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El miedo que nos mueve PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Viernes, 06 de Octubre de 2006 17:11

Yo no sé por qué no estoy más delgado, pues el miedo que tengo a que me vean comer algo que me está prohibido, me ata y rara vez me extralimito en mis innatas e insaciables apetencias. La verdad es que, de vez en cuando, algo cae como quien no quiere la cosa. Viene a cuento esta tonta y, por lo demás, obsesiva disquisición, porque me parece que nos movemos en la vida a impulso de miedos, más o menos soterrados, pero, a fin de cuentas, miedos que actúan como acicates en nuestro esquema orgánico de supervivencia. Desde el miedo a morir de hambre que nos lleva a buscar el sustento, mediante el trabajo o sus sucedáneos, hasta el simple miedo a quedarme sin ver el partido de fútbol o la película de turno, que me hace correr a la taquilla para no quedarme sin entradas. En principio, el miedo resulta algo normal, es un modo de adaptación necesario, es como una herramienta de autoprotección ante el mundo hostil que nos rodea. Vivimos rodeados de miedos genéricos y no perceptibles, desde que nacemos: miedo al padre, al maestro, a la autoridad, a los acontecimientos que nos envuelven, a la vida en general; y que son necesarios, siempre que no coarten de forma excesiva nuestra personalidad. Lo que ya no es normal, es el miedo que nos quieren meter los agoreros de la catástrofe. Como recientemente vemos y soportamos. Por ejemplo, la señora directora de la Ópera de Berlín, muy alemana ella, aunque guapa y elegante, que ha ordenado retirar del escenario una obra de Mozart por miedo a que los musulmanes (supongo que los fanáticos) tomaran represalias y que ha dado lugar a que Merkel, la directora del otro cotarro, haya tenido que reconocer que la autocensura por miedo es insoportable. Por ejemplo, el señor Bush haciéndose perdonar por su Congreso una impresentable ley que permite interrogatorios ante tribunales militares, al más puro estilo nazi o estalinista, por miedo a futuros y eventuales actos de terrorismo. O logrando que el Senado de EE UU le apruebe la construcción de un muro doble (de seguridad y de miedo) en la frontera con México para atajar el flujo de inmigrantes indocumentados. Por ejemplo, los señores P. J. y J. L., que, un día sí y otro también, pretenden meternos el miedo en el cuerpo, inventándose historias conspirativas, siendo voceros de asesinos y mamporreros que cuentan sus historias a cambio de favores (como si de un espacio tomatero se tratara), y vaticinando que magistrados incompetentes, prevaricadores, tramposos y necios, gobernantes que sólo saben or-questar operaciones taimadas, legisladores marrulleros, aleves y bobos, en definitiva, estas instituciones que nos hemos buscado, nos llevaran a la miseria y a la más espantosa de las situaciones en que puede caer un país. Salvo, claro es, que sigamos dócilmente sus consignas de dividendos mediáticos y fina esperanza. Como la de ese otro señor que nos vaticina que estamos al borde de la guerra civil. Pues bien. Me quedaré con hambre y todo lo que ustedes quieran. Pero a este miedo, no me doblego.