Se ha cumplido un año desde que inicié mi colaboración en esta página de opinión, y me pregunto si ha cambiado algo o todo sigue igual y, sobre todo, si tiene justificación el que me sigan presentando como “escritor y pintor”, apelativos que me ruborizan. La verdad es que solo pinto esporádicamente y por afición. Y lo de escribir, aparte de ser también ocasional y por afinidad, es mas que dudoso que pueda defenderse con un atisbo de certeza. De todas formas, me sirve de consuelo el que algún amigo me vea por la calle y me diga “te he leído”, sin que yo me atreva a preguntarle por su opinión y qué significado tiene ese te he leído. Por otro lado, es reconfortante que un desconocido, inquiera bondadoso, mientras esperamos en la cola de los churros del Puente de la Sierras, si yo soy el que escribe en el periódico. Mientras nos despedimos, llevando bajo el brazo el desayuno de los nietos, es de agradecer este reconocimiento, por lo menos físico. Pero, bueno, a lo que íbamos: tengo por delante un nuevo año para opinar y los lectores un motivo de crítica o, en el mejor de los casos, de distracción.

Por lo pronto, ya he superado la época plomiza de estos últimos meses y veo lo vida con  renovados bríos, después del paseo que se han dado por mis venas; lo que no supone estar en vena, o sea, que -dicho académicamente-  no os  garantizo que, en lo sucesivo, vayan a ocurrírseme con afluencia y fecundidad las ideas.

Pero, de momento, compruebo que la visita del Papa ha servido para dejar constancia de su inequívoco mensaje sobre la familia, dirigido a los cristianos –y a los hombres de buena voluntad que lo hayan querido oír- al mismo tiempo que, con su característica prudencia, ha respetado la buena voluntad de los legítimos representantes políticos de los españoles, dejando las cosas en su debido sitio, pese a aquellos que son más papistas que el papa. Parecía que se hundía el mundo y éste sigue andando. Y brotan luces y esperanzas. Ayer y hoy, nuestro entorno es un continuo vaivén de contradicciones e incertidumbres, pero hemos de negarnos a dejarnos vencer por el abatimiento y la desilusión.

Es satisfactorio y de agradecer, levantarse cada día y –por encima de guerras y conflictos que, a lo que se ve, son inevitables- encontrase con las cosas buenas que también pasan en el mundo y a tu alrededor.

Hoy, por lo pronto, me entero de que los presos de Guantánamo van a tener posibilidad de que sean respetados sus derechos; de que la justicia ha caído sobre los poderosos clubes italianos; de que muchas personas inician ilusionadas sus pequeñas vacaciones, que a veces son una aventura que finaliza felizmente porque, a lo que parece, las muertes por accidentes han descendido un tercio desde la implantación del carné por puntos; en nuestro Jaén, algunas calles estarán arregladas antes de tres meses y, casi todas, antes de las elecciones…. Y, a mi alrededor, mis nietos siguen dándonos la lata, nuestros hijos son capaces de hacernos el regalo de sus visitas, oigo cantar todas las mañanas a los pajarillos en los jardines de La Trucha, me refresco en la piscina, me bebo alguna que otra cerveza clandestina pero fresquita, mi corazón continua su trasiego a la buena de Dios… ¿Qué más queréis que os  cuente?