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Escrito por Salvador   
Lunes, 21 de Enero de 2013 00:11

 

 

 

Me dijo la otra mañana un viejo amigo que me leía asiduamente, pero que le parecía excesiva la extensión de mis artículos. Ya habrán notado que la semana pasada me esforcé por no extenderme demasiado. Y es mi propósito seguir esta pauta, recomendable en buena sintaxis, aparte de resultar agradecida, no sólo para los lectores, sino que también para la maquetación del periódico e, incluso,  para mí mismo.

Por ello, voy a intentar hacer un nuevo ejercicio de brevedad, frente a la retahíla interminable de despropósitos que nos deparan nuestros políticos que ni tan siquiera intenta maquillar su quehacer diario, pleno de continuismo y rutina, que está visto que es un camino que no lleva a ninguna parte. No es infrecuente leer el desparpajo con que se dice, por ejemplo: “estamos haciendo lo que es necesario y posible”, “no se trata de privatizar, sino de externalizar”, “pongo la mano en el fuego por su inocencia”, “no me consta, no tengo conocimiento de practicas corruptas”, “si hay una conducta impropia no me temblará el pulso,”… Todo ello, con la desenvoltura de la ignorancia y la presunción de que los demás somos estúpidos.

 

Me pregunto, por ejemplo, porqué no somos capaces de intentar ponderar nuevas y distintas soluciones a la actual política de recortes y lucha unidireccional contra el déficit. La sombra tutelar de la Sra. Merkel –acuciada por sus inminentes elecciones, alentada por el euro escéptico Cameron y consentida por el silencio aquiescente de Rajoy- es tan espesa que no deja vislumbrar mínimos horizontes de desarrollo y tan abrumadora que la asfixia se antoja inminente. Ni tan siquiera las últimas y puntuales noticias sobre el descenso del paro, pueden infundir tranquilidad, ya que en España el pasado 2012 se cerró con 400.000 parados más y hubo cerca de 800.000 afiliados menos. No les digo nada de la situación desesperada de Portugal. Y menos aún de Grecia, al límite, en donde se acaba de aprobar la nueva reforma fiscal que aumenta los impuestos sobre la clase media, mientras arrecia el escándalo de la llamada lista Lagarde - más de 2.000 griegos con cuentas en Suiza-. En este ambiente suicida, se oyen voces que alertan: “Sin cambios vamos hacia una guerra civil”.

 

Sin entrar en el modelo expansivo de EEUU, dentro de la Europa nuestra, han surgido voces que abogan por nuevos rumbos. Ahí está el ejemplo de las primarias de la izquierda italiana, en el camino de una mayor participación y renovación, que presenta en sus listas a muchos jóvenes y mujeres –rostros nuevos- que son expresión de la sociedad civil. O los intentos de renovación de los verdes alemanes en el poder en el land más próspero de Alemania -Baden Württemberg- y también el más conservador,  abiertos a los cambios y manejando un equilibrio cuya meta, ya no es la revolución mundial, “sino una buena administración”.

 

Y, sobre todo, me llama la atención los intentos –que no es descartable puedan terminar en fracaso- de la sociedad francesa por abrirse a nuevos cauces. Así, Hollande  formula medidas destinadas a “renovar en profundidad el modelo para adaptarlo a los tiempos presentes… y preparar el futuro a través de una estrategia de inversiones, tanto públicas como privadas para colocar a la juventud en el corazón de nuestras prioridades”. Le Monde resalta el nuevo modelo, diseñado en base a los “tres grandes desafíos actuales: el del desarrollo, el ecológico y el demográfico”, como una vía intermedia entre el antiguo que hace aguas y la ruptura.

 

Bajo este paraguas, patronal y sindicatos franceses han firmado un proyecto de reforma del mercado laboral –para mantener el empleo- que persigue acelerar la tramitación legal de los despidos improcedentes, la flexibilidad y movilidad laboral y la posibilidad de que las empresas con graves problemas económicos o financieros puedan reducir el salario o el tiempo de trabajo a cambio de evitar despidos definitivos. Al otro lado de la mesa, los asalariados y parados ganan nuevos derechos: los llamados “recargables” (para alentar el regreso al mercado de trabajo de los parados), más cobertura sanitaria, la cuenta personal para la formación o la transparencia empresarial y la representación de los asalariados. Un pacto equilibrado con el fin de crear empleo e impedir que se siga destruyendo. Se considera que es más seguro sostener los empleos actuales que esforzarse por recuperarlos después o confiar en que volverán tiempos mejores.

 

Una perspectiva diferente a la nuestra, con soluciones distintas a la hostilidad española entre los agentes sociales que desemboca en litigios y permanente conflictividad. Es por ello que creo en que algo podríamos hacer para escudriñar otras perspectivas.

 

 

 

 

 

 

 

Me dijo la otra mañana un viejo amigo que me leía asiduamente, pero que le parecía excesiva la extensión de mis artículos. Ya habrán notado que la semana pasada me esforcé por no extenderme demasiado. Y es mi propósito seguir esta pauta, recomendable en buena sintaxis, aparte de resultar agradecida, no sólo para los lectores, sino que también para la maquetación del periódico e, incluso,  para mí mismo.

 

Por ello, voy a intentar hacer un nuevo ejercicio de brevedad, frente a la retahíla interminable de despropósitos que nos deparan nuestros políticos que ni tan siquiera intenta maquillar su quehacer diario, pleno de continuismo y rutina, que está visto que es un camino que no lleva a ninguna parte. No es infrecuente leer el desparpajo con que se dice, por ejemplo: “estamos haciendo lo que es necesario y posible”, “no se trata de privatizar, sino de externalizar”, “pongo la mano en el fuego por su inocencia”, “no me consta, no tengo conocimiento de practicas corruptas”, “si hay una conducta impropia no me temblará el pulso,”… Todo ello, con la desenvoltura de la ignorancia y la presunción de que los demás somos estúpidos.

 

Me pregunto, por ejemplo, porqué no somos capaces de intentar ponderar nuevas y distintas soluciones a la actual política de recortes y lucha unidireccional contra el déficit. La sombra tutelar de la Sra. Merkel –acuciada por sus inminentes elecciones, alentada por el euro escéptico Cameron y consentida por el silencio aquiescente de Rajoy- es tan espesa que no deja vislumbrar mínimos horizontes de desarrollo y tan abrumadora que la asfixia se antoja inminente. Ni tan siquiera las últimas y puntuales noticias sobre el descenso del paro, pueden infundir tranquilidad, ya que en España el pasado 2012 se cerró con 400.000 parados más y hubo cerca de 800.000 afiliados menos. No les digo nada de la situación desesperada de Portugal. Y menos aún de Grecia, al límite, en donde se acaba de aprobar la nueva reforma fiscal que aumenta los impuestos sobre la clase media, mientras arrecia el escándalo de la llamada lista Lagarde - más de 2.000 griegos con cuentas en Suiza-. En este ambiente suicida, se oyen voces que alertan: “Sin cambios vamos hacia una guerra civil”.

 

Sin entrar en el modelo expansivo de EEUU, dentro de la Europa nuestra, han surgido voces que abogan por nuevos rumbos. Ahí está el ejemplo de las primarias de la izquierda italiana, en el camino de una mayor participación y renovación, que presenta en sus listas a muchos jóvenes y mujeres –rostros nuevos- que son expresión de la sociedad civil. O los intentos de renovación de los verdes alemanes en el poder en el land más próspero de Alemania -Baden Württemberg- y también el más conservador,  abiertos a los cambios y manejando un equilibrio cuya meta, ya no es la revolución mundial, “sino una buena administración”.

 

Y, sobre todo, me llama la atención los intentos –que no es descartable puedan terminar en fracaso- de la sociedad francesa por abrirse a nuevos cauces. Así, Hollande  formula medidas destinadas a “renovar en profundidad el modelo para adaptarlo a los tiempos presentes… y preparar el futuro a través de una estrategia de inversiones, tanto públicas como privadas para colocar a la juventud en el corazón de nuestras prioridades”. Le Monde resalta el nuevo modelo, diseñado en base a los “tres grandes desafíos actuales: el del desarrollo, el ecológico y el demográfico”, como una vía intermedia entre el antiguo que hace aguas y la ruptura.

 

Bajo este paraguas, patronal y sindicatos franceses han firmado un proyecto de reforma del mercado laboral –para mantener el empleo- que persigue acelerar la tramitación legal de los despidos improcedentes, la flexibilidad y movilidad laboral y la posibilidad de que las empresas con graves problemas económicos o financieros puedan reducir el salario o el tiempo de trabajo a cambio de evitar despidos definitivos. Al otro lado de la mesa, los asalariados y parados ganan nuevos derechos: los llamados “recargables” (para alentar el regreso al mercado de trabajo de los parados), más cobertura sanitaria, la cuenta personal para la formación o la transparencia empresarial y la representación de los asalariados. Un pacto equilibrado con el fin de crear empleo e impedir que se siga destruyendo. Se considera que es más seguro sostener los empleos actuales que esforzarse por recuperarlos después o confiar en que volverán tiempos mejores.

 

Una perspectiva diferente a la nuestra, con soluciones distintas a la hostilidad española entre los agentes sociales que desemboca en litigios y permanente conflictividad. Es por ello que creo en que algo podríamos hacer para escudriñar otras perspectivas.