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Mi nieta Alejandra PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Domingo, 24 de Mayo de 2015 23:12



Mi nieta Alejandra, que de vez en cuando lee estos artículos semanales, me sorprendió este lunes pasado al hacerme dos cariñosas advertencias. Me llamó la atención por el gazapo que se me había escapado, al utilizar repetido el adjetivo “pimpante”, pese al especial cuidado que pongo en evitar repeticiones. Y me reprochaba que fuera proclive a poner de relieve el lado feo de las cosas. Escribía sobre qué votar el domingo, lo que, la verdad sea dicha y sin que ello sirva de pretexto, no era un camino de rosas ni propicio para describir un dechado de virtudes.


No obstante, en el fondo, lleva razón la cariñosa y familiar crítica que, a veces, se solapa con el velado reproche de mi mujer: no me gusta que seas tan crítico, no deberías atacar tan insistentemente a los políticos… Me admitirán que es difícil escribir a propósito de lo que te rodea y no ser fustigador. Pero, la verdad, aunque lo intento, en algunas ocasiones no consigo dejar de avinagrar innecesariamente mis comentarios. Para mi disgusto, cuando los leo el lunes en el periódico, a veces mi apostilla me resulta más desabrida de lo que hubiese deseado. Hay momentos en que me esfuerzo en utilizar la leve ironía o el tono burlón, la chanza desenfadada y no intencionada, pero me deslizo por el comentario mordaz, aunque esté lejos de mi ánimo la ofensa personal o la descalificación genérica.


Es por ello que me había propuesto estos días buscar lo que de agradable pudiera apreciar. He estado toda la semana con los oídos  abiertos a las emisoras de radio, los ojos en los periódicos y ambos a dos pendientes de las televisiones. Pues, verán ustedes…


A diario nos han cercado con escenas de barcazas a la deriva en el Mediterráneo, en busca desesperada de un puerto amigo. Por si fuera poco, nos enteramos de que en otros mares más lejanos, los dramas se multiplican. En Indonesia se prohíbe a los pescadores prestar ayuda a los emigrantes que huyen de la miseria sobre las aguas. Sobre todo, miembros perseguidos de la minoría musulmana rohingya. Las organizaciones internacionales han dicho que es profundamente inquietante que los refugiados se encuentren a la deriva en el mar sin alimentos, agua ni medicamentos.


Por mucho que lo intente, no puedo ser optimista ante los temas  candentes de la emigración y del asilo, cuando, sin ir más lejos, Cameron va  a endurecer su política migratoria. Máxime ante la postura de nuestro Gobierno que, mientras busca las bases jurídicas de su actitud, rechaza de plano la cuota de acogida que nos ha asignado la Comisión Europea: de los 20.000 inmigrantes a acoger, a España le correspondería algo más del 9%, es decir unos 1.600 refugiados. Una cifra que a Margallo no le parece justa. No es de extrañar –aunque sí sea lacerante- que el alcalde Albiol y la futurible Aguirre estén intentando pescar algunos votos ultras aireando las limpiezas de sus ciudades al mas puro estilo Le Pen. En un mundo global, un emigrante en busca de la felicidad no nos puede resultar un extraño. Digo yo…


Por otro lado, no hay nada más regocijante que el circo de la última semana pre electoral. Por un lado, las entretenidas peleillas de familia con la complacencia bonachona de Rajoy (la última batallita: la renta de Esperanza desvelada en la Agencia de Montoro). En los restantes frentes, la hilaridad es inevitable, por ejemplo cuando oímos a Pablo Iglesias anunciarnos la limpieza que piensa hacer de pijos, mentirosos, hipócritas y miserables, mientras nos ilumina con la marcha imperial –tachán, tachán, tachán- de los zombis de Aznar. En este baile de series televisivas, Rivera no quiere saber nada de juegos de sillas o de tronos: tiene la intención de no pactar, porque lo que hay es que ganar, suponemos que para facilitar el consenso con su nueva mayoría. Sin olvidar el ejemplo andaluz, donde la democracia real parece estar reducida a una simple táctica partidista. Si este es el panorama, ya sabemos lo que nos espera.


Menos mal que tendremos motivos de alegría con las movidas ministeriales que se avecinan: Guindos declara abiertamente que ya tiene bastante con cuatro años de salvador de nuestra economía y que se va; si fuera por él, a la poltrona europea. Montoro, su discípulo amado, se rumorea que va por el mismo camino. Y, puestos a cuchichear, parece ser que el ministro Wert pidió a Rajoy su nombramiento de embajador ante la OCDE, con sede en París, coincidiendo con el de Carmen Gomendio como directora general adjunta del organismo internacional. Aunque alguien se alboroce con ello, la verdad, no es muy relevante en estos momentos en que –en palabras del propio Rajoy- “ya nadie habla de paro”. Por cierto, algo bueno ha sido visible esta semana: el butano baja a los 14,12 euros la bombona. En estos momentos en que estamos a punto de morir de éxito –es la economía, estúpido- hay motivos para estar contentos y dejar de mirar el lado oscuro del deseo.


En el fondo –y en serio- Alejandra tiene razón: hay que ser benévolos, saber disculpar, ser optimistas en la búsqueda del lado agradable de los problemas. Debemos alentar emociones y sentimientos positivos con horizonte transformador. No sé si ello es suficiente, a la vista de los resultados del domingo como reflejo de los efectos del paro y la corrupción.  Después de estas elecciones –que harán regresar la decencia como desea LLedó-, es de suponer y esperar que venga un tiempo de reflexión –algo de autocrítica-  y búsqueda de encuentros –entre adversarios y no entre enemigos-  para atinar con soluciones de diálogo y consenso.

Al menos, constato que la juventud demanda ver el lado positivo de las cosas. Es un buen síntoma.