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El voto inocente PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Martes, 04 de Marzo de 2008 00:00

 

EN las pasadas fiestas de Reyes observé la ilusión de mis nietas y, ahora, me resulta enternecedor ver a la mayor de ellas, con ocho años cumplidos, recibir con alborozo los euros que un pícaro 'ratoncito Pérez' esparce por el salón, mientras contesta con toda confianza a la pregunta que le ha dejado escrita su ratonzuela- abuela, sobre los dientes que le quedan por mudar. Me pregunto cómo es posible, que, a pesar de que algunos amiguitos les ilustren sobre la verdad de los trueques, los niños no pierdan la compostura, ni se rasguen las vestiduras al caer el manto del misterio. Posiblemente será porque los hombres, en el fondo, estamos necesitados de un espacio amplio en donde se confunda la realidad con la fantasía y nos resistimos a rasgar el velo de la inocencia. Es conmovedor. Como lo es, comprobar cómo nosotros, mayores y sesudos, también nos embobamos a diario con diversos ardides. Nos engañan en los medios con seudo verdades, que sólo responden a criterios económicos y de mercadotecnia. Nos embaucan las multinacionales que sólo buscan, a través de sus desorbitadas campañas publicitarias -cuyo coste es el noventa por ciento de el del producto ofrecido-, hacernos adictos a sus bebidas y mercaderías. Y qué quieren que les diga de los cambalaches periodísticos, como el que he visto hoy mismo en dos portadas nacionales: el PP reduce las distancias, dice un periódico; el PSOE aumenta su ventaja, dice el otro. ¿A quién creer?

Sólo les diré que no se explicarme el embeleso, en vísperas electorales, ante eslóganes tan sugestivos como los de 'yo voy', soy 'más de izquierdas', 'ahora es posible el cambio con cabeza y corazón' o estamos 'en tiempos para creer con todas tus fuerzas', verdaderos paradigmas alternativos que, la verdad, no nos sirven para nada. Claro es que, si añadimos a ello las ofertas sin fin y comprobamos atónitos como un partido de la derecha nos ofrece una rebaja de impuestos en beneficio de los más necesitados, mientras que el de izquierda aboga por la desaparición del impuesto de patrimonio de los ricos, ya me dirán que he de hacer para abstraerme de la pura prestidigitación. En el entretanto, se celebran dos debates televisivos con pretensiones de aclarar algo y resulta que se insiste en más de lo mismo y -aparte del intento de manipulación estadística- se recurre a locuciones extremas de apropiación exclusiva (España, Patria, Bienestar) y a expresiones hirientes (mentiroso, inmoral) para provocar y encandilar al electorado, jaleados a posteriori por los comunicadores y los medios de expresión que no ayudan a la templanza y a la cordura, necesarias para la reflexión y decisión. Y, paradójicamente, seguimos creyendo en unos y otros; retroalimentando nuestra ignorancia, sólo oyendo y leyendo a los que piensan como nosotros, sin discernir entre la verdad y la mentira, sin de juzgar más allá de las apariencias, lo que nos avoca a sentenciar sólo de oídas. Simplemente, somos como niños. Y ellos, portadores de palabras propias, no diría que de embaucadores, pero sí que -casi de seguro- de chamarileros. Con perdón. Nuestra única ventaja es que hemos perdido la inocencia de los niños y ya sabemos a qué atenernos. Y votaremos consecuentemente con nuestras convicciones que, pese a todo, las tenemos..
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