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Escrito por Salvador   
Lunes, 11 de Junio de 2012 20:50

 

 

 

En un acto, mitad de beneplácito mitad de masoquismo, he tenido la desfachatez de releer mi último artículo (aquel en el que abogaba porque el  Gobierno dejara de marear la perdiz y, asumiendo la dichosa herencia, tomase el timón sin vacilaciones, eufemismos ni excusas varias) y me ha entrado una desazón que no sé explicarme satisfactoriamente. No ya por su contenido y el sombrío paisaje que se vislumbraba en los grises sueños que evocaba, sino más allá, porque –ahora lo veo con más claridad- quedaban en el aire interrogantes sobre las actitudes a adoptar para conseguir el deseado objetivo de la recuperación, no ya del deteriorado paisaje económico, sino –fundamentalmente y en primer lugar-  del entorno político y social que se echa de menos. No sólo por la falta de un mínimo entendimiento entre los protagonistas de nuestra aventura, sino por esa sensación de dejadez que nos embarga a todos los ciudadanos. Haría falta alguien que nos dijera –como El Roto esta semana- “no es la economía, es la moral, estúpido”.

Sí, la moral, los valores, porque lo de la economía no tiene remedio, ni es la solución, como estamos hartos de comprobar. Tal es el desbarajuste que, aunque se veía venir el inevitable rescate, todavía nos hemos pasado la semana en  ambigüedades e inútiles demoras. No sólo hemos dado circunloquios sin fin sobre lo que íbamos a hacer (pedirlo, esperar que nos lo ofrecieran, buscar formulas intermedias de rescate suave o light) sino que tampoco acertábamos a concretar el monto y cada día nos salía un ministro, un subsecretario o cualquier capitoste para dar su cifra, hasta el punto de que Rajoy se vio obligado a desautoriza al PP y al Gobierno sobre la cantidad de la deuda a sanear: “¡Pregúntenme a mí!” dijo, claro es que, tras escuchar a las auditoras;  "a no ser que alguien sepa más que yo", Irónica respuesta del presidente del Gobierno a los rumores sobre la situación financiera real. Ya no hace falta preguntar nada: sabemos el tope –inicial- de la operación y que no se trata de un rescate, sino un crédito, algo especial, distinguido y enormemente beneficioso para todos nosotros, en palabras del Sr. Presidente, digo: del Sr. Guindos (que él sí que es miembro del Eurogrupo, al que no pertenece el llamado Rajoy). Ya no nos importa que el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, advirtiese al Gobierno español que la clave  está en hacer un “análisis realista” de las necesidades de las entidades y de la capacidad del Estado para captar los fondos. Ni que el CES haya puesto de relieve las enormes diferencias –que se pueden estimar inmorales-  existentes en el abanico de los ingresos de los españoles  que se podrán ver agudizadas si se ahonda en la rotura del pacto social (sanidad  y educación).

 

Me puse a redactar estos comentarios, después de rendir culto al desayuno diario, lo que acostumbro a hacer con mis hijos y mi nieto, en una de las repletas cafeterías del entorno de la Catedral y de encontrarme con  mi amigo Juan con el que comenté por encima la situación que atravesamos que contrasta con la afluencia de personas en la calle y en las terrazas. Me dijo que la tarde anterior, al salir de su oficina, le había resultado difícil encontrar velador en la calle Mesones y aledaños. ¡Curiosa crisis esta que, por lo menos, nos permite los pequeños dispendios de los diez o quince eurillos! En todo caso, coincidimos en que planea la incertidumbre general.

 

A propósito  de ello, sería preciso preguntarse  si está dentro de lo permisible la austeridad que se nos exige –y se nos exigirá- y si todo ha de ser ofrecido en el altar de la rigidez fiscal, castigando, precisamente, a los que somos objeto de las veleidades –por decirlo eufemísticamente- de los que –teóricamente-  mandan  y de los que  –realmente- ordenan nuestras vidas. Y, sobre todo, si no sería el momento de lamentar la ausencia de voces críticas ante estas actitudes desvergonzadas. El CIS nos ha recordado que nueve de cada diez españoles ven la situación económica peor que nunca. Por ello, más allá del escepticismo o –lo que es peor- la indeferencia ante todo lo que se nos dice y todo lo que se improvisa, habría que alzar la voz decididamente para salir del marasmo y buscar otros caminos en los aledaños más éticos de la política, porque parece como si fuéramos conscientes de que estamos siendo flagelados, pero que nos encontramos a gusto con este castigo maldito….

 

 

Es quizá la hora de ir más allá de la unión económica y buscar la comunidad de esfuerzos para un pacto social que evite la perdida de las cotas sociales que hemos conseguido a lo largo de los últimos años. Y las esencias éticas y morales de nuestra cultura. Tal como está el cotarro, bueno sería liarse la manta a la cabeza y hacer caso a la iniciativa que veinticinco grandes ONG (Caritas, Unicef, Cruz Roja, entre otras) que, bajo el lema de “somosasí”,  pretende que todos colaboremos para darle la vuelta a las cosas. Se están viendo testimonios en ese sentido, como el de José Tomas que ha  donado cincuenta mil euros a Caritas, institución que da a diario testimonio de las crueles circunstancias de una considerable –y cada vez mayor- parte de nuestra sociedad.

 

En este contexto, me estremece peguntarme cual es nuestra aportación –más allá de una grave hipocresía- y, sobre todo, cual sea mi porción alícuota, si es que pongo algo de mi parte.