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Reflexiones para estos tiempos PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Viernes, 31 de Marzo de 2006 17:54

Paradójicamente, vuelven las posturas dogmáticas. Lo estoy percibiendo en estos días, en que estamos viviendo la inevitable euforia que ha generado el comunicado de ETA sobre el alto el fuego permanente. Cuando lo razonable sería aceptar, con un atisbo de esperanza, esta nueva situación, basta con iniciar una conversación sobre el tema para que, sin dejarte continuar, te espeten de forma desabrida el sambenito de que defiendes posturas socialistas, como si ello fuera motivo de anatema. Cuando, desde todos los sectores —por lo menos, de cara a la galería— se pronuncian palabras de confianza, aunque sean matizadas de todas las cautelas, creo percibir en la sociedad una indisimulada irritación, que, me temo, no propicia el ambiente adecuado. Quizá sean resabios o pequeños autosobornos de conciencia, restos de tantos meses de machacona insistencia sobre las maldades que se nos vienen encima, después de lo del 11-M. Va a ser difícil, a mi juicio, pensar serenamente sobre las posibilidades de paz que parece se han abierto en nuestro horizonte. Y eso, pese a que las fuerzas sindicales y empresariales, y todos los grupos políticos, incluido el PP, dan muestras de querer construir conjuntamente los nuevos tiempos.

Y, no sólo estos instrumentos de la sociedad, reconocidos como tales en el emblemático Titulo preliminar de la Constitución (artículos 6 y 7), amen de los poderes que emanan de ella, sino que también las reticentes asociaciones de víctimas del terrorismo o instituciones como la Iglesia Católica, de tan notorio peso específico entre nosotros —pese a que algunos lo rechazan cuando les conviene— han manifestado abiertamente su apoyo al acuerdo que, en su día, aprobó las Cortes, a iniciativa del presidente del Gobierno. No importa. Aquí somos más papistas que el Papa. En el tema de la guerra, literalmente, fue así. Y, ahora, miembros destacados de algunos partidos, de la propia AVT o de la Iglesia, hablan —dicen algunos que a título personal— de que el comunicado no es el adecuado, de que todo es un engaño, un chantaje, y, en su caso, un cambio por lo del Estatuto o, incluso, incitan a tomarse la Justicia por su mano.

Y surge a la palestra lo que los juristas llamamos conceptos jurídicos indeterminados, como el que se ha acuñado con cierta fortuna, del “precio político” o el de las “concesiones políticas”. ¿Quién interpreta lo que se quiere decir con ello? Pero no es sólo esto. Lo que me preocupa es la repulsa que se palpa en el ambiente, que llega hasta el extremo de rechazar las opiniones de algunos medios conservadores porque “estos se han cambiado la chaqueta”. Y es que, en quien menos te lo esperas, te encuentras con posturas radicales de rechazo a cualquier solución, porque parece que les duele que se pueda hablar del fin de la violencia.

Ni tan siquiera, por supuesto, de reconciliación, de perdón, ni mucho menos de olvido, porque siempre interesa dejar viva la mecha del resentimiento. Desgraciadamente, esto está lejos de ser una correcta postura política, ciudadana, y, lo que para mí es más importante, no responde a una posición mínimamente cristiana, sobre todo de aquellos que hacen bandera de sus principios.