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Vivir con esperanza PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Lunes, 19 de Mayo de 2008 17:49

19.05.2008 -
SALVADOR MARTÍN DE MOLINA
 
HACE unos días, con referencia al problema de la pobreza, leía en estas mismas paginas unas frases, en las que su autor, J. Mª. de la Torre, nos decía: «Así que cuesta trabajo tener esperanza. Esperanza ¿de qué? Esperar ¿qué?, ¿para qué? Y, sin embargo, no hay que perderla».

La verdad es que, como en todas las cuestiones esenciales que hacen referencia a nuestro ser y vivir en este mundo, el dilema que se nos presenta es de difícil solución. Siempre ha coexistido la pobreza y no parece que haya signos de su deseada desaparición. Es consustancial a nuestra manera de ser, tendente al culto excesivo de uno mismo y que, precisamente por esta exaltación de lo que sea mío, hace que nuestras ansias de superioridad predominen y seamos propicios a considerarnos como centro de atención, acaparador de lo que nos rodea y, por lo tanto, afloradores del egoísmo humano que, al propio tiempo que tiende sólo al propio interés, nos lleva al descuido de los demás y sus necesidades. Procuro acaparar todo lo que me proporciona placer, comodidad, disfrute, mientras que tú, a lo sumo, recoges las migajas que sobran en mi opulenta mesa.

Por lo demás, estas grandes lacras de la humanidad -unidas al ansia de poder- siempre se han hecho patentes. Algunas parecen que tienden a desaparecer, como es el caso de la esclavitud, por lo menos en lo que se conoce como mundo civilizado, si bien es verdad que aparecen nuevas y más sutiles formas de esclavitud con la misma finalidad de someter a unos frente al poder de otros. Y otras, que parecían haber sido enterradas -como el sometimiento a la inquisición, a la censura o cualquier otra forma de sumisión- sólo han sufrido un eclipse temporal, pues los que detentan el poder son insaciables en sus apetencias de dominación. No quiero mencionar el tema de la emigración, indisolublemente unido al de la pobreza, pues por si sólo es merecedor de un tratamiento separado, que no se hará esperar a la vista de las leyes que nos prepara el Sr. Berlusconi (¿merecen este calificativo las medidas retrógradas que se nos muestran como avanzadilla de la nueva derecha italiana?).

Pero, retomando el problema vergonzoso de la pobreza, es evidente que estamos ante un estigma de la humanidad, como lo es el de las enfermedades, ambos irresolutos y que azotan nuestras vidas con crudeza solo predicable de la condición humana. Por ello mismo, no puedo quedarme en las preguntas iniciales que se hacía el articulista y amigo De la Torre, referidas a la esperanza: ¿de qué, qué, para qué? Vivir sin esperanza no es vivir, porque caeríamos en un nihilismo insoportable. El hombre desesperanzado es el que no tiene metas ni referencias, el que vive sólo de tópicos, el hedonista, el espectador pasivo, insolidario o individualista.

Mi conclusión es la misma que la suya: no hay que perder la esperanza. Pero la pregunta sería: ¿Dónde encontrarla? Creo que la salida estaría en no perder el empuje y el entusiasmo, ni deslizarnos hacia la indiferencia. Sé que es difícil, pero es preciso bucear en nuestro interior para preguntarnos cual pueda ser nuestra aportación a la solución. Hay que intentar vislumbrar proyectos y asumir riesgos, buscar la esperanza en la historia del hombre de hoy, de forma paciente y lúcida, aunque inconformista, solidaria y creativa. Con el compromiso que brota de las propias creencias.