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Hasta el gorro PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 25 de Junio de 2012 07:34

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Estos día, en los que nos asedian, aparte de con “La Roja”, con los torneos de Roland Garrós o Wimbledom (el caso es entretenernos con algo vital), es frecuente oír la palabra “Ace”, voz inglesa que, en tenis, significa “tanto directo de saque” y se pronuncia “éis”. Con lo fácil  que es decir la madre que te parió, en vez de pronunciar  “méis of the péiro”, o –parece ser lo correcto-  "What a people!". Pero, amigos, esto es “pacata minuta” –para ser más exactos: pecado venial-, comparado con la escena en que nos movemos, en donde ninguna palabra se corresponde con su significado, ya sea de signo lingüístico, ya lo sea desde un punto semántico,  semiótico o, simplemente,  el que le proporciona el común de los mortales. Por el contrario, hablamos –e intentamos entendernos- con la perpetua sospecha de que una misma oración gramatical puede representar enunciados distintos, con interpretaciones diferentes según el contexto, o, más cabalmente, según los sujetos que la emitan o la recepcionen.

Todos estamos sumidos en la confusión. Y no sólo mi vecino y yo, sino todos los que nos preocupamos por comprender lo que sucede a nuestro alrededor –los que no sienten estas inquietudes, ya se sabe: viven felices-. Desde nuestros políticos, hasta los líderes mundiales, pasando por lo europeos –si es que existe alguno con la talla requerida-, incluidos guías espirituales, expertos economistas, analistas, tertulianos (lo malo, abunda) y el sursum corda.

 

El PSOE, en su día, dijo que la crisis que se negaba era una crisis sistémica y mundial; ahora, Rubalcaba parece inclinarse por la ineptitud de Rajoy y su equipo.

En aquel entonces, el PP decía que el mal era Zapatero y que ellos sabían lo que había que hacer para alcanzar la felicidad; ahora, Rajoy y su equipo nos reiteran que hacen lo que pueden o lo que tienen que hacer –aunque no les guste-  y, la verdad sea dicha, dan la sensación de ni tan siquiera saben lo que tienen que hacer. O, por lo menos, lo disimulan muy bien, con tanto dimes y diretes, tanta Europa y tanta autarquía de pacotilla, tanta maravillosa ayuda crediticia de nuestros amigos de la derecha europea y tanto abominar del rescate tremendamente dañino que nos quieren imponer, tanto presionar como ser presionados…¿A dónde vamos, a dónde nos llevan?

 

Lo embarazoso es sentir la impotencia ante la falta de objetividad a la hora de expresar un juicio, cuando el sujeto debe abandonar todo aquello que le es propio para alcanzar la universalidad, esto es, aquello que Thomas Nagel llamó el "punto de vista de ninguna parte": ver las cosas desde un punto de vista general, lo contrario a lo subjetivo. Esta carencia de imparcialidad, por su parte, desemboca en la falta de credibilidad como capacidad para generar confianza.

 

Si a eso sumamos los evidentes síntomas de baja calidad democrática como el hecho de no comparecer ante el Congreso, ni siquiera en el anual debate de la Nación. Si hacemos la vista gorda a la última perla de la Junta de Andalucía que rebaja el 10% el sueldo de sus funcionarios con efectos retroactivos. Y si no nos rasgamos las vestiduras ante la nueva boutade de la Sra.  Botella que pretende solucionar los problemas recortando la recogida de basuras o la guinda demagógica de la inefable Esperanza que propone el original rescate de suprimir el TC…  Con el panorama anterior y lo que ustedes quieran añadir, pudiéramos deducir que sería correcto decir a la clase política lo del Defensor del Pueblo de Andalucía: “la verdad es que la gente está hasta el gorro de ustedes”.

Por ello, el problema no está en decir “ace” y pronunciar “éis”, como se oye cuando Nadal saca su poderosa musculatura.  Lo malo –ante la falta de horizonte económico- es el desánimo, el  descontento, la confusión, la crispación y -peor aún- la  resignación de la gente corriente ante la carencia de políticas alternativas de estímulos, a la vista de que la de ajustes no resuelve el paro ni la recesión, sino que, por el contrario, agrava el problema.