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Aquí nunca pasa nada PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Viernes, 15 de Diciembre de 2006 14:58
Vivimos de una forma atolondrada, sin que nada nos importe ni nos inquiete en demasía. Decía Carlos Amigo que, en la búsqueda de la verdad, del bien común, del bienestar y hasta de la paz, da la impresión de que más que el deseo sincero y eficaz, lo que domina es un apasionamiento tal que se puede conseguir, a cualquier precio, y por los medios que fuere, el objetivo inmediato de lo que se pretende.

Y es que, aquí nunca pasa nada, pese a las barbaridades que soportamos, un día sí y otro también, ya sea en la vida pública o política, como en la más cercana o vecinal.

Por poner un ejemplo: Es el caso del tema de las atrocidades urbanísticas, en donde todo se reduce a vanos lamentos y, en todo caso, a echarle el muerto al contrario político. Aquí ningún responsable político asume su responsabilidad y el problema no es que se cometan fechorías de todo tipo, sino que aquí nunca pasa nada, nadie dimite, nada hace dimitir y nadie se sonroja nunca… honorable estulticia, que diría Juan Espejo. Desde una perspectiva que nos resulta más cercana, por cotidiana, pensemos en lo que ahora se llama violencia de género. Es noticia recurrente este tipo de acontecimiento luctuoso: Una joven, o no tan joven, —y van no se cuantas en nuestra provincia y otras muchas en España ha sido muerta por su pareja. Y el asunto es incomprensible en nuestros días de pretendida libertad de la mujer. Me acuerdo de un artículo que me publicó la Revista de la Universidad de Málaga, que versaba sobre ese mito universal de la mujer libre. Se titulaba Carmen en Gaucín y, dejando aparte el motivo principal del mismo, que era situar a mi pueblo como el lugar de nacimiento de nuestra heroína, es lo cierto que sería preciso más de una Carmen que supiera afirmar sus ansias de libertad, más allá del folklore de su muerte. Mujeres que recogieran la antorcha de Carmen y gritaran, como en la célebre Habanera, “el amor es un pájaro rebelde”, mostrando sus ansias de independencia, su insobornable querencia a la vida, su repulsa al sometimiento machista… Ya no sé que es peor, si asustarme a diario del nuevo acto criminal o estremecerme del conformismo que tenemos ante estos y otros hechos de nuestra sociedad. Y es que hay otras muestras de nuestras incertidumbres diarias. Antes he citado el caso de la pareja, porque no se sabe o no se puede decir de otra manera y es aventurado llamar esposo, novio, padre, al que convive bajo un mismo techo con una mujer. Esto es lo que queda de la familia tradicional. Otro tanto sucede con el sentimiento religioso, que hasta avergüenza citarlo, aunque estoy seguro de que lo hay, pues somos personas ligadas o religadas por naturaleza. Ya pasamos de todo. O quizá es que nosotros estamos pasando a la historia, con el haz de nuestras viejas creencias, de nuestras ajadas esperanzas. El problema está, como es evidente, en nuestra actitud ante estos sucesos, en nuestras reacciones. Lo peor de todo es nuestra pasividad ante esta dejadez. Pero, todavía, hay lugar para la rebeldía. El mundo nos llama inexcusablemente y debemos responder a la llamada apremiante con nuestro esfuerzo, sabiendo que, aunque las olas de la tormenta amenacen nuestra travesía, esta llegará a buen puerto.