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Nos vamos de vacaciones PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Viernes, 04 de Agosto de 2006 17:22

La campana de la ermita tañe sobre la arboleda llamando, entre lastimera y esperanzada, a los habitantes del pago a la misa vespertina, durante la que el cura suele desgranar sus homilías en la seguridad de que caen sobre el vacío de nuestros indolentes e insensibles atardeceres. Cuatro matrimonios de edad avanzada, semejante a la que nosotros sobrellevamos, dos señoras de vestimenta deslucida, cuatro vecinas que acababan de barrer la hojarasca  acumulada durante la semana en el patio que sirve de atrio, una muchacha joven y pizpireta que avía los adminículos necesarios para oficiar la misa; en total, mal contadas, una docena y pico de personas, como si dijéramos, cuarto y mitad de feligreses para una tarde de verano.

Estamos ya a principio de un agosto caluroso, de esos en los que las chicharras del Puente de la Sierra –que son más chicharras que otras- te martillean de forma incansable hasta casi derretirte la paciencia veraniega; en un día, de esos que van resbalando cansinamente,  en que ni siquiera en estos lares es posible mirar al cielo sin que se te achicharres los ojos con su azul brillante, en el que caminas de forma cansina como si fueras a ninguna parte: desganado, medio roto por el sueño no conciliado, sin que tan siquiera la leve brisa que sube del río Eliche sea capaz de aliviar tus pesares y modorras. Una tarde en que sólo cabe añorar tiempos pasados o, como mínimo, evocar un Jaén nebuloso de una mañana de febrero, saliendo de tu casa y exhalando una bocanada de aire que se condensa enseguida en tus narices… qué se yo, una tarde como para soñar con algo inasequible, como nos pasa siempre: desear lo que no se tiene, anhelar algo distinto, la esencia misma de nuestras ambiciones, algo así como el silencio de un amanecer.

Y la verdad es que te consuelas porque, en unos días, tu también cogerás el petate y saldrás con la familia a cambiar de aires, a disfrutar de otros paisajes rurales y urbano,  de otros manjares, de conversaciones a veces intrascendentes pero necesarias con los tuyos, con los que durante el transcurrir diario no sueles coincidir; y, también y muy a nuestro pesar, a padecer del sol playero, de la arena pegajosa, de las malas digestiones, de una carretera peligrosa. Qué te voy a contar si estas deseando, como yo, meterte en esa vorágine sin sentido que son las vacaciones. Y lo estas temiendo, al mismo tiempo.

O, a lo mejor, resulta que eso es lo que necesita el cuerpo, un revulsivo a la rutina de todos los días. No sólo como descanso para los que están en edad laboral, sino como medicina necesaria para todos. Es como cambiar de postura, aunque estés muy cómodo en tu sillón, por que hay que desentumecer los músculos, eso si, sin sufrir una rotura de ligamentos, todo con suavidad, a ser posible con delicadeza e incluso, con exquisitez, sin muchos excesos. No está el cuerpo –por lo menos, el mío- para muchos ajetreos. Ni tampoco te los permiten, bastaría más. Vayamos, de todas formas, a disfrutar del merecido respiro. Eso esperamos.

Sería como sembrar en la arena de nuestro corazón unas migajas de alegría en la navidad permanente de lo por venir. Tal como un trazo de misericordia en los surcos de nuestra  diaria miseria