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Las viñetas como pretexto PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Viernes, 03 de Marzo de 2006 17:59

Como esta es una página de opinión, creo que, de vez en cuando, uno debe mojarse y dar la suya sobre temas de actualidad. Y el de las viñetas lo es desde que aparecieron en el periódico danés, aunque es ahora cuando está en su momento álgido, generando ríos de tinta, casi más que el Estatuto catalán. La cuestión se ha polarizado —creo que indebidamente— en torno a los conceptos de la libertad de expresión y el fanatismo religioso. Para unos, han de primar los valores democráticos de la libertad, tan trabajosamente conquistada (¿lo está?) y, ante ellos, han de rendirse todas las demás consideraciones, siendo permisible el uso de la ironía, el sarcasmo o cualquier expresión hiriente. Para otros, los valores religiosos, culturales o, sencillamente, los que conforman la intimidad de las personas, son dignos de respeto. Se han esgrimido otros múltiples pretextos para apoyar las respectivas posturas. Pues bien, ni estos ni otros argumentos son adecuados para explicar el fenómeno que nos ocupa.

A mi juicio, el problema es de más calado. No se está discutiendo cuál de estos valores tiene primacía, si la libertad de expresión o la intangibilidad de las creencias o increencias. Para ello, entiendo que, en nuestro ámbito, bastaría acudir a la Constitución que dentro del mismo Título reconoce y protege la libertad de expresión (artículo 20), a la par que salvaguarda las creencias religiosas de la sociedad española (artículo 16); y, como telón de fondo, al Código Penal. Ni tan siquiera se busca llegar a una entente, como la que pregonaban Zapatero y Erdogan en el inicio de la explosión mediática del problema, ni es solución que los Veinticinco en Qatar acaben de recordar el “derecho fundamental de la libertad de expresión”, aunque deba ejercerse “con responsabilidad” y “respeto por las creencias religiosas y otras”. Aunque pueda estar equivocado, no debo dejar de contextualizar el problema en la lucha contra las religiones. El tema es tan importante que afecta a la esencia trascendente del hombre, que se caracteriza por estar en perpetua interrogante. Como dice Frankl, el deseo de encontrar sentido a la realidad es una de nuestras grandes necesidades. La búsqueda de sentido, presente siempre en la historia humana, es especialmente acuciante en nuestro tiempo; y estas búsquedas existenciales exigen un camino de diálogo con nuestros contemporáneos. La traba está, pues, en la falta de diálogo o de comprensión entre las diversa culturas, es un problema de aculturación. La religión —que está en la esencia de todas las culturas— se nos ha vuelto un problema explosivo, ha dicho J. A. Marina; y, por concluir la argumentación con un pensamiento de Küng, no habrá paz en el mundo mientras no haya paz entre las religiones.

La libertad de expresión, los extremismos que se sostienen y alimentan recíprocamente (como ha puesto de relieve recientemente Goytisolo, en uno de los artículos más lúcidos sobre el problema), son sólo pretextos. En nuestros días, según lo veo yo, lo que interesa, una vez más, es terminar con el hecho religioso, como nefasta superstición, acabar con las creencias y la idea fanática de Dios, porque, como decía Saramago, Dios es el problema. Y esa es, desgraciadamente, la alternativa ante la que nos encontramos