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Escrito por Salvador   
Lunes, 22 de Abril de 2013 08:33

 

 

Estos días me he reafirmado en los temores que me asaltan de vez en cuando sobre las percepciones que transmiten mis opiniones. Lo intuyo cuando comento con alguien el mensaje que pretendo comunicar y me da la impresión de que fallo en mis propósitos. Procuro ser lo más objetivo posible, creo que escojo la expresión más neutral permisible, pero me temo que me sale el tiro por la culata y terminan encasillándome en un marco que no es el deseado por mí, ni responde a la realidad. Posiblemente ello se deba a mis limitaciones, a mi incapacidad para transmitir una visión, a propósito de lo que me rodea, en el marco del humanismo cristiano que es la perspectiva desde la que pretendo comunicar mis dudas y cavilaciones.

Me ha ocurrido en estos días. Recibí un email al que se unía un artículo de apoyo  al alcalde de Antibes por rehusar suprimir la carne de cerdo en las cantinas escolares, pese a la petición de los padres musulmanes. Contesté a mi remitente exponiéndole algunas de las razones que me llevaban a rechazar lo que, a mi juicio, es una sutil manera de xenofobia. Mi sorpresa  fue recibir un nuevo correo recomendándome no inventar excusas de progre y ser menos demagogo. Dos tachas de las que siempre he abominado pero que –por ese sambenito del que escribía al principio- se me echa en cara para mi aflicción. Sin que sirva de excusa, voy a desgranar a continuación mis reflexiones sobre el particular, esperando no parecer demasiado progre (en el sentido peyorativo que se me achaca) ni demagogo (por utilizar falsos argumentos con los que  ganarme el halago de mis lectores).

 

Ponía de relieve el escrito de apoyo al Alcalde francés que los musulmanes debían adaptarse a Francia, a sus costumbres, a sus tradiciones, a su modo de vida, ya que son ellos los que han elegido emigrar, por lo que deben integrarse y modificar su modo de vida y no los franceses que los han acogido generosamente. Que no es el gobierno de izquierda quien acoge a los extranjeros, sino el pueblo francés en su conjunto y los franceses no piensan renunciar a su identidad, a su cultura, a pesar de los golpes de los internacionalistas. Que la religión debe quedarse en el estricto dominio privado, y la alcaldía tiene razón cuando rehúsa todo compromiso con el Islam y  su religión, ya que existen 57 magníficos países musulmanes en el mundo, la mayoría de ellos dispuestos a recibirlos con los brazos abiertos para respetar la ley de la charia. En definitiva,  que si han optado por venir a Francia y no a otros países musulmanes, es que han considerado que la vida en Francia es mejor y la cantina con carne de cerdo forma parte de la respuesta.

 

El escrito, a mi juicio, es un conjunto de falacias o prejuicios, dicho sin ánimo de ofender. Creo que es engañoso pensar que los franceses acogen generosamente a los emigrantes, pues ya sabemos que se reciben a disgusto y, en el fondo, porque solucionan un problema de mano de obra barata. El irónico argumento de los 57 magníficos países musulmanes y la contundente afirmación de que la existencia de carne de cerdo en las cantinas es muestra de las excelencias de la comida francesa, no creo que sean argumentos para justificar la excluyente medida. Rechazar toda medida que venga de la izquierda y arrogarse la identidad y la cultura francesas por negar el derecho a disentir de los que profesan otras religiones, es prejuzgar desfavorablemente al diferente. Creo percibir un ánimo de desprestigio de otras creencias, desde posiciones de superioridad. Un chovinismo muy propio de los franceses: una creencia narcisista, próxima a la paranoia y la mitomanía, de que lo propio es lo mejor en cualquier aspecto. No soportar que ningún hombre imponga a otro un cambio en sus costumbres por “sus” razones religiosas y mantener, al mismo tiempo, el respeto que merecen los que te acogen, sus tradiciones y su cultura, no es sino una contradicción en origen. Aparte de ser una práctica moralmente reprochable, expresión del pensamiento nacionalista que suele ir acompañado de manías persecutorias consistentes en culpar de los propios males a otros pueblos o razas.

 

La inmigración no puede ser vista como un peligro para la identidad cultura, sino como una posibilidad de beneficio mutuo. En otro caso, se cae en una forma de xenofobia, consistente en proclamar la superioridad de la cultura occidental, con la excusa de la falta de respuesta de los emigrantes a asimilar la nueva cultura, renunciando a la propia. La ideología de la asimilación pura y simple de los emigrantes, no permitirá a estos mantener sus diferencias culturales y el enriquecimiento intercultural.

La actitud del Alcalde de Antibes me recuerda al de Badalona, imputado por difundir panfletos xenófobos contra gitanos rumanos “para garantizar la convivencia segura entre vecinos”. O la reciente sentencia del Supremo que anula la prohibición del burka en Lleida por limitar la libertad religiosa, en base a que un ayuntamiento no puede limitar el ejercicio de un derecho fundamental como el de la libertad religiosa, recogido en el artículo 16 de la CE. Como destaca el alto tribunal, en el fondo "subyace el muy arduo problema que suscita en un mundo cada vez más globalizado el fenómeno de la inmigración y, con él, las tensiones provocadas por el pluralismo cultural ideológico y religioso y la necesidad de la adecuada conciliación de las diferencias en armonía cívica".

Sinceramente, no creo que discrepar en este tema te pueda catalogar dentro de lo más “in” de la tribu progre. Ni defender lo contrario sea caer en la demagogia por  omisión de la realidad, su demonización o la formulación de falsos dilemas. Pero, no lo descarto. Máxime si me atrevo a añadir que el hombre, extranjero por naturaleza (Camus), busca en tierras extrañas las mutuas sonrisas y alegrías de la acogida. Esa acogida sin distinciones por la que se nos atenderá en la parusía.