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Ya no tengo hambre PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Lunes, 09 de Junio de 2008 17:28

09.06.2008 -
SALVADOR MARTÍN DE MOLINA
COMO parece ser que me ha cambiado el metabolismo, en más de una ocasión alego a la hora del almuerzo la excusa de que 'ya no tengo hambre', sin que se me caiga la cara de vergüenza a la vista de lo que nos rodea. Por eso, quizá sea conveniente hacerme alguna reflexión de las de andar por casa y trasládasela a mis lectores, como siempre que acometo la tarea semanal de comentar la realidad que nos envuelve. Y, en estos días, nada mejor que hablar de la hambruna, 'a propósito' de la reunión de la FAO, sin ánimo de polemizar ni de sentar cátedra como si de un analista especializado se tratara.

El tema -como todos los problemas irresolutos- se nos presenta como si de un fenómeno novedoso se tratara, cuando sabemos que existe desde la noche -y nunca mejor usada esta palabra tenebrosa- de los tiempos. Siempre los mismos síntomas, siempre las mismas soluciones. Teóricas, por supuesto. A veces duda uno de que haya alguien a quien interese realmente que el hambre se termine, pues, si así fuera, ya habría desaparecido la distinción entre pobres y ricos. Para que el ecosistema (figuradamente hablando) se mantenga, deben pulularlo pobres y menesterosos, desamparados y famélicos (más de ochocientos cincuenta millones, de personas, sí, amigos, de personas hambrientas), para que, como es lógico, los ricos, los poderosos, los saciados -aunque poco numerosos, es la verdad- se reúnan en busca de soluciones que nunca llegan. Cuando yo empecé a estudiar Derecho, me parece recordar que Jenillek -definidor del Estado como poder de mando originario- nos decía que solo hay dos clases de hombres: los que mandan y los que obedecen. Y me parece que la cosa sigue igual, o, para ser más exacto, peor, porque cada vez se agranda más el abismo entre ambas categorías.


El problema ha pasado de la falta de alimentos a su mala distribución, de incentivar y proteger la agricultura al abandono del campo, del efecto llamada a la ley Berlusconi, incluida la mendicante raza gitana. En este contexto, se señalan, como causas de la grave crisis de alimentos, la escalada del precio del petróleo y la aparición de los biocombustibles, el crecimiento de la población mundial y la entrada en escena de India y China, los impactos medioambientales o especulativos, la necesidad de armonizar medidas excusas y solo excusas dilatorias. La FAO se preparó con opiniones sesudas -incluso atractivas como la del tándem Brown/Zapatero- y se clausuró con ingenuas declaraciones y grandilocuentes propósitos. Confío en que, aparte de las posibles soluciones que se discuten en tan importantes foros internacionales (garantizar el Programa Mundial de Alimentos como señalaba el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, la eliminación de las medidas proteccionistas, las inversiones en infraestructuras en los países pobres y otras), habrá alguna posibilidad -a nivel personal y concreto- de salir de esta espiral de la pobreza.

No sería un sueño pensar que a mí, a nosotros, nos incumbe aportar nuestro granito de arena para intentar paliar la situación. Posiblemente, bastaría con saber encauzar mi pequeña aportación, en vez de pretender convertirme en cliente multinacional de chucherías y bagatelas. Quizá formaríamos una inmensa playa, en la que alguien, mirando el horizonte, podría decir 'ya no tengo hambre'.