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Comportarse civilizadamente PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Lunes, 21 de Enero de 2008 16:18

 

AQUELLO de que más vale una imagen que mil palabras, vendría a ser cómo más vale una buena viñeta humorística que mil editoriales. Esta mañana, una de Mingote me induce a este desazonado comentario, en contra de mi natural optimismo, pero es que hay días en los que lo mejor que podemos hacer es pasar página.

Una de sus típicas parejas se cuentan sus cuitas y él dice 'En lugar de la Alianza de Cavilaciones, habría que conseguir que los aliados se comportasen civilizadamente'; y ella le contesta con escepticismo '¿y dónde dejas la política?'. Esto me lleva a observar la falta de civilización de muchos políticos y comunicadores a los que toda iniciativa del oponente es merecedora no solo de los ataques más furibundos, sino de las muestras de desprecio más incivilizado.

La reunión de Madrid a la que asisten varios presidentes de Gobierno, primeros ministros y otras Organizaciones de 82 estados, en la que se aspira a articular en acciones concretas la llamada Alianza de Civilizaciones -en un intento de promover el diálogo intercultural y el entendimiento entre distintos modos de comprender y vivir este mundo de hoy-, se calibra con la diversidad deseada. Pero, aunque el proyecto pueda ser considerado como una nueva ilusión de quien ya ha dado muestras de cierta -o excesiva- ingenuidad, ello no autoriza a despacharlo con epítetos despectivos, ni con ironías fuera de lugar. La ironía es un arma utilizable políticamente, necesaria para la salud del espíritu y una muestra de inteligencia; pero no utilizada como descalificación radical. Burlarse de la 'importancia' de los asistentes a la cumbre de Madrid, preguntándose si una serie de mediocres políticos y sus comparsas eran los que iban a solucionar el problema de la lucha de civilizaciones -entre ellos, el Presidente de Eslovenia que lo es de la UE, el Secretario General de la ONU Ban Kimoon, y el Alto Comisario de la misma Sampaio, así como el Primer Ministro Turco Erdogan, a los que, por cierto, no se cita, para hacer mas creíble la tesis-, no sé si reforzará nuestra percepción del líder de la oposición como un dirigente, acerado pero certero, o, por el contrario, nos llevará a lamentar esta postura vejatoria con la diplomacia extranjera como improcedente en un estadista.

El que toda la política exterior de nuestro Gobierno sea tachada de irresponsable y mendaz (temas Bush-Chávez, Marruecos y, entre otros, este que nos ocupa) es el pan nuestro de cada día. Puede ser una manera lícita de enjuiciar a nuestros gobernantes, tan respetable como la contraria y que cada uno se quede con el flash que más le guste. Pero me ha hecho recordar, con Mingote, que los primeros que debemos civilizarnos somos nosotros mismos, en nuestra perspectiva política. Y bien haríamos en buscar espacios de confluencias, pues -como dice el editorial de este mismo diario, del día 16- «en cualquier caso, si alguna condición es imprescindible para que España ocupe una posición de liderazgo en el diálogo entre culturas y gobiernos de distintas tradiciones es que esta participación no continúe siendo motivo de desencuentro en la política nacional».

Pero sospecho que la diplomacia no es el fuerte de Rajoy, a la vista de cómo afronta este tema y cómo ha despachado el asunto Gallardón.
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