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Desencanto PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 24 de Junio de 2013 07:57

 

Como casi todos los días, la conversación del desayuno con  mis hijos se desarrolló -¡cómo no!-  en torno a la decepción en que nos movíamos ante la nula eficacia de los regímenes o dietas alimenticias que, un día sí y otros también, nos martirizan sin virtualidad alguna.  No hay modo de confiar en ningún plan de sobriedad nutritiva. Ya me gustaría tropezarme con algún amigo que esté satisfecho con sus templanzas y, aún, abstinencias sin fin. Todo en vano: sólo puede esperarse una profunda desconfianza ante los múltiples regímenes que se nos ofrecen  y cuya efectividad salta a la vista, por lo menos, por lo que a mi se refiere. Es como la vida misma: pruebe usted este régimen democrático.

Mi paseo matinal post desayuno, resultó asimismo ser una mañana de encuentros –y desencuentros- pues,  tuve oportunidad de tropezarme  con varios viejos amigos –bueno, ahora,  casi todos los amigos son viejos amigos- con los que intercambié pequeños comentarios, todos preñados de desconfianza en lo que nos rodea. Así, tuve ocasión de atender las lamentaciones de mi amigo el director de sucursal bancaria ya jubilado que me indicaba que esto no tiene arreglo y que tiempos pasados, fueron mejores. Casi en la misma tesitura se encontraba uno de los más acreditados restauradores del Jaén de toda la vida, todavía en activo, que añadía su particular visión sobre el desmantelamiento de la antaño próspera actividad de la restauración, pese al auge que últimamente se aprecia en la apertura de bares y cafeterías. Me tropecé con otros antiguos amigos (Arturo, Miguel, Paco) y el centro de las breves conversaciones por las aceras de nuestra ciudad fue el mismo: las innumerables y diarias chapuzas de osados sinvergüenzas ponen de relieve, con el consentimiento de la llamada autoridad competente, el deterioro de un sistema alejado de la realidad social. Añado por mi cuenta: en el caldo de cultivo y al amparo de nuestro desencanto.

Lo peor es que, posiblemente, sea justificado nuestro enojo a la vista de los recientes acontecimientos –a nivel de corruptelas, por decirlo eufemísticamente- que nos da un “yuyu” de muy señor mío. Por vía de ejemplo, tres temas a nivel  individual: la capitán, el banquero y la “cagada”. Ya me dirán que seguridad jurídica puede uno esperar si es posible que se den casos como el de la presunta persecución a una capitán por compañeros o amigos de un coronel, que fue condenado por abusar sexualmente de la citada oficial, sin que la cúpula militar –o quien corresponda- salga en su defensa. Algo parecido puede esperarse de una justicia que sólo muestra celeridad en sacar de la cárcel al Sr. Blesa que, no es que haya llevado a la bancarrota a Caja Madrid (no me arrepiento de nada, nos ha dicho, y su amigo Rosell se lamenta porque “iríamos todos a la cárcel”), sino que –el muy desgraciadito- ha dormido cinco días en Alcatraz; como es lógico,  a quien corresponde velar en estos casos (el Ministerio Fiscal que, incluso, amenazó con querellarse contra el errático juez), ha puesto su granito de arena en desfacer el entuerto. Como guinda, asimismo ejemplarizante, qué me dicen del señor director de relaciones laborales de la CEOE, José de la Cavada, que acaba de decir que es una barbaridad el régimen de licencias por fallecimiento pues ya no estamos en tiempos de la diligencia. ¿Es la última “Cagada” del tal Cavada o tendremos que aguantar otras lindezas de la cúpula empresarial? No creo que propongan el entierro por correspondencia, pero todo se andará pues menudo son nuestros empresarios en eso de arreglar el desempleo.

 

A nivel más general, me voy a detener en un solo caso que, aunque tiene raíces profundas, renace periódicamente de sus cenizas, esta vez como ave fénix de nuestras desgracias. Me refiero al manido tema del erario público. “Hacienda es de todos” se nos dijo en la noche de los tiempos. Y ahora resulta que es más nuestra que nunca porque es como nosotros: susceptible de errores. El tema manido de las propiedades de la Infanta –poseedora de un singular DNI- ha sido objeto de especulaciones sin fin. Pero, en esta ocasión quisiera llamar la atención sobre la fragilidad en que se sustenta la relación hacienda-contribuyente. Todos los errores que puedan imaginar pueden caer sobre cabezas menos egregias: sobre la nuestras, para no ir más lejos. La culpa es, al parecer de la ingente cantidad de información que maneja Hacienda, pero, en definitiva, lo que queda en entredicho es la corrección en el manejo de esos millones de datos fiscales en la Administración Tributaria, que siempre ha sido paradigma de seriedad y eficacia. Bueno, no siempre, por lo menos en mi caso particular, ya que fui objeto de una inspección tributaria de la que no salí bien parado. Claro es que, en aquel entonces no había el adelanto informático de hoy en día: todo fue comprobado en el salón noble del domicilio particular de un subinspector de Hacienda  –según me confesó el propio actuario-, eso sí con la ingente ayuda de sus púberes hijos…

 

Por ello creo que los contribuyentes somos acreedores de una explicación detallada de los múltiples errores que se dicen cometidos por nuestro entorno fiscal y administrativo. Ello contribuiría a desterrar el descrédito en las instituciones a que me vengo refiriendo. Ejemplo eximio de este desdoro ha sido la intervenciónlos del indescriptible Montoro, nuestro insigne paisano, quien -otrora locuaz amenazador de las andanzas fiscales de actores y diputados de la acera de enfrente- ahora nos emboba (al menos, ese era su propósito) con aquello de los treinta y ocho errores de los que, a su pesar, no nos podía dar encarte después de seis días manejando los hilos del embrollo. Si al menos se hubiese puesto el mismo ahínco que se ha esgrimido para imponer al magistrado Enrique López en el Constitucional, todo estaría aclarado. Pero, a lo que se ve, la culpa ha sido de los “deeneises”. Por favor, amigo Montoro, por lo menos aténgase al habla andaluza y diga como mucho “denejí”, con nuestra jota acentuada.