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Un mundo de contrariedades PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Sábado, 01 de Octubre de 2005 19:25

Como consecuencia de una necesaria reestructuración, me indican que mi artículo quincenal de los lunes, pasa a los sábados finales de cada mes. Qué contrariedad en el inicio de mi andadura periodística, aunque espero que en el próximo cambio se soslayará.

Mis nietecillas, de seis y tres años, después de ir juntas al mismo colegio público, han de separarse, pues lo impiden los baremos y otras zarandajas seudo escolares. Qué contrariedad, y qué disgusto, pero esperemos al curso venidero para paliar los problemas sobrevenidos y los disgustos de padres y abuelos.

Me desligo del entorno familiar y contemplo los atascos diarios de nuestras calles, que también soporto, al igual que el polvo y la suciedad que producen las múltiples obras, lo que no se encubre con las mutuas acusaciones entre Administraciones sobre la dejadez de la otra. Qué contrariedad, y qué pesadez, escuchar todos los días la misma musiquilla, si bien pienso que todo se arreglará alguna vez y que, probablemente, no alcanzaré a disfrutarlo.

Leo, quizá sólo ojeo, los periódicos, en la cafetería que ofrece a sus clientes todo el arco ideológico del cuarto poder, y de vez en cuando me detengo en alguna noticia destacada, en un editorial de interés o en un artículo de opinión que me atrae por el autor o el titular y solo acierto a salir con la cabeza caliente y los pies fríos. Qué contrariedad constatar, por lo general, la falta de equidad en las opiniones, la imposibilidad de reconocer en el adversario algo de verdad; incluso, hay comentaristas para quienes todo es negro o negativo y anticipan el fin del mundo, mientras España se anega en un mar de confusiones, traiciones, cobardías… qué sé yo. Qué contrariedad, y qué desaliento, no poder sosegar el espíritu en las primeras horas de la mañana; sin embargo es posible -sin asegurarlo al cien por cien- que ello tendría solución si no fuéramos tan insensatos leyendo tanto periódico, con lo fácil que sería leer siempre el mismo, el que sabe interpretar tus pensamientos…

Después de aquietar el ánimo, ¡oh paradoja!, con el trabajo y las ocupaciones, propias de mi sexo y edad, al final de la jornada procuro relajarme con una buena música o una lectura apacible, pero como tenga la tentación de conectar cualquiera de las televisiones al uso, solo puedo zambullirme en el galimatías de los grandes hermanos, crónicas de otros mundos, cerezas de un mismo color, lugares donde en verdad no puedes –ni yo quiero- vivir. Qué contrariedad, y qué hartazgo, ante tanta -no diría yo incultura, falta de delicadeza, ausencia de exquisitez- ordinariez, zafiedad, vaciedad en suma.

De todas formas, todavía te queda reconciliarte contigo mismo, en la soledad y en el silencio de tus espacios, donde se es capaz, como junto al oscuro mudéjar de los techos, descubrir la blanca cal de los pilares, limpiar los rencores y purgar las miserias, las propias y las ajenas, que, al fin y al cabo, no están tan alejadas las unas de las otras.

Entonces, pese a las contrariedades de la vida cotidiana, puedes descansar en el asiento de tus esperanzas.