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Sólo un peregrino solo PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 04 de Marzo de 2013 00:29

 

Hemos sido testigos del evento insólito en la historia –en concreto, de la Iglesia Católica-  de despedir a un Papa, a partir de ahora emérito -se dice especialmente del soldado cumplido de la Roma antigua que disfrutaba la recompensa debida a sus méritos- que, aunque sea un dato anecdótico, ha sido el primero que abrió una cuenta en Internet, símbolo de los nuevos tiempos. Y asimismo nos ofrece la imagen inédita de una sede vacante que no tiene la mediación de la muerte, por cuanto que su anterior ocupante sigue vivo.

Sin embargo, no hay nada mas real que el sentido religioso y de profunda fe que nos ha transmitido Benedicto XVI cuando anunciaba su renuncia al Papado: “No me siento con fuerza física y de espíritu…”. Y nada mas gráfico y reconfortante que sus palabras últimas, al hacer efectiva su renuncia a las ocho de la tarde del pasado jueves, antes de desaparecer para siempre como pontífice, tras el balcón de Castel Gandolfo: “Ahora sólo soy un peregrino en la última etapa de su peregrinaje en esta tierra”.

 

Mas allá de la esclavina y del bordón o cayado como prueba de resistencia y de despojo  –atributos de todo peregrino- y sin necesidad de visualizar el zurrón o morral abierto significando la humildad, ni tan siquiera la concha o venera símbolo de la muerte y el renacimiento, el viejo y renovado Joseph Ratzinger nos mostraba su determinación de buscar el pozo con el agua de salvación.

 

Como todo peregrino empezará esa nueva etapa como aquel que se adentra por  las heredades desconocidas de quien se desprende del supremo poder eclesial. Hecho nunca conocido éste de entrar en tierras extrañas como el ave desasistida que pasa de un lugar a otro, en tránsito –nunca mejor dicho- desde esta vida mortal a la eterna.

 

Esta metáfora de la peregrinación, arquetípica de todas las culturas, se vincula en muchas culturas y religiones con la idea del origen transcendente del hombre, al tiempo que otorga a éste un carácter de «extranjero en esta vida terrena», a la vez que recuerda su condición de transitorio y perecedero en todos los pasos de la misma.

 

Hasta ahora –dejando aparte su vertiente espiritual, pues es preciso distinguir entre la Iglesia y el gobierno de la iglesia- ha discurrido por el árido y opaco mundo eclesial del estado Vaticano, con un bagaje intelectual -lastrado por la imagen de gran inquisidor- cuyo fruto positivo ha sido la publicación de tres Encíclicas: Deus Caritas est, "Dios es amor" sobre el amor cristiano (2005), Spe Salvi, "Salvados en esperanza" (2007) y Caritas in Veritate, "La caridad en la verdad" sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad (2009). A todos nos ha sorprendido con su sincera amabilidad y su disposición afable que han ido superando el estereotipo que traía.

 

Sus grandes retos han sido hacer frente a los problemas que se encontró, el primero el de la pederastia (años 60/70) que ha dejado en vías de solución al  haber  sabido encontrarse con las victimas y  tomar una línea de justicia y trasparencia. Más difíciles de resolver serían los que afectan a las finanzas y el banco vaticano y los derivados de la intrigas de la curia romana que –aunque siempre las haya habido-  parecen han cooperado, junto a los achaques de la edad, a tomar la decisión. No deben olvidarse las agonías del espíritu, como una actual estancia en el huerto de los olivos, ante el materialismo reinante y el fenómeno del ateismo de masas que ha sobrepasado al del pensador aislado y consciente. La pérdida de la moral y los ataques más refinados –propios de nuestro tiempo-  a la fe, han debido pesar sobre el dimisionario para llegar a lo que él mismo ha definido como falta de fuerza de espíritu. Que no es falta de fe, sino la propia de la edad, del cansancio, de la tensión, de la fuerza de ánimo o capacidad sicológica para seguir enfrentándose a los retos.

 

En esta tesitura, ha debido meditar muy mucho el paso hacia la novedosa etapa. Nos ha dicho que se ha sentido solo, lo que no es extraño, después de que Juan de la Cruz nos desgarrara con aquello de “¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, / aunque es de noche!”. Ha sabido decidir con sencillez y humildad, dentro de una libertad clarividente, lo que ha sido una sorpresa para el mundo. Así, con gesto tranquilo, si bien cansado, se ha convertido en un nuevo peregrino, como digo en el titulo: sólo un peregrino, pero en verdad un peregrino solo, en serena soledad.

 

“Soy feliz, queridos amigos, por estar con vosotros y por la belleza de la creación que me hace mucho bien -nos ha dicho en su adiós final-  ya no soy pontífice, soy un peregrino que inicia la ultima etapa de su peregrinaje por esta tierra, pero me gustaría con mi amor trabajar para el bien común… vamos a avanzar por el bien de la iglesia y del mundo… gracias, gracias… gracias por vuestro amor y compañía…” Y no se cansaba de dar gracias y de pedir perdón. Me hubiera gustado tener la suerte de estar en esos momentos en la plaza de San Pedro. Lo he seguido en televisión y no sé si me debería dar vergüenza deciros que me he emocionado ante tanta dación de gracias y tanta humildad… mientras las campanas repicaban en el inicio del nuevo peregrinar.

 

En el entretanto, nuestro corazón queda a la espera de la renovación que traerá el nuevo Pentecostés.