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Alarma social PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Lunes, 16 de Junio de 2008 17:23

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16.06.2008 -
SALVADOR MARTÍN DE MOLINA
CON su estilo desgarrado, El Roto nos mostraba un hombre con un machete de carnicero clavado en el cráneo, que serenamente decía «no me quejo para no crear alarma social». Y lleva razón el humorista, pues en estos días estamos en pleno sobresalto social y si no nos quejamos es porque no queremos agrandar la espiral del desasosiego, de la incertidumbre, del desconcierto y de la angustia social.

Del extranjero, que es tanto como decir que de nuestro entorno, nos vienen noticias verdaderamente alarmantes. El Sr. Bush -el gran muñidor de soldados que se entretienen con pegar tiros al Corán delante de los malvados musulmanes, el gran defensor de los derechos humanos que vuelan, literal y físicamente, por encima de Guantánamo- se despide de sus aliados europeos para pedirles medidas adicionales contra Irán, constatar cómo se amplia el plazo de las detenciones sin cargos y agradecerles lo que están haciendo en pro de la humanidad y, en especial, del bienestar social: qué placer volver a la semana laboral de 60 horas, qué desiderátum poder limpiar el suelo patrio de gitanos y demás escoria social, incluso, oiga, qué descanso la medida adoptada por el inefable Berlusconi de blindar las escuchas telefónicas que pudieran acordar jueces y fiscales. Por ello, les digo que no siento nostalgia de que nos olvide el susodicho en su periplo de despedida: que Dios -al que con frecuencia imploró para emprender sus hazañas pasadas- le de muchos años de paz, aunque no sea de la que él buscaba en el oriente del mal.

Y, sin salir de casa, cuantos motivos de inquietud nos acechan. No me refiero, como es obvio, a las pequeñas bagatelas que enredan entre sí a los componentes de la familia pepera, ni al nirvana inexplicable en que están asentados los ministros del gobierno socialista. Esto es minucia podrida en comparación con el guirigay que nos han ofrecido los propietarios minoritarios del negocio de los camiones, que reivindican no se sabe bien qué metas. Y yo que creía que estos señores eran los amos de la carretera y, aunque con las mismas fatigas que el resto de los españoles, se bandeaban como el común de los mortales; pero, no, están absolutamente desamparados en sus derechos laborales, aunque sean dueños de sus negocios. Es el nuevo modelo de la huelga patronal, con sus piquetes coactivos y todo, lo que, en definitiva, repercute en el abastecimiento y en el comercio, en todo el cuerpo social, incluso con mayor incidencia en los más desfavorecidos. Estoy tentado de declararme en huelga, junto a los colegas que cobran una pensión, para que el Estado nodriza nos ponga una paga mínima que garantice nuestra subsistencia, incentive el desgaste que nos supone enterarnos del coste de la cesta de la compra, nos asegure un bueno, que nos de un aplazamiento en nuestros pagos a Hacienda, nos compense con el aumento del IPC y las consecuencias de la desaceleración y lo que sea con tal de asegurarnos la tranquilidad.

Propongo que nos tumbemos todos a los largo de las calles de nuestros pueblos y ciudades y, así, paralicemos la vida ciudadana. Es posible que el Gobierno se entere de nuestras estrecheces, incluso que los camioneros se compadezcan de nuestra situación y vuelvan a permitir el suministro de artículos de primera necesidad para el resto de los opulentos conciudadanos.