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Una limpieza de corazón PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Martes, 12 de Febrero de 2008 00:07

 

A caballo entre el carnaval y la cuaresma, bueno será desconectarse de este griterío en que se ha convertido nuestra cotidianeidad, por lo que a veces me pregunto si no sería el momento de tomar cierto respiro y, por lo menos, quedar en silencio oyendo nuestra nadería. Esta mañana, al pasar junto al patio de un colegio y ante el alegre chillar de los niños, me resultó especialmente doloroso el sentir el grito sin voz de los inocentes y limpios de corazón, que es el escenario que nos rodea. La verdad es que apenas reparo en ello. De continuo me topo con estas situaciones y la insensibilidad de todos los días ciega mis ojos y enmudece mi lengua. No quiero ver ni deseo hablar, pero ahí esta la cruda realidad, tozuda como un mulo y evanescente como un deseo.

Al pasar por los Jardinillos, unas voces desusadas me han llamado la atención y, al volver la cabeza, he visto dos bancos en los que se sentaban seis o siete deficientes mentales que hablaban con un monitor, que les contestaba solícito y monótonamente les daba recomendaciones, mientras tomaban el tenue sol de este febrero. Me ha venido a la memoria que, al comenzar la mañana, los que practicamos natación terapéutica, hemos esperado en la piscina municipal a que se saliesen de ella, otros tantos que tomaban su baño bajo la vigilancia de robustos loqueros. Y he caído en la cuenta de cuanto abundan esto seres desamparaos que pueblan nuestra ciudad y nos rodean en amistosa o inamistosa compañía, mientras nosotros mismos paseamos las propias dolencias y miserias. Y pienso en tantos ancianos y enfermos desvalidos, dependientes les llaman ahora, y en las innumerables personas que forman parte de la vida cotidiana y que, sin embargo, permanecen marginadas, seres entrañables, puros, incontaminados. Son los lisiados, minusválidos, dementes, desposeídos, tontos que van desgranando sus días por las calles, que a todos hablan y van diciendo sus -y, casi siempre, no tanto- incoherentes discursos.

En todo caso, yo creo que nos dan un ejemplo a imitar, porque, en estos tiempos de palabrería grandilocuente, son los humildes que -como nos dice Sofonias- van buscado la justicia con mansedumbre, precisamente porque, ante nuestras vergüenzas, van desfilando sus carencias sin otras pretensiones. Son los que, sin regodearse en las catástrofes ni inventarse o aumentar los agravios que reciben, recorren -en aparente infelicidad- todos los caminos de las buenas aventuras. Si, de las idas y venidas por este nuestro mundo de miserias y poquedades, en definitiva, los que corren las verdaderas y buenas aventuras -bienaventuranzas las llamaban-, las que nos pusieron como ejemplo y que, como todo ejemplo, no nos esforzamos en seguir.

Por ello, en estos días quizá sería bueno cantar las horas en el silencio de un monasterio apartado, como han disfrutado mis amigos Pilar y Ramón, para, al salir, tener ojos palpitantes con que contemplar a estos limpios de corazón, que necesitan nuestro tiempo y nuestra escucha, para acogerlos, pensar con ellos, sentir sus privaciones y llegar a penetrar en mis miserias hasta los ángulos del altar y las bóvedas del cielo.

Y, sobre todo, para intentar imitarlos. Me figuro que ello debe serenar el espíritu
.