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Un tío en Graná PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 19 de Noviembre de 2012 09:39

 

 

Me parece que el viejo modismo que a veces repetíamos para indicar que la lejanía hace estéril cualquier posesión (“eso es como quien tiene un tío en graná, que ni tiene tío ni tiene ná”) ha tomado rabiosa actualidad, a la vista de la reciente huelga general, pretendida por los sindicatos a fin de que el Gobierno reconsidere su postura o convoque un referéndum sobre la aceptación de su política de recortes. Huelga continuada con manifestaciones, muy numerosas, que evidenciaron un enorme descontento social. Ambas protestas –huelga y manifestaciones- que, por lo que parece, resultan estériles para encontrar solución a los problemas derivados de la crisis.

Por mi parte y para mi vergüenza, no me veo afectado por ninguno de los posibles motivos que han alegado los huelguistas. He de confesarlo paladinamente: no he ido a la huelga –aparte de no ser vago ni maleante- porque no me han recortado en educación ya que no tengo niños en edad escolar ni se ven afectados por las subidas de las tasas universitarias; no tengo motivos para renegar del medicamentazo pues no soy emigrante y, aunque me cobran algunos eurillos cuando visito mi farmacia amiga, no me recaudan un euro por receta porque no resido en Madrid ni en Cataluña; ni me han cercenado el sueldo porque estoy jubilado, ni me van a echar de mi piso que no lo tengo embargado; en fin y por no seguir con el rollo, no me van a bajar nuevamente la pensión según me han prometido y yo siempre creo en las promesas porque soy un hombre de fe –que es creer en lo que no se ve-; a mayor abundamiento, ni me van a descontar del sueldo el día de huelga, ni soy uno de los cinco millones de parados por lo que no siento en mis carnes esos problemas que se airean lastimeramente. En definitiva, me da un poco de vergüenza revelarlo, pero no me creía concernido por los recortes y creí que estaba justificado para no manifestar mi disgusto, a pesar de que veo las barbas de mis vecinos (la austeridad agrava la recesión en Portugal (en el 3.4%) y en Grecia (el 7,2%), la Eurozona ha entrado en recesión…)  y posiblemente pronto me afeiten las mías.

 

Me consuela suponer que usted, posiblemente, tampoco ha ido a la huelga por los mismos motivos que yo o por otros tan nobles y razonables como el que si es empleado, no quiere que le quiten el jornal del día, que es un pellizco; y, si es de derechas, porque el partido le ha abierto los ojos sobre lo desestabilizador que es una huelga en estos momentos, ya que "no es el camino adecuado para reducir la incertidumbre" (Guindos); quizá sea usted un pequeño empresario y la considera "inoportuna e inadecuada" y, aunque comprende que  "la gente está agobiada, angustiada y preocupada, no es momento de seguir con la crispación"  y podía considerar que la huelga "es política y un torpedo contra la recuperación" (Rosell);  y si, lo que es muy probable, es usted lector de la mayoría de los periódicos que denostan la huelga, no habrá acudido a la llamada de los sindicatos porque, aunque no se alegra del fracaso de éstos en la huelga, le consta que son lo peor que existe en España, pues sólo sirven para cobrar las subvenciones estatales, enrollarse como liberados o formar parte de esos malditos piquetes que lo que menos que hacen es informar.

 

Por eso,  no es de extrañar el triunfo/fracaso de la huelga convocada, incluso de las manifestaciones en las grandes ciudades españolas, que han sido reflejo del manifiesto descontento que se ha exteriorizado en 23 países de la Unión Europea, como ha puesto de relieve la prensa internacional al destacar la unión de los europeos contra la contención del gasto en "una de las mayores protestas coordinadas contra la austeridad" (The Guardian).

 

Lo que sucede –dejando aparte la ironía expositiva- es que posiblemente van a ser nulas las consecuencias de tal despliegue ciudadano. El Gobierno está atento, es sensible a las protestas, pero me temo que el Gobierno no cambiará lo que considera un acertado rumbo: “El Gobierno escucha la calle, pero tiene que tomar decisiones” (Sáenz de Santamaría). A lo que se ve, no hay alternativa posible como ha sostenido el superministro Guindos.

De todas formas, me resisto a que esta sea la solución. Nada debería ser inamovible y, menos, cuando grandes segmentos de la ciudadanía –y no sólo los sindicatos- ha enviado en pocos meses mensajes inequívocamente contrarios a la política de austeridad. Es una llamada a la reconsideración de la deriva actual –que no cierra las vías del diálogo- y no es una locura irresponsable: basta pensar en la política divergente que se sigue en otros universos políticos como EEUU, Brasil, China... Y podría esperarse del Ejecutivo que atendiese la obligación ineludible de oír lo que se le dice, de escuchar y canalizar las aspiraciones expuestas y, como mínimo, pese a la mayoría que le sustenta,  dialogar y atender lo que sea compatible con una contención pausada del déficit, al tiempo que haga vislumbrar algún atisbo de crecimiento. Y cuanto antes, mejor, para que no pase lo que, por ejemplo, estamos viendo en los intentos de solucionar el tema de las viviendas hipotecadas. Y, por supuesto, llegar a consensos sin claudicar –tanto el PP como el PSOE-  como hasta ahora ante los mercados y la banca.

 

Estamos ante una confrontación, entre los que sufren -la mayoría de los españoles- y los que tienen las riendas del negocio –el mercado y el capital-,  que debería tener al Gobierno como valedor. Yo no quiero que de mí se diga que no tengo ná, aunque tenga un tío en Graná. Y tampoco quiero que el Gobierno al que elegimos cada cuatro años -independientemente de haberlo votado o no- sea el tío de Graná que nunca se acuerda del sobrino necesitado. Al contrario, yo –y todos los ciudadanos, en especial lo mas sufrientes- queremos constatar que el pariente, pese a la lejanía, se acuerda de nosotros y nos atiende con tanto –o mayor- mimo que a los desvalidos banqueros.