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Genocidios estilo bonsai PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Domingo, 19 de Abril de 2015 22:41

 

Los españolitos nos enteramos en los inicios de la transición que era posible votar a los socialistas y no morir en el intento y que su líder, un tal Isidro mutado en Felipe González, cultivaba bonsáis en sus horas libres. Era fascinante comprobar que tan alto personaje se abajara a  modelar la forma de plantas y árboles, reduciendo su tamaño mediante técnicas que recordaban a la misma naturaleza, a través de podas, trasplantes, pinzados, alambres y otras zarandajas. ¡Qué descanso para atareados, intelectuales y hombres de estado!

 

El tal Felipe –ahora dedicado a tareas menos prosaicas, como las de aconsejar a grandes empresas gasistas, defender con repercusión mediática a perseguidos venezolanos o iluminar el camino a seguir por socialistas despistados- hizo que los distintos estilos de bonsáis proliferaran en  nuestras tierras. Lo malo de acostumbrarse a algo es que las costumbres se hacen leyes. Y lo peor es que estas  leyes salgan de cerebros enanos, de liliputienses de pacotilla, como si esto fuera la isla visitada por el capitan Gulliver o el país de los enanitos pero sin una Blancanieves a quien besar dulcemente.

 

 

 

Viene esto a cuento de la flamante y reciente aprobada Ley de Seguridad que, entre otras joyas, avala las devoluciones  sumarias de inmigrantes en Ceuta y Melilla, con el eufemismo de “rechazo en frontera”, algo propio de un gobierno que se dice defensor de las ideas del cristianísimo liberal capitalismo. Es lo que podríamos denominar benévolamente como una ley amparadora de genocidios estilo bonsái.

 

Han despertado gran revuelo entre los turcos las palabras del Papa Francisco sobre el genocidio del pueblo armenio, comparándolo con el nazismo y el estalinismo. Pero hay otros genocidios menores, que estamos padeciendo en nuestros días en las mismas orillas de nuestros mares. Lampedusa se ha quedado a tras mano. En esta semana, más de 400 personas, procedentes de la negritud, han perecido en el Mediterráneo, ese viejo cementerio de muertos anónimos. La Guardia Costera italiana ha rescatado en menos de una semana a casi 10.000 mujeres, hombres y menores. Tras este último naufragio, el Alto Comisionado de ACNUR ha llamado la atención a  la UE: “Estamos ante otra tragedia en ciernes”. Por ello mismo, es alentadora la postura del gobierno italiano, a favor de tantas personas marginadas.

 

Mientras Italia se desvive, Europa se hace la remolona, aunque sus ministros de exteriores están reunidos en Barcelona para hablar del peligro yihadista, la inmigración ilegal y el comercio, como temas clave de la reunión. Tres problemas interrelacionados, con el corolario del rechazo social y la xenofobia. En el horizonte, la necesidad de organizar los flujos de llegadas a nivel europeo, así como la de proponer compromisos de cooperación entre los países implicados.

 

Y mientras, en España… nos dedicamos a resucitar las devoluciones en caliente. Es lo propio si sabemos, por ejemplo, que en  l'Hospitalet  difunden trípticos en los que se propone limitar la proliferación de "locutorios, bazares y kebabs", alegando que su objetivo es “evitar guetos”. No es extraño que el Gobierno de Rajoy rechace la propuesta de la ONU de crear un órgano independiente que supervise la actuación en las fronteras de Ceuta y Melilla. Ni tampoco nos llama la atención que Interior haya deportado en avión a más de veintiséis mil sin papeles en cinco años, miles en 'vuelos exprés'. Nos es, por ello, insólito que en Jaén, el Foro de la Inmigración pusiera de relieve este martes la drástica caída en la llegada de inmigrantes. Y es que, en definitiva, nosotros vamos a lo nuestro: masacramos en pequeña escala, al estilo bonsái, a los escaladores de vallas acrisoladas, con la pretensión de tapar nuestra incompetencia frente a Europa,  a quien no le exigimos una acción conjunta para erradicar el problema desde su origen y no con alambradas ni con leyes de seguridad, como si el problema fuera de esta naturaleza. Y sin importarle que lo rechace el Consejo de Europa y el Consejo General de la Abogacía.

 

Lo más lacerante, por otro lado,  es la indiferencia que nos rodea. No ya nivel personal, en mis círculos íntimos o circundantes: nadie habla de este hecho. Es que, en los medios de comunicación, que tanto eco se hacen de anécdotas y accidentales eventos –ahí tenemos la mediática “tocata y fuga” de Rato-, poca o nula atención prestan a estas catástrofes. Por lo que se ve, ya tuvimos bastante con la muerte de 150 personas en el accidente de los Alpes, sobre todo por el morbo que le puso el copiloto ¿Cuántos ahogados en el Mediterráneo necesitamos para ocupar días y titulares a toda plana?

 

Mientras, Francisco clamando en el desierto, denunció en su día la "globalización de la indiferencia", que hace que el hombre no se sienta responsable de las muertes de inmigrantes indocumentados. También insistió en una “Iglesia sin fronteras, madre de todos, que extiende por el mundo la cultura de la acogida y de la solidaridad, según la cual nadie puede ser considerado inútil, fuera de lugar o descartable… No es extraño que estos movimientos migratorios susciten desconfianza y rechazo…Esos recelos y prejuicios se oponen al mandamiento bíblico de acoger con respeto y solidaridad al extranjero necesitado”.

Profundizando en el valor de la inclusión, por ejemplo, se manifestó este último sábado –Día de la Solidaridad-  la organización InteRed de la I.T. para incidir en la capacidad de apertura porque nos hace más humanos. Con el objetivo de construir ciudadanía incluyendo. Porque, la fuerza de la fe, de la esperanza y de la caridad permite reducir las distancias que nos separan de los dramas humanos. De los que reconocemos en los emigrantes y en los desplazados, en los refugiados y en los exiliados. Esa fuerza que nos llama a compartir nuestros recursos y, en ocasiones, a renunciar a nuestro bienestar.

Palabrería ñoña y demagógica, me dirán algunos. Pese a que sea la voz de un Papa a quien escucha todo el mundo. Bueno, menos nosotros que paradigmáticamente somos más papistas que el Papa. Nosotros –todavía no nos hemos enterado- somos hombres normales llenos de amor patrio. Casi ná. Nosotros somos de la Marca España. ¿Una España Bonsái?