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Es tiempo de esperanza y alegría PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Viernes, 07 de Julio de 2006 17:30

Me he dado cuenta de que llevo una temporada de tristezas y desalientos, de lamentos y horas bajas. En mis últimos artículos de opinión en estas páginas —si alguien ha tenido la paciencia benevolente de leerlos— puede observarse un residuo de abatimiento en los temas tratados y conclusiones obtenidas.
Los temores de la incomprensión y el odio en “Todos somos peregrino”; las manifestaciones de protesta ruidosas en sustitución del diálogo y el raciocinio que afloraban en “Árboles y escuelas”; las descalificaciones a Monseñor Blázquez y las tentativas del Sr. Alcaraz de dirigir la política antiterrorista de las que me lamentaba en “De modo y manera”; la inesperada despedida de “Un amigo(que) nos ha cogido la vez”; o el escepticismo que rezumaba el “Pudiera ser que…” con la serie de desconfianzas y descalificaciones entre el gobierno y la oposición, han llenado de recelos mis dos últimos meses de diálogo conmigo mismo y con mis lectores.

Esto no cambia. Dejando para más adelante —porque tiempo habrá para ello— el dialogo para la paz recién estrenado y en el que nos asaetarán con irreconciliables opiniones, desde la perspectiva que hoy contemplo, no debería ser tampoco optimista. Me refiero a un evento que se avecina: la llegada del Papa Benedicto. Pues bien, continúa el intento de derribo y acoso a las creencias religiosas de quizá la mayoría creyente de los españoles y se anuncia con gran alborozo la celebración de una convención paralela de homosexuales y un alarde de apostasía, coincidentes con la visita papal. Y, pese a que se ha desfondado la anunciada pastoral de los obispos sobre la unidad de España, se mantiene el ataque, por todos lo medios inimaginables, a la familia, amen de pequeñas escaramuzas domésticas como la de los crucifijos en las escuelas. Esto, es, todo sigue igual. El mundo está desquiciado o, quizá, sea yo el que no esté en mis cabales, pero casi todo rechina a desaliento y catastrofismo.

No se si ello es connatural con mi estado de ánimo o con la naturaleza de las cosas que nos rodean. O probablemente, todo se deba a la sucesión de los tiempos, en que es evidente que los sentimientos y el modo de vida de los hombres y la sociedad de mi generación han finiquitado, para dar paso a las creencias o ideas -o a la falta de ellas- que los poderes dominantes imponen para hacer tabla rasa de lo que ya no sirve, o no se precisa como fundamento de la nada, basada en una cultura de pasacalle y pandereta. Pero me niego a seguir lamentándome porque, en el fondo, creo que esto no puede seguir así, que hay que tener un lugar para la esperanza, que deben primar los motivos de alegría. Porque, sobre todo, viene una nueva generación que, necesariamente, debe resistirse a esta atonía y rebelarse. Y, entre tanto, hay que responder con una actitud personal deliberadamente optimista y positiva. Nuestras creencias, mas que ello, las esencias de nuestras creencias, no se hunden, porque así lo tenemos prometido. Y esto lo pienso en unos mementos de pequeña, o grande, preocupación personal, cuando me voy a someter a un intervención quirúrgica que -me dicen- solo tiene un pequeño porcentaje de riesgo. Pero, por si acaso, proclamo mi necesidad de confianza en el futuro, de alegría en el presente.