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Escrito por administrador   
Miércoles, 16 de Agosto de 2006 17:19

Érase un hombre a una nariz pegado, mejor dicho a un móvil de última generación.

Recuerdo con cierta nostalgia los primeros artilugios. Con envidia y admiración, aquellos  primitivos aparatos que debían pesar cerca de un kilo que tenia instalado Emilio Arroyo en su coche oficial; con cierta prevención, el primer móvil que yo utilicé, al que miraban mis hijos con indisimulado desprecio, diciéndome temerosos, no seas cateto, papá, que te está mirando la gente.  ¡Que tiempos ¡ Ahora mi hija tiene tres para ella sola. Y es que, parece que no podemos prescindir del dichoso ingenio y cada uno de nosotros tiene el suyo, o más de uno, hasta mis nietas las pequeñas.

Y para qué vamos a hablar de los innumerables complementos que acompaña al
teléfono propiamente dicho: mensajería a gogó con la nueva, y parece que efectiva, modalidad del pásalo: las múltiples guías y registros (sobre todo, la lista que te evita memorizar tus destinatarios); los juegos de emoción; las galerías de imágenes, video clips, música y gráficos. Y  para qué mencionar las cámaras fotográficas incorporadas, la radio o la grabadora, amen de los dispositivos de alarma, agenda y otras zarandajas. O las posibilidades de Web, MSM y otras innovaciones que no se ni pronunciar. Y lo que es peor, la mayoría de ellas sin utilidad para mis pocos conocimientos en estas técnicas avanzadas. Eso, sí, algunos los manejan con tanta soltura y de forma tan pertinaz que consiguen, como diagnostica mi amigo, el Dr. Sillero, una hermosa artrosis trapezo-metacarpiana  en el dedo gordo, para entendernos.

Ahora, sí, lo mejor que tiene el invento, es lo que te diviertes observando a los que los utilizan.

Me hacía gracia aquella que discutía acaloradamente con el aire que la envolvía, mientras daba grandes zancadas, como distanciándose cada vez mas de su desesperado oyente.

O, por el contrario,  aquella otra que, con mirada embelesada perdida en el horizonte y con los labios húmedos, respondía  enternecidos monosílabos al enamorado de turno.

 

Los hay que parecen un hermoso calamar, de tanto como se mueven con sus brazos incluso aquel con el que sostienen el móvil, mientras gesticulan desesperadamente al interlocutor.

Otros son mas bien basculantes: dos minutos descansando sobre la pierna izquierda y con el auricular en la  mano y oreja derechas, y otros  dos minutos a la viceversa con el juego de las extremidades.

Lo que verdaderamente es asombroso –y de ello ha de darse gracias al Altísimo- es el efecto beneficioso que tiene el móvil para los monitores de piscinas, pues en la mía todavía no se ha ahogado ningún niño, pese a que la socorrista no quita ojo… de sus juegos en el monitor del teléfono.

El que me impone un inenarrable respeto es el político de turno que se instala en la oreja un aparato, que se une al móvil y que parece un lagarto enroscado (lo que viene de perillas, pues estamos en Jaén) y se apoya (nunca mejor dicho, por lo de gili) en otro artilugio que lleva en la mano con todo mimo, mientras da las ordenes oportunas, con la voz suficientemente alta como para que los que estamos más o menos cerca, nos percatemos de sus dotes de mando y de las ordenes tajantes e importantes  que está desgranando ante el microfonillo y, se supone, recibiendo el sí moana del interlocutor.

Todo sea en aras de la progresía.