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Una mañana de sol PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Lunes, 14 de Enero de 2008 16:20

 

E S domingo y luce el sol blanquecino de principios de año. Unas niñas esquivan con sus saltos la comba del día de Reyes que se parece -cosa rara en estos tiempos- a las combas de toda la vida, aquellas que saltaban mis hermanas y, más tarde, mis hijas, mientras cantaban alegres sonsonetes sus cadencias a imitación de los cantos gregorianos, me recuerdan la solemne música de aquella mañana en la Catedral, mientras el coro de canónigos entona el laude dominical y las notas del órgano no se si salen de las robustas columnas que diseñó Vandelvira o suben por ellas a las alturas.

A mediodía, el frío de enero se diluye junto a los rayos de un sol que se agradece y me invita a interrumpir mi paseo matinal y a sentarme -placentero resquicio de la madurez- en un incómodo banco, junto al museo sin visitantes de nuestra historia ibera. Entrecerrados los ojos para esquivar la luminosa caricia del sol, soy capaz de contar las subidas y bajadas, las idas y venidas de los habitantes de mi ciudad: un muchacho sudamericano bien embutido en un anorak de colores chillones; una señora mayor pero de envidiable paso ligero que sale del mediano supermercado con un cesto de la compra bien repleto; dos jóvenes deportistas haciendo footing con desgana sin considerar como meta las banderolas del hotel, cuando pasan bajo ellas; un señor respetable con dos bolsas transparentes conteniendo barras de pan, con destino probable al sustento de sus atareadas -o descansadas- hijas; tres jóvenes sobre sus tablas de patines esquivando como pueden, a toda velocidad, a los tranquilos viandantes; una joven, entradita en carnes y embutida en un felpudo, que da de mear a su perrito en el árbol sin hojas que está junto a mi banco; un señor muy trajeado con otro perrito en una mano y en la otra una bolsita para sus necesidades; una pareja -debe ser un matrimonio- que baja por la acera sin hablarse; otra pareja -debe estar recién apareada- que sube la acera mirándose a los ojos y retozando; dos muchachas muy conjuntadas: una, con pantalones ceñidos a las costuras de sus braguitas, embuchada en unas enormes botas al estilo del más rancio oeste americano, y, la otra, con menos que minifalda a la que no se le ve la ropa íntima -creo que porque no la lleva-, aunque, eso sí, ambas con un escote tan generoso que no me explico para que les sirve; las dos chicas adelantan a una mocita cubierta de una falda larga y ampulosa; una cola que espera para comprar lotería; la escalera de la iglesia que apenas se utiliza; dos negros en busca de un lugar propicio para establecer el comercio ambulante de sus mantas y dos policías, no se si al acecho o hablando de sus cosas Sigo mirando durante un rato el desfile de la dual fauna jienense y me pregunto -si, a estas alturas del discurso, tengo discernimiento- a cual de estos especímenes de la comedia humana me parezco. Me levanto, casi avergonzado de haber monopolizado aquel agradable calorcillo y un tanto temeroso de que alguien conocido me haya visto y piense que no aprovecho la mañana para pasear. Y me sumo a la presurosa procesión que a diario se forma en nuestra ciudad para visitar el nuevo Cortes Inglés que, en estas fechas, abre todos los días y fiestas de guardar. Es el signo de los tiempos.
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