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Mi viaje a Ítaca PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 03 de Diciembre de 2012 00:52

 

El miércoles,  el telediario de las quince horas me pareció un dechado de infortunios. Lo repuse en TVE a la carta y pude comprobar que sólo cinco de las noticias tenían un matiz alentador. El resto, veintidós, no podían ser más desagradables, desde las breves reseñas hasta las más extensas crónicas sobre temas varios y, con mayor detenimiento, el de Bruselas y las Cajas intervenidas, con el colofón del Sr. Almunia que nos adoctrinó con que no hay que dar los nombres de los que han armado este desaguisado. ¡Venga ya!

A todo esto, sigue abierto el batiburrillo catalán. Precisamente, uno de los artículos explicativos que he leído (“Un accidentado viaje a Ítaca”, Francesc Valls) se refería a la aventura que había corrido el señor Mas y cómo este viaje le ha resultado mucho más accidentado de lo que había previsto.

 

Fue esta referencia a Ítaca la que me abrió la pluma para escribir a propósito de mi particular viaje a los deseos. He de hacer una primera referencia a la Odisea de Homero, que nos narra cómo, al finalizar la guerra de Troya,  Ulises vuelve en un accidentado viaje de diez años hacia su patria Ítaca,  donde revive con Penélope sus noches de amor. Esto se nos presenta como ejemplo de que ser autónomo y ser libre es un proceso que lleva toda la vida, llena de peligros que se han de sortear. El poeta griego pone en boca de Ulises esta súplica para evitar, durante el trayecto, escuchar el canto de las Sirenas que enloquece a quien lo oye: “Pero atadme con fuertes lazos, de pie y arrimado a la parte inferior del mástil para que me esté allí sin moverme... Y en el caso de que os ruegue o mande que me soltéis, atadme con más lazos todavía.”

 

El mito de Ulises ha inspirado numerosas obras de arte, pero voy a centrarme en el poema escrito por el poeta griego Kavafis -con versión de Lluis Llach-  que utilizó esa imagen del largo viaje y la asoció con la idea de conseguir los sueños: “Llegar a Ítaca es tu destino… / nunca temas (a los monstruos que te rodean) porque no los has de encontrar, / si no los llevas dentro del corazón… /  Pero no apresures el viaje. / Es mejor que dure muchos años / y que ya viejo llegues a la isla, / rico de todo lo que hayas guardado en el camino/ sin esperar que Ítaca te de riquezas… ”

Nos ilustra el poeta que, en un viaje, el inicio y el destino no son más que pormenores, ya que lo realmente importante es el camino que se recorre hasta llegar. Debe ser largo y estar plagado de aventuras, experiencias y riquezas de las que aprender. En todo caso, la llegada no será más que una gran decepción y, en consecuencia, deberemos emprender un nuevo viaje. Porque sólo los miedos pueden impedirnos disfrutar de la vida, siempre hemos de quitarnos las decepciones del discurrir diario y emprender un nuevo viaje hacia Ítaca.

 

Por ello, debemos desdeñar las desconfianzas y los desengaños. Mi camino hacía Ítaca debe vadear el verdadero mar, un mar dulce y árido, pero, al fin, un mar de cielos blancos y olas azules, un mar tan albo y tan celeste como las casas del Mykonos que una vez visité…

 

Es por ello que, siempre y por encima de los ruidos que nos aturden, he de dar gracias por las cosas cotidianas y –quizá por ello- hermosas que me rodean. Y que no me impedirán llegar al final del trayecto. Tantas y tantas organizaciones y personas que buscan en el servicio a los demás el sentido de sus vidas y saben entregarse a los que sufren inundaciones, pobrezas y guerras. El receso del sida y otras enfermedades gracias a la generosa aportación de la Cruz y de la Luna Rojas. El consuelo diario –material y espiritual- que despliega sin desmayo Caritas. Tantos y tantos, la mayoría abrumadora de gobernantes, legisladores y jueces que a diario cumplen con escrupulosidad y dedicación más allá de lo exigido sus obligaciones con la comunidad, sin abusar con ventajismos y engaños de sus conciudadanos. Pienso en la mayoría de la Comunidades Autónomas que no pretende pactos fiscales ni tratos insolidarios y bandean como pueden la situación sin lanzar órdagos ni jugar de farol.  Los miles de familiares que acogen y amparan a los millones de parados que vagan -con los ojos perdidos y el alma en desazón-  su cruel desocupación. La multitud de pensionistas que, a pesar de la congelación, comparten el sustento con sus descendientes. La interminable cantidad de profesores, sanitarios y funcionarios que rinden en sus respectivos trabajos, sin lamentarse en demasía de los recortes. Tantos Interventores –como el General de la Junta de Andalucía-, inspectores, policías y agentes que velan por los intereses que les están encomendados con honestidad y sin prepotencia. La acogida que tienen los emigrantes entre nosotros y las mutuas sonrisas y alegrías cuando se cruzan nuestros ojos con sus azules ojos. La multitud de jóvenes para los que los valores de la razón y el decoro público son más importantes que los del abandono y el olvido.  Periodistas que informan sin deformar, contribuyentes que pagan escrupulosamente sus impuestos,  políticos que discuten sin insultarse, aquellos que se alegran de que concedan el Cervantes a un viejo y rebelde poeta, amigos que ganan un rato en visitar a un enfermo o en ayudar a un preso… Y, aunque parezca mentira, todavía hay en este mundo personas honradas, alejadas de la corrupción: basta con mirar a nuestro rededor o –como yo hago- pensar en mi padre que murió rico en virtudes pero pobre en dineros…

 

Y no es lo que digo un ejercicio de conmiseración ni un alegato a la  resignación. Sólo es constatación de que nuestro camino está colmado de vivencias y de riquezas. Cada vez que se mueve un profundo deseo, se emprende un nuevo viaje a Ítaca si nuestro objetivo es el trayecto más que el final. La sabiduría, dijo alguien del que ahora no importa su nombre, es un sentimiento interno, reconocido o no por los demás,  que nos permite sonreír ante los recuerdos. Ítaca son tus sueños, tus objetivos en la vida; los conseguirás o no, pero habrá valido la pena luchar por ellos. Y, gracias a ellos, te habrás vuelto sabio. Y podré decir -como tantas veces les oí decir a mis padres, en aquellos tiempos, no precisamente abundantes- “Cuantas gracias hemos de dar a Dios”. Pues, eso.