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Escrito por administrador   
Viernes, 23 de Diciembre de 2005 18:10

Me van a perdonar que olvide los grandes temas y les involucre en fantasías propias de estos días. En estas fechas, yo recomendaría dar el carpetazo a tres realidades de nuestros tiempos: las luces de las calles y escaparates, la televisión y las comidas. Si sobreviviésemos al intento, les aseguro que entraríamos en el espíritu navideño. Si cerrásemos los ojos a las luces de neón y a los escaparates del despilfarro y la demasía, sería el momento de plantearnos interrogantes, sin conformarse con las respuestas prefabricadas o las que nos ofrecen las multinacionales del pensamiento único. Podríamos preguntarnos qué hemos de hacer, en vez de quedarnos plantados haciendo lo que otros nos proponen. Incluso, podríamos privarnos de la molestia de arrinconar los múltiples regalos que abarrotan esos escaparates y que nos obligan y obligamos a recibir con una sonrisa tonta de falso agradecimiento. Así, no nos preguntaríamos para que sirve tanto derroche. A lo mejor, teníamos tiempo para encontrar atisbos de luz.

Si cerrásemos la caja analfabeta, con sus zafiedades y sus guerras y desgracias, aparte de ahorrarnos todos los día “El Caso” tan leído en tiempos denostados, podríamos dedicar nuestro tiempo a leer, a conversar en familia, a hablar con los amigos o, simplemente, a salir a pasear. Y, si tenemos alguna ambición, a peregrinar, sin mochila que altere la brevedad del paso, para llegar ligeros al final de nuestra meta o, al menos, a una nueva encrucijada. Sería el momento de intentar buscar de nuevo la verdad de las cosas para encontrar algo positivo a lo que merezca decir “sí”, sin miedos al “no” y a la inhibición o a la molicie. Sería el momento de caminar hasta que brille la paz, como un telón que, al bajar, borre del escenario todo atisbo de guerra y dolor, discusión y enfrentamiento, a la par que suene una leve melodía de tranquilidad y sosiego. Si estuviesen cerrados los restaurantes para tantas comidas de compromiso y bullanguera ficción, habría tiempo para estar atentos a los problemas de los demás, para saber captarlos sin rechazarlos como algo ajeno. Sería el momento de asemejarnos a los desvalidos que nos rodean, buscar ojos para descubrirlos y manos para acogerlos, sin alardes, tal como vienen, tal como se cruzan a diario sin que te des cuenta. Mirarlos y ver como ha llegado la Navidad. No para sentar un pobre a tu mesa, como panacea del autosoborno, sino para escanciar el vino que escasea en esas mesas, aunque sólo sea el vino de la alegría. Es el momento de rechazar el acomodo, la dulce duermevela de nuestra satisfacción, para levantarnos en búsqueda de nuevas actitudes, nuevas inquietudes. De verdad qué felicidad, si niños, jóvenes y ancianoss encontráramos en estas fechas alguna nueva tarea ilusionante.

La Navidad es la conjugación de tres palabras: luz, paz y alegría. Paz alegre, alegre paz... cualquier combinación vale, pero usen este cóctel y se embriagarán abriendo luces y ventanas, construyendo senderos, veredas e, incluso, atajos, o disponiendo mesas, veladores y sillas. También es hora de pedirles perdón por estos momentos de ilusión o, quizá, de utopía. Al menos, durante unos minutos hemos nadado contracorriente, que ya es algo reconfortante.