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El derecho al respeto PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Martes, 30 de Noviembre de 1999 01:00
Después de la manifestación contra el Gobierno de Zapatero —a la que, como saben los que me leen, no asistí por imponderables de mis condiciones personales— yo creí que todo iba a volver a sus cauces.

Lo normal hubiera sido que el Gobierno ponderase el significado de la manifestación y obrase en consecuencia; pero lo único que se le ocurre es sacar al señor Blanco para que comparase el número de los manifestantes con el de los muertos de Irak. También pensaba que los populares se sentirían satisfechos de su poder de convocatoria y harían valer esta fortaleza para buscar soluciones en el Parlamento; pero el señor Rajoy, que había oído el himno nacional entre banderas y en actitud militar y como buen predicador alentó al id y contad lo que habéis visto y oído…, mientras la ponderaba por bonita, hermosa y otras ternezas, anunciaba una nueva convocatoria callejera a los buenos españoles. Que ha sido, por lo que dicen, un plesbicito. Y, hete aquí que se abre — o se reabre— un nuevo frente, esta vez iconoclasta. Ante una publicación prologada por un político de izquierdas a la que se unen reproducciones incalificables contra la religión cristiana —lo que se pretende amparar en la libertad de expresión— volvemos a salir a la palestra. Los de un bando, lamentando el obsceno ataque a las creencias íntimas de una gran parte de la ciudadanía española, y, en su caso, intentando abrir una guerra de religión alentada en ocasiones por algunos, prestos a señalar a los enemigos de Dios. Y los del otro, aprovechando, como siempre, estas ocasiones para poner de relieve lo retrógrado que es nuestro pueblo, todavía sojuzgado por la Iglesia y que no sabe estar en la progresía que demanda la única solución inteligente del laicismo rampante. Como será la cosa que hasta un Defensor del Lector se defiende a sí mismo de sus lectores católicos —después de criticarlos sin ecuanimidad y de especular y de arremeter contra la jerarquía católica— nada menos que tildando de fanáticos a sus, en teoría, defendidos. ¿A dónde vamos a llegar?

Puede que ya no seamos el país del nacional catolicismo, aunque mantengamos ciertas peculiaridades en materia educativa, financiera, etcétera, que unos llaman privilegios y otros demandan como de derecho natural. Pero ello no es patente de corso que nos permita estar siempre descontentos con los que detentan el poder y legislan para la sociedad civil, ni, desde la otra perspectiva, es valido atacar los respetables postulados de unas creencias que son las de la mayoría de ciudadanos y que, aunque sólo lo fuesen de una minoría, merecen el respeto del poder y, por supuesto, de los medios de comunicación que lo jalean. Pero, aquí, nadie respeta a nadie y somos tan excluyentes, que todos queremos imponer nuestras visiones particulares. A mí me gustaría desintoxicarme y saber a ciencia cierta donde estoy; si puedo ser creyente sin que me miren como a un bicho raro; si todavía soy o no español; y si hay dos, tres o mil españas, aparte de la de pandereta. Sólo pretendo ser dueño de mis actos, de mis pensamientos y de mis juicios: tener el derecho a equivocarme sin presiones intolerables. Empezaría a pensar que soy una persona respetada