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Escrito por administrador   
Viernes, 17 de Febrero de 2006 18:00

Hoy, les contaría a ustedes algo de lo que preocupa a los políticos —y no tanto a la ciudadanía— porque está en los medios de comunicación, aunque quizá no interese tanto al común de las personas. Del tema del terrorismo, que para unos es un atisbo de esperanza y, para otros, la catástrofe que se avecina. O el de las viñetas, verdadero galimatías, pues la izquierda pone sordina a la libertad de expresión y la derecha rechaza el perdón en aras de la seguridad. O la nueva guinda del video de los soldaditos ingleses en Irak. Pero, prefiero tocar algo más sencillo, más cercano, pero a mi juicio enormemente interesante. Me agradaría ponerles de relieve la importancia del trabajo bien hecho por personas con las que nos cruzamos con frecuencia, pero que pasan desapercibidas, por la modestia con que lo desempeñan.

Viene esto a cuento de un sencillo recuerdo que Blanca Aguilar —con su precioso y siempre acertado verbo, aunque a veces lacerante y justo en sus apreciaciones— hacía días pasados, en su columna de la página final de este periódico, de la figura de Ernesto, sustituido presidente de algo tan etéreo, y seguramente ignoto para la mayoría de los lectores, como la Asociación de la Adoración Nocturna. Recuerdo, aunque ya ha pasado el tiempo pero no la memoria, a José Luis, quien, con su exquisita manera de hacer las cosas, durante años llevó a buen puerto el centro hospitalario provincial. No era lo mejor su buen hacer gerencial, sino su saber estar, su atenta mirada a todo lo que le rodeaba. En estos momentos, otro de estos hombres deja sus tareas al frente de la entidad ferial. Domingo, después de una larga peripecia profesional en la actividad cervecera, recaló en los avatares del mundo expositivo y lo ha llevado a cabo con la elegancia de los grandes señores, sin esperar alharacas y fuegos de artificios. Todos conocemos a estos personajes irrepetibles por su personal impronta, pero no raros en los negocios, públicos o privados, de todos los días; esas personas que ostentan puestos directivos, a veces de gran envergadura, pero de los que ellos no hacen ostentación, aunque sí que los manejan para hacerlos efectivos y rentables, no sólo en términos económico, sino, y esto es lo mejor, en su vertiente humana. Más allá de la amistad o del conocimiento de estos tres casos concretos, interesa resaltar en esta página de opinión lo importante que es el trabajo silencioso y eficaz, desinteresado y entregado, del día a día. Esto es lo que necesita la sociedad, que — con independencia de la locura diaria, del estrépito normal de nuestras vidas, del fragor de las luchas de la política, por encima del cotidiano marujeo televisivo, de las guerras periodísticas en busca de lectores- ha de asentarse en cabezas bien amuebladas que sepan sacar a flote el pequeño, mediano o gran compromiso que la propia sociedad ha puesto en sus manos; personas que, con inteligencia, pero también con lo mas íntimo de su corazón, saben conducir el buque con un firme timón y una comprensión que aflora en su trato con los que les rodean. He de decir que son “menudencias” como las expuestas las que, en mi opinión, hacen posible un mundo mejor.