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Está cerca la primavera PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Viernes, 17 de Marzo de 2006 17:56

Desde hace unas primaveras, los árboles —que me recuerdan cerezos— trasplantados a la plaza de la Constitución (antes de José Antonio y, siempre, de las Palmeras) acarician los pies de Bernabé Soriano, para darle —y a nosotros también— el frescor que nos arrebata el hollín de los escapes, como si nos trasladaran al valle del Jerte o, sin ir tan lejos, a Castillo de Locubin o Torres. Han retoñado al unísono, y de común acuerdo me invitan a respirar a pulmón abierto y me hacen recordar que sus troncos, de vetas apretadas, dan maderas apropiadas para construir dulces violines, cuyo suaves sones harán que me olvide de los tertulianos que me esperan en la salita de estar para llenarme la cabeza de falsas profecías, mientras en sus tertulias, como si de una jaula de grillos se tratara, el oráculo de turno trata vanamente de hacerse oír con sus ásperos dardos lanzados para envenenar el ambiente.

Los árboles han rebrotado, sin que yo me haya dado cuenta, hasta que hoy, en esta mañana brumosa de marzo, el rosa adormecido de sus pétalos me haya abierto a la realidad, mientras unas niñas parten con su madre al colegio y se despiden de los abuelos saludando con sus manitas hacia un balcón por encima de mi cabeza. Son siete árboles, no más, que parecen musitar con voz queda que aquí, en este país nuestro, nunca pasa nada, todo sigue al mismo ritmo cansino de siempre. No hay temas nuevos de que hablar, porque todo lo que se dice y escucha es una mera reiteración de lo dicho hace una semana, dos meses, años ha. Siempre volvemos a plantearnos los mismos interrogantes. Todo es una mera repetición perezosa: nadie sabe lo que pasó hace dos años y es preciso que todo se aclare, dicen unos; mientras otros vociferan que nadie se entera, o no quiere darse por aludido, de que unas elecciones, para bien o para mal, cambiaron la orientación de las cosas.

Todos los años, sin pedirnos permiso, se apimpollan y a mi me parece que lo hacen para que nos olvidemos de estas tozudeces, para que nos desembaracemos de tanta torpeza de miras y elevemos el listón de nuestras apetencias, mirando con ojos de esperanza a los que nos rodean, disculpándoles sus equivocaciones y confiando en que seremos capaces de unirnos en tareas comunes y fructíferas. Cuando termino de cruzar la Plaza y llego a los pies de la calle —desde donde, entre una agradable y desordenada fila de fachadas, diviso en su austeridad compositiva la torre, alejada por la bruma, de la Catedral— me viene al recuerdo que a su regazo han depositado el bronce de un Vandelvira imaginado y pensativo, como si de un trozo de nuestras vidas volviera a brotar un cerezo de melancolías.

Vuelvo la vista hacia las copas de los árboles y sale de mi corazón agradecido un adiós, un hasta luego y un hasta siempre, a sus ramas de almagre; y sigo mi camino, aligerando el paso, como si estas siete hojillas que he desmenuzado en su honor, sirvieran de corola afectiva por el bien que me han hecho en esta mañana brumosa de Jaén.