Santos y los Difuntos, con sus calabazas, gachas, azamboas. Para no romper el tiempo de digestión, empezamos a comernos el turrón en los primeros días de diciembre, antes de que por la Pura empecemos con la recogida de la aceituna y sus fiestas nocturnas a la luz del candil. Y, sin darnos cuenta, llega la Navidad y los esperpentos que le acompañan: comilonas, luces de neón, Santa Claus... Y vuelta a empezar: pan y circo. Como se aprecia claramente, esto es lo nuestro, esto es lo que nos mantiene vivos. ¡Vivan las caenas!, que gritaban al inicio de la contemporaneidad.