Imágenes

triocastilla.jpg

Contador de visitas

mod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_countermod_vvisit_counter
mod_vvisit_counterHoy134
mod_vvisit_counterAyer57
mod_vvisit_counterEsta semana344
mod_vvisit_counterSemana anterior592
mod_vvisit_counterEste mes191
mod_vvisit_counterMes anterior1686
mod_vvisit_counterTotal1027925

Visitantes en línea: 1
02-05-2024

Busca en mi página


Designed by:
SiteGround web hosting Joomla Templates
Manzanas Podridas PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 18 de Febrero de 2013 01:28

 

 

Un notable acontecimiento ha sacudido al mundo estos días: la renuncia de Benedicto XVI al Pontificado, porque “he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”. A propósito de ello, la prensa ha señalado como uno de los motivos coadyuvantes –aparte del escándalo Vatileaks y del enfrentamiento con los banqueros corruptos-, ha sido su resolución de limpiar la Iglesia del escándalo de la pederastia y el desgaste moral que ha soportado. En relación con ello, apareció en 2010 un documental titulado “Manzanas podridas”, que pretendía traducir en imágenes la carta que el Papa había dirigido a los católicos de Irlanda sobre el tema: “Si no la sacas del cesto, la manzana podrida estropeará todas las frutas”, por cuanto que “la mayor persecución de la Iglesia no viene de los enemigos de fuera sino que nace del pecado de una minoría de sacerdotes que están manchando el nombre de la Iglesia y al resto de sacerdotes ejemplares, que son una abrumadora mayoría”.

La gravedad del escándalo ya la puso de relieve Jesucristo, por boca de Mateo, 18,6 y 7: “sería preferible para el que escandaliza que le ataran al cuello una piedra de moler y lo hundieran en el fondo del mar ¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Es inevitable que existan, pero ¡ay de aquel que los causa!”.

 

Más a ras de la tierra, hace unos días, el ministro Luis de Guindos, ante empresarios de S’Agaró, aseguró en relación con los casos de corrupción que han salido a la luz en España, que “nadie puede evitar que haya garbanzos negros o manzanas podridas”, aunque el sistema tiene que estar preparado “para que no se reproduzcan”. Este reconocimiento explícito del Ministro va más allá de los consabidos argumentos como los del y tu más, es cuestión que afecta a todos, somos víctimas de una cacería o la renuente conspiración judeo masónica. Nos dijo que es plenamente consciente de la “desazón social” que causan los casos de corrupción, sobre todo, en un momento económico tan complicado como el actual y apoyó la recuperación de los valores “en todos los entornos” y reclamó transparencia porque, sin ella, “no hay capacidad para pedir sacrificios a la sociedad”.

 

Lo sarcástico es que esta solución no es la que generalmente se emplea en nuestro horizonte político. No sólo se utiliza la táctica descalificadora sobre el que descubre algún caso de corrupción -con los consabidos argumentos que ya he mencionado-  o, como quién no quiere la cosa, insistiendo en la maldad del adversario, como si ello nos exonerara de nuestros propios pecados.  Pudiera parecer que la primera causa de la corrupción fuese la perversidad de los medios de comunicación o de los que han filtrado los papeles acusadores y de los pérfidos políticos que no tienen dignidad, inventan calumnias, levantan infamias,  acosan inmisericordes, etcétera. Además de todo ello, y desde otra perspectiva, es constatable la facilidad en disculpar los pecados de nuestros partidarios, incluso la defensa a rajatabla de imputados de corrupción, a los que se exonera de culpa alguna con total seriedad y convencimiento –pese a que les conste su podredumbre- sin que duelan prendas volver sobre las propias manifestaciones, el uso de medias verdades y otras frivolidades. Llegado el caso, y pese a la tardanza en reaccionar, no se tiene empacho en rectificar a medias: “por coherencia”, a más señas. No importa, en fin, utilizar eufemismos como llamar pluses electorales a las descaradas subidas de retribuciones en la cúpula de los partidos.

 

Todo, menos reconocer las propias culpas. Nadie quiere asumir ni tan siquiera el riesgo de poner en claro conductas opacas. Esta manera vaga y pusilánime de reaccionar es, a mi juicio la más evidente causa de la corrupción general que nos atenaza. Así, con el más cínico comportamiento, se utiliza el doble rasero y nunca se reconoce responsabilidad alguna, amparándose a mayor abundamiento en la lenta marcha de la justicia, si es que intervienen. El problema no tendrá atisbos de corrección, mientras no se tenga intención de luchar contra esta lacra, de manera decidida y transparente. Cualquier sospecha de corrupción debe investigarse tan pronto se tenga conocimiento de ella –incluso antes de que el escándalo vea luz pública-  dentro del propio partido afectado. Es aberrante pedir transparencia y, al propio tiempo, no permitir hablar sobre la corrupción que te envuelve, para evitar “enredos”.

 

Hay otras causas evidentes, como la cooptación para cargos de responsabilidad de manifiestos ineptos que sólo sobresalen por el servilismo y la adulación; el mantenimiento en los puestos, sin atisbos de caducidad y en rotación constante, de los incluidos en listas cerradas; las que derivan de la falta de una clara delimitación entre lo público y lo privado; la inexistencia de órganos de control efectivos por independientes; la incultura ciudadana que facilita la posibilidad de las prácticas corruptas y la tolerancia social; la prevalencia del lucro privado sobre la moralidad cívica; un acusado sentimiento de insolidaridad; la idea general de que existen ámbitos exentos de responsabilidad, favorecida por una cultura caciquil que viene de lejos …

 

Pero, insisto: la gravedad de la cuestión deriva del hecho incontestable de que no se tiene voluntad de terminar con la corrupción. Es verdad que el mal es sistémico: los delitos de corrupción, en la mayoría de los casos, prescriben –o se dejan prescribir- y llegado el caso, se indultan o amnistían. El mal no viene de los enemigos de fuera. Si no somos capaces de poner una piedra de molino –en forma de expulsión de nuestro entorno- al que escandaliza, nunca podremos vislumbrar un horizonte de honestidad pública.