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El extranjero PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Martes, 19 de Febrero de 2008 00:06

 

YA no cabe la ambigüedad en el tema de la emigración: hay un problema real y hay que resolverlo. De momento, exigiendo la adaptación a nuestras costumbres. Estamos, pues, de enhorabuena, pues sabemos a qué atenernos y, si los emigrantes se portan bien, se ha dicho que «les vamos a ayudar para que se integren». Es una tranquilidad, aunque quedan dos pequeños problemas por resolver.

Uno, qué ha de entenderse por nuestras costumbres. ¿La jota o las sevillanas, el Barsa o el Madrid? ¿Son recomendables la siesta, los toros, el landismo, el tomate ? Habría que buscar un nuevo árbitro de elegancia española, a modo de Petronio romano o de mitológico Adonis griego, para que sirviera de prototipo que reflejara para los extranjeros la figura del español medio. Los que vengan a nuestra tierra, deberían portar un distintivo que acredite la sumisión y respeto a nuestras costumbres. Hombre, me dirán, no hay que exagerar. También lo creo yo, pero, si no se pretende esto, no sé para qué la soflama de las costumbres. El respeto a las leyes es exigible a todos, con o sin contrato previo, que para eso está el contrato social que suscribimos, desde J.J. Rouseau, cuando optamos por la democracia. Tampoco se nos exige que seamos seráficos y piadosos como en las viejas constituciones. Y sería demoníaco pensar en aquellos certificados de adhesión o de buenas conductas.

El otro escollo es aclarar en que consistirá nuestra ayuda, lo que es aún más nebuloso. El tema, a mi juicio, viene de lejos: desde Cisneros y Felipe II con sus limpiezas de moros y judíos; y, en el entretanto, nos olvidamos de nuestro protagonismo como emigrantes, no ya el que ahora sigue cruzando el charco, o el que hace nada se fue desamparado a Europa, sino el más lejano de nuestra avalancha americana, donde -con la salvedad positiva del mestizaje- nosotros fuimos maestros de la integración: llevamos nuestras costumbres para que otros las adoptaran. Ahora, pretendemos la integración, pero al contrario. Eso es saber adaptarse a los vientos de los tiempos. Y lo peor es que el 56 por ciento de los encuestados está de acuerdo con esta solución de limpieza ¿A dónde vamos a llegar?

Presiento que la aventura del emigrante es la más profunda y lacerante de la condición humana. Es el drama permanente del desarraigo y nos revela como el hombre, en su mismidad, en toda su singularidad humana, se enfrenta a los demás, sin más esperanza que encontrar una acogida al grito desesperado del que se despoja de la nada que le pertenece y se agarra a la patera de lo desconocido.

Hay un pasaje en la famosa novela de Albert Camus, en el que 'el extranjero' -un oficinista occidental juzgado por matar en una playa argelina a un árabe- constata cómo el Procurador en su alegato, declaró que yo no tenía nada que hacer en una sociedad cuyas reglas más esenciales desconocía y que no podía invocar al corazón humano cuyas reacciones elementales ignoraba

¿Es este el cruel alegato que nos queda por desgranar? Pobre sociedad española.

Pero, en el ámbito personal, sé que uno de los motivos para la llamada definitiva será el de 'fui forastero y me hospedásteis', una relación misteriosa y real, que hace que me pregunte qué podemos hacer en el mundo actual por estos necesitados, más allá de exigirles un contrato.
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