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La importancia de las palabras PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 29 de Abril de 2013 00:38

 

Cuando vemos la poca importancia que se le da a las palabras –ya sea en el común hablar como en el lenguaje político-  es un consuelo estar al corriente de que el Premio Cervantes, laurel por excelencia de las letras españolas, ha sido concedido a Caballero Bonald, un poeta andaluz, defensor de la palabra.

Ya han desaparecido palabras que nos sonaban como amigas. Juanito Valderrama no tendría gran problema en estos momentos para quejarse de su suerte, ni necesitaría rejuntar un montón de dientes de marfil con los que hacerse un rosario, ni tendría que llorar por llevar metida a España dentro de su alma. Sencillamente, Juanito habría perdido lo más esencial de su alma cantaora: ya no sería él mismo un emigrante, ni encontraría en toda la redonda uno que echarse a la cara, de esos que en su pechos se llevaban a la tierra extraña un estandarte con los colores de España. No, debería buscar desesperadamente “un talento huido”, de los que abundan pero que, a Dios gracias, no forman ya ningún exilio económico, ni dejan jirones de tristezas en sus maletas de cartón enrolladas con un buen cordel de esparto; ya sólo se ven guapos mozos arrastrando una linda samsonite sobre ruedas, incluso una señora maleta Benetton, como expresión de la “movilidad exterior”.

 

Qué me dicen de esa perla política -filón de palabras certeras y ajustadas- que lo mismo presume de que “nuestros votantes dejan de comer antes de dejar de pagar la hipoteca”, que compara a los manifestantes de los escraches con el nazismo (hay que perdonar al Presidente del TS y del CGPJ –al que alguno ha adjetivado como “cucaracha de sotana”- que haya sostenido que los escraches son, en tanto no sean violentos, un ejemplo de la libertad de manifestación). No es de extrañar, pues ya nos había dejado constancia de esa antología del despido al que definió -"todo el mundo sabe"-  como pacto de indemnización prorrateada en mensualidades, "una indemnización en diferido en forma efectivamente de simulación o de lo que hubiera sido en diferido, en partes de lo que antes era una retribución, y que tenía que tener la retención a la Seguridad Social".

 

No hay nada como entretener al personal con verdades de pero grullo, como las que nos soltó hace días un conspicuo ministro, recomendándonos la solución para ahorrar energía: ducharse con agua fría. Es de suponer que no será  de las que han traído las recientes y benéficas lluvias, sino de aquella agua empantanada que aun nos resta de la herencia recibida. Más allá del uso eufemístico de las palabras, nos topamos con su utilización torticera, en forma de enmascaramiento o, en definitiva, de mentira podrida. No otra cosa es, por ejemplo,  el aquelarre al que nos quieren ensamblar con la venturosa reforma laboral que lleva ya tiempo dando sus frutos. Retomando el hilo inicial, recordaré que Caballero Bolnald es una paliativo a esta penuria en que se ha convertido la palabra, cuando no la farsa que le acompaña. Nos dicen que estamos en el “preludio de la recuperación”(es lo que, actualmente, se conoce como brotes verdes) y se está frenando el ritmo del paro, que estamos en la buena línea, nos estamos atemperando. Lo que ustedes quieran, pero hemos llegado al fruto de la gran mentira de la reforma laboral: el record de los 6. 202. 700 parados.

 

Hay que defenderse con la palabra,  esgrimirla contra los desahucios de la razón -ha sentenciado el poeta galardonado- por que una sociedad decepcionada, perpleja y herida por una renuente crisis de valores, tiende a convertirse en una sociedad renovada por su esfuerzo regenerador. Esfuerzo que también está en los utensilios poéticos que maneja el premiado: “los alimentos primordiales de la poesía, esa emoción verbal, esas palabras que van más allá de sus propios límites expresivos y abren o entornan los pasadizos que conducen a la iluminación, a esas ‘profundas cavernas del sentido’ a que se refería San Juan de la Cruz”.

 

Es hora de terminar. En medio de este desasosiego, cuando todas las razones se diluyen y las reprimendas nos suenan a hueco, no podemos decir nada mejor que la palabra -que se hizo hombre, y habitó entre nosotros-  es tanto como un testimonio de la luz, ante la que no caben zozobras, ni tan siquiera ansiedades o impaciencias. Es como volver a la poesía, “ese engranaje de vida y pensamiento que tanto amó Cervantes y que tan exiguas recompensas le proporcionó”. Corrección de las erratas de la historia, defensa contra sus “averías”, consuelo para sus trastornos y desánimos... todo eso es la poesía para Caballero Bolnald que reivindicó la utopía —esa “esperanza consecutivamente aplazada”— y “los nobles aparejos de la inteligencia” para que el pensamiento crítico “prevalezca sobre todo lo que quiere neutralizarlo” en una sociedad “decepcionada, perpleja, zaherida”.

 

Nada que ver, por supuesto, con las palabras que nos quieren echar a la cara desde el lenguaje común y el político.