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La Virgen de la Capilla PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 10 de Junio de 2013 00:11

 

No creo, en estos tiempos de tribulación, que sea un atrevimiento ofrecer unas pequeñas pinceladas de frescor, a propósito de la próxima celebración de la Virgen de la Capilla, Patrona de Jaén. Estamos en plena vorágine de celebraciones marianas –tan consustanciales a nuestra idiosincrasia- arremolinadas en torno al tema central de la festividad del Corpus Cristi, introducida en el siglo XIV y que, pese a los avatares de estos presurosos tiempos, sigue siendo entre nosotros una de las tres que relucen más que el sol.

Estamos, por antonomasia, en los aledaños de la trilogía mariana en nuestras tierras: las dos romerías por excelencia de la Santísima Virgen de la Cabeza y del Rocío y la más urbana de la Virgen de la Capilla.  A la Virgen del Cabezo, durante la celebración de su Año Jubilar, el papa Benedicto XVI la condecoró con la Rosa de Oro, "singular privilegio" con el que el papa reconoce su patronazgo sobre la Diócesis de Jaén, la profunda devoción con la que es venerada y la amplia historia de su romería, la más antigua del país.  La Virgen de Almonte, asentada en su aldea del Rocío, con cuyo nombre se la conoce, coincide con la celebración del día de Pentecostés, fecha en que se celebra la venida del Espíritu Santo, lo que explica su denominación por excelencia: la Blanca Paloma. La paloma es el símbolo del Espíritu Santo mencionado por el evangelio de Marcos con ocasión del bautismo de Jesús en el Jordán. Y aunque Marcos no precisa el color de la paloma en cuestión, se le da el color de blanco posiblemente por alusión a la concepción inmaculada de María. María de Nazaret fue una mujer movida en sus acciones, en sus decisiones, en sus preferencias, por el Espíritu Santo. Se ha dicho que éste es el sentido profundo del tema: María de Nazaret vivió envuelta y penetrada de Dios, como la paloma vive envuelta y penetrada por el aire.

Con los auspicios de estas romerías -vivencia mediterránea de la luz, el campo,  la primavera- que funden en la misma realidad la religión y la fiesta, se nos presenta la festividad de nuestra Patrona, que tomó su nombre de la capilla del templo de San Ildefonso, a donde el “sábado en la noche a diez días del mes de junio de 1430 años”  concurrió la gran procesión, todos de blanco, de las siete parroquias de la Ciudad, acompañando a “una Señora más alta que las otras personas, vestida de ropas blancas… de cuyo rostro salía gran resplandor, que alumbraba más que el Sol…que llevaba en sus brazos un niño pequeño también vestido de blanco”.

Estamos ante la presencia de los mismos símbolos –el blanco, el sol- que nos ponen sobre aviso de la llegada de algo que merece nuestro acogimiento. En la montaña, en la marisma, en la ciudad… en nuestro rededor,  la paloma del Espíritu se posa sobre nuestras inquietudes y nuestros anhelos. No obstante, es lícito –aparte de conveniente- detenerse por unos momentos a reflexionar sobre el valor que estas creencias puedan tener en un mundo como el nuestro, descreído, apático, indevoto, cuando no irreverente y, en materia religiosa, incluso beligerante. A sí mismo, a ciertas mentalidades puristas –dentro de la propia ortodoxia-  les pueden  parecer  estas expresiones primarias una mixtura inapropiada. ¿Quién ha podido averiguar que el oído de Dios es más apto al canto gregoriano que las sevillanas rocieras o las recias jaeneras?

A propósito de ello, me llamó la atención lo que el Papa Francisco dijo el pasado día 5 de mayo a los miembros de las Hermandades  y Cofradías llegados de todo el mundo con ocasión del Año de la fe. Sin ambages, Francisco habló de la  autenticidad evangélica y ardor misionero en el testimonio de las Hermandades, que con sus estandartes, los grandes crucifijos y las imágenes que se llevan tradicionalmente en procesión por las calles, colorearon la plaza de San Pedro y toda la vía de la Conciliación, trayendo lo que el Pontífice definió «una ráfaga de aire fresco en la Iglesia». En la homilía, el Papa puso de relieve su autenticidad, subrayando cómo cada Hermandad constituye «una manera legítima de vivir la fe» y «un modo de sentirse parte de la Iglesia» misma. Porque «a lo largo de los siglos, las Hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han vivido con sencillez una relación intensa con el Señor», y exhortó a caminar «con decisión hacia la santidad», sin conformarse con «una vida cristiana mediocre ». Y es que, aunque tal vez no se sepa explicar bien quién es la Virgen –para eso hay que ir al teólogo- ha dicho más recientemente Francisco: «si tú quieres saber cómo se ama a María, debes ir al pueblo de Dios que te lo enseñará mejor y bien».

Esta es la fe que buscamos y que debemos encontrar siempre porque la suscita el Espíritu Santo, que es esa danza que inspira el caminar y madura nuestro sueño para amar. Es –como nos susurra la cantautora Cecilia Rivero-  la ternura sencilla que, lejos del miedo a la verdad, se entrega a creencias que nos mueve siempre a dar un paso más, a compartir la mesa con todo nuestro pan y nos inunda de sentido y alegría en el andar. En definitiva, bien venidos estos días de festejos y que la Capilla- que se presentó de blanco irradiando luz cegadora-   nos mueva a desterrar la soledad y sea el verso que nos dé la identidad.