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La verdad en política PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 16 de Julio de 2012 00:03

 

Me decía Micaela, una buena amiga –que, a pesar de serlo, suele leer mis artículos- que le gustaban mi  estilo y forma de escribir pero que, a su juicio, me explayo demasiado en temas políticos. Admito que me podría dedicar a hablar de caza y pesca, de la hermosura de las mujeres andaluzas o de otros temas más jubilosos. Por estas fechas de inicio estival, escribía hace un año exactamente, en un intento de evasión, que la dicha de la leve soledad –la que te permite dejar tu huella- es difícil de conseguir.

De todas formas, entendía que merecía la pena intentar algo refrescante y armonioso, la búsqueda de paraísos por venir: podría bastar ir muriendo cada día de sonidos insufribles a fuer de tediosos, buscar nuevos ríos de fluir sereno, disfrutar de las pequeñas esperanzas y de los incontaminados aconteceres. Por ello, pensaba que -sin perjuicio de rebelarse contra tanta basura, codicia y ruindad como nos rodea- sería bueno conformarse durante el verano con pequeñas parcelas de divagaciones seudo poéticas o bucólicas.

 

Vano fue el intento en aquel entonces y, en el presente, desisto de antemano, porque cada día estoy más convencido de que es necesario sumergirse en esta maraña que obnubila y, como mínimo, intentar buscar alguna luz. En todo caso, permítaseme ser sensible al grito desgarrado de los políticos que se confiesan ante sus ciudadanos. El trágico sentimiento de la vida que vi reflejado en la voz de ZP aquel 10 de mayo, cuando nos dijo aquello de “me cueste lo que me cueste”,  fue conmovedor. Lo mismo de enternecedor me ha resultado el lamento churchilliano del “no me gusta  pero no tengo mas remedio que pedirle a ustedes sacrificios sin fin” o la figura orteguiana de” las circunstancias me obligan…”

 

Con lo que está cayendo me parecería una ligereza dejar de hablar de política, tarea seductora y, al mismo tiempo, necesaria, hasta el punto de que "para animar cristianamente el orden temporal -en el sentido señalado de servir a la persona y a la sociedad- los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la "política"; es decir, de la multiforme y variada acción destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común” (Christifideles laici, 1988). La fuerte defensa de la libertad de conciencia no es una tutela del relativismo o el indiferentismo; es una afirmación de la dignidad ontológica de la persona humana y, en este sentido, los laicos tenemos la obligación moral en la política—y en otras áreas—de mantener la verdad y hacer avanzar la libertad. Se equivocan los cristianos que -pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura- consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno (Los católicos en la vida política… Card. Ratzinger, 24.11.2002)

 

Es por ello –sin perjuicio de que durante este tórrido verano habrá lugar para discurrir por el río revuelto de la política- que en este momento deba indicar que no hay nada más lejano a ese “mantener la verdad” que la contradicción, en aras del pragmatismo o, mejor dicho, de la desfachatez, con la excusa del relativismo de las circunstancias para justificar una letanía de medidas que .aparte de contradecir lo prometido llevan directamente –y no es demagógico mantenerlo - a la esclavitud de los menesterosos por los poderosos. Ciertamente, en la doctrina social de la Iglesia el capitalismo es incompatible con el cristianismo, por lo que –desde mis convicciones personales- estoy lejos del liberalismo rampante, que acude presuroso a rescatar bancos y empresarios, al tiempo que, por ejemplo, reduce el techo de la ley de dependencia  y cierra la asistencia sanitaria a los emigrantes sin papeles. Medidas, éstas y otras, jaleadas con aplausos y jolgorio -adobados con inadmisibles expresiones soeces- en el circo romano en que se ha convertido nuestro Parlamento.

 

Poner de relieve este retroceso en una sociedad que se dice cristiana, es el único encanto que me queda: preguntarme por la razón de las cosas e intentar dar la respuesta mas justa. El pasado martes era la festividad de San Benito, el monacal, que intentó ser exponente de la radicalidad cristiana que está en la base de nuestra  identidad como Europa, cuya verdadera raíz debemos buscar y conseguir. No pretendo tener el monopolio de la verdad, pero intento que no me la impongan sin razonamiento, desde la derecha o desde la izquierda. Creo que merece la pena intentar buscar en nuestro entorno la justicia como equilibrio de situaciones de igualdad y de solidaridad social. Más o menos lo que figura en la fachada de la Constitución: un Estado social y democrático de Derecho,  en el marco de la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.

 

En definitiva, la verdad como centro de la política.