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Paciencia, amigos míos PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 06 de Mayo de 2013 00:00

 

No puedo precisar que número concreto haría mi sobrino cuando entró a engrosar la lista de los parados españoles a finales del año 2010. Pongamos, un suponer, que hiciera el 4.231.003  de los que contabilizó el SEPE en su relación de datos estadísticos de aquella fecha. En estos dos años y medio ha cursado no recuerda cuantos currículos, ha llamado a muchos amigos y viejos conocidos de juventud y, nadie ve en sus largos años de vida laboral ni en sus títulos académicos en económicas, motivo alguno para enrolarlo en un trabajo cualquiera, sea el que fuere su escala retributiva. Lo cierto es que, pese a tener cincuenta años recién cumplidos y estar oteando el extranjero como campo de trabajo, ya es una veterano en eso de las listas de parados que han alcanzado la bonita cifra de los seis millones y un pico largo.

Tengo otro sobrino, con más suerte que el anterior, que lleva trabajando unos cinco años- ahora tiene treinta- desde que terminó la carrera de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos (es de suponer que se sigan llamando así, como en mis tiempos). Pero el contrato –o algo parecido, porque en realidad ha tenido que darse de alta como autónomo- que le une a la constructora está tocando a su fín. Está muy animado, como ustedes supondrán, y lo más seductor es que duda entre irse a Canadá o uno de esos emiratos árabes, donde –parece ser- podrá enrolarse en una actividad cercana a sus conocimientos y pericias. Aunque, la verdad, en firme, aún no le han dicho nada de su nueva relación laboral.

 

Podría seguir cansándoles con otros pequeños dramas de mi entorno familiar, pero sólo les referiré el caso del hijo de unos buenos amigos, cuya edad debe rondar los cuarenta años, con tres hijos a sus expensas y al que, gracias a la movilidad laboral, su empresa le ha ofrecido que se desplace a Perú para seguir ejerciendo su trabajo de topógrafo. Allí lleva un tiempo dándose con el canto de un duro en los dientes pero en hacimiento permanente de gracias y contando los días que le restan para venir a ver a su pequeñines (el mayor de doce años).

 

El muestrario –muy alejado de la demagogia oportunista- podría aumentarse a voluntad y supongo que ustedes tendrán conocimiento, en sus círculos más próximos, de ejemplos muy parecidos.  No los traigo aquí para lamentar la suerte de Juan, Jesús, Alberto y tantos otros jóvenes y menos jóvenes que están en similares condiciones de precariedad. Me refiero a ellos, porque son reflejo de la cruda realidad española, más allá de zarandajas macroeconómicas y de planes de estabilidad como el ofrecido tras el último Consejo de Ministros. Una realidad que sobrepasa cualquier programa a nivel nacional y a la que, incluso, le trae al pairo la unidad de mercado europeo, las previsiones de los supervisores internacionales y todo el tejemaneje que se nos ofrece constantemente y sólo consigue enredar aún más la madeja de nuestras cuitas.

 

Sería fácil buscar una cabeza de turco de esta situación en los aledaños del Gobierno socialista del Sr. Zapatero, que no supo o no pudo encauzar el desastre que se le vino encima. Tampoco sería muy descaminado señalar como culpable al Gobierno popular del Sr. Rajoy quien, después de incumplir todas las promesas contenidas en el programa que presentó a la ciudadanía, no quiso hacer lo que está haciendo –pero lo hizo- y se resigna a seguir las consignas de la Europa dura y prepotente. Todo ello es posible, pero hay cosas inexplicables, como las de mirar los toros desde la barrera o las de tirar con pólvora ajena. Y me explico, para más INRI.

 

No sé si ustedes tienen el excelente concepto que tengo yo de Doña Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, condesa consorte de Murillo y grande de España, Ministra de Educación y Ciencia, Presidenta del Senado de España y de la Comunidad de Madrid hasta septiembre de 2012, fecha en que anunció su retirada de la primera línea de la política para dedicarse a la empresa privada como consejera de la empresa catalana de recursos humanos, Seeliger y Conde, especializada en la selección de directivos. No lo sé. Pero es muy posible que coincidan con sus apreciaciones recientemente vertidas en una selecta conferencia, impartida a antiguos alumnos de la Universidad de Oxford, en la que ha reconocido que la profunda crisis económica y el desempleo han "desmoralizado hasta cierto punto" a los españoles. Ya no sé si estarán muy de acuerdo en que considere como "motivo de optimismo" el que "por primera vez" en la historia de España muchos jóvenes cualificados estén trabajando en el extranjero. "Estoy segura de que tendrá un efecto muy positivo en nuestra economía y en la manera en que los españoles encaran retos futuros", ha dicho, a la par que ha añadido: “la fuga de jóvenes al extranjero es motivo de orgullo”. No hay que descartar que una visión tan peculiar enardezca a las huestes más liberales de la derecha española. Pero me temo que estos tres jóvenes –y los que estén en sus condiciones- no comulguen con esta pretensión un tanto fastidiosa e infundada de explicar lo inexplicable.

 

¡Bendito orgullo el de los parados! Pero no hay que temer que la cosa vaya a mayores. Es posible que en 2015 o en vísperas electorales nos salga algún nuevo redentor que nos diga –después de recomendarnos paciencia- que conoce los problemas de España y que su prioridad será combatir de raíz el del paro y que… bla, bla, bla…

 

No teman, amigos: paciencia. No hay que sentirse provocados.