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Para un hombre nuevo PDF Imprimir E-mail
Escrito por administrador   
Lunes, 31 de Diciembre de 2007 16:25

 

PARA hacer honor a aquello de que los hombres como yo -es un suponer- somos los únicos animales que tropezamos en la misma piedra, voy a insistir en temas tan pocos originales como los de esta noche es Nochebuena -con el que les aburrí el lunes pasado- o el socorrido año nuevo hombre nuevo. Les agradezco su benevolente lectura.

Pues, a lo que íbamos. El año que acaba, o el que empieza, es ocasión propicia para hacer balance, que, por desgracia, es horrible, y, al propio tiempo, para ilusionarnos con el cambio que siempre se pronostica vanamente con frases como «el lunes me quito de », «la semana que viene dejo de », «seguro que a primeros de mes » Nuestra ilusión y autoengaño no tienes límites. Por eso, en estos días en que estamos a caballo entre el balance y el vaticinio, es oportuno -pasado el día de los inocentes- jugar a los deseos, como si fueran un contraluz de la realidad que se muestra hiriente a nuestra contemplación. La primera instantánea sería la de los desencuentros en nuestra sociedad, llena de recelos de unos frente a otros, enfoque del que -es la peor perspectiva- nadie quiere moverse porque, simplemente, siempre el otro es el culpable. Y lo triste es que el desenfoque sólo nos muestra una ETA sanguinaria y riente, como guinda del pastel, mientras el Rey clama en el desierto y pide la cultura de la unidad, sin que nadie se dé por aludido. Sería, pues, deseable que los unos dejen sus vagas y bulímicas reflexiones, reconozcan la parte de culpa en mantener más allá de lo razonable la teoría del escenario de paz (hace un año se nos dijo que por ahora estaríamos mejor) y entonen el mea culpa, aunque no se cierre la posibilidad de intentarlo de nuevo cuando ello sea posible y necesario. Y también es de esperar que los otros abandonen catastrofismos y teorías conspirativas que sólo se mantienen por los fracasados del rencor y el mercadeo, y que, ante los grandes temas de Estado, estén dispuestos a un consenso coherente, en el que se reconozca quien debe dirigir la política en estos casos. Con independencia de que algunos nacionalismos abandonen su esquizofrenia. Son deseos de difícil consecución, pero creo que serían posible si los medios de comunicación -en especial, sus santones más significativos- ayudaran a la deseable concordia.

Dejando la perspectiva pública y asumiendo nuestra postura personal, sería oportuno preguntarse qué he hecho a favor de los desconocidos y los extraños, si ha existido en alguno de los 365 días un atisbo de integración hacia su cultura y su presencia entre nosotros. Indagar -y esto parece más pausible- como he respondido ante los problemas de amigos y conocidos, si alguien puede ofrecerme su sonrisa de agradecimiento por cualquier afecto regalado. Cual sea mi capacidad de comprensión ante los que me fastidian o, sin ir tan lejos, ante los ancianos y niños que me rodean, y si me han correspondido con su cariño. Y, para no salir de mí entorno familiar, ver como ha sido el entramado afectivo entre padres, hijos y esposos, y si será posible superar los desencuentros del año que se acaba. En esta especie de contrato social del que todos formamos parte, sería deseable que cada uno cumpliera con las cláusulas de sus respectivas obligaciones.

¿Seré, seremos capaces de dar carnadura a estos deseos?