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Váyase, señor turista PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 23 de Septiembre de 2013 13:25

VÁYASE, SEÑOR TURISTA

 

 

Me levanté la otra mañana más temprano que de costumbre y me chocó desagradablemente contemplar–durante mi trayecto hasta el Centro Hospitalario Princesa de España-las calles casi desiertas y con aspecto desolado, sin que pudiese precisar las razones para sentir esa especie de desazón ante la degradación paisajística. Dañaba mis ojos la desamparada situación del trazado tranviario, como un esqueleto abandonado en la vía urbana, sin utilización de su infraestructura y con la tristeza de sus jardines resecos. Pensé que la gestión de los recursos turísticos –y el transporte es uno de sus exponentes- debe responder a las mínimas exigencias de la sostenibilidad, ya que una de las formas de proteger el patrimonio natural, como expresión de los ecosistemas y la diversidad biológica, es fomentar el adecuado ambiente turismo.

Lamenté la falta de armonía entre las Administraciones implicadas en lograr un solución a este problema y, en especial, el empecinamiento del Ayuntamiento en abandonar de forma definitiva cualquier atisbo de arreglo, sin ánimo alguno de dar utilidad a una cuantiosa inversión y sin, por otra parte, destinar los gastos detraídos del tranvía en otras inversiones, pues la verdad es que poco promovemos ahora, ni tan siquiera mal ponemos una primera piedra. Pensé –aunque no sé si estoy en lo cierto- que el abandono se debía a la cada vez mayor dedicación de nuestro Alcalde a poner de relieve las afrentas que de continuo recibe de la Junta de Andalucía y la Diputación Provincial, Administraciones que no están en la órbita de su partido.

De todas maneras, me consta –para nuestra desgracia- que ya ha vuelto de su simbólico e histórico viaje a Sevilla para entregar las llaves del tranvía local, acto digno de ser plasmado por un Velázquez de nuestros días en un nuevo cuadro de Las Lanzas. Esperemos que la cuestión no tarde tanto en resolverse como la famosa tregua de los doce años y que el cerco y sitio de la ciudad de Breda, pese a la lección de estrategia militar, sólo sirva para que un nuevo Spínola nos resuelva el problema, de una vez por todas.

Para ser benévolo, quiero suponer que la causa de este aparente abandono no es otra que su preferente atención a las necesidades del turismo giennense, aunque ello no se refleje en la realidad, pese a las acuciantes exigencias turísticas de la ciudad que quedan desatendidas. No he de ponderar los vanos esfuerzos que nuestro consistorio vine realizando –sin contraprestación visible- en temas tan acuciantes y directamente vertebrados en el ámbito turístico como la limpieza viaria, el alumbrado público o la jardinería. Me niego a insistir en algo que es palpable para la ciudadanía: la suciedad de las vías públicas, la falta de sincronía en el alumbrado lo que hace aleatorio saber qué calle se quedará hoy a medio gas y cuál deberá soportar las luminarias hasta el medio día, o cual de nuestros jardines  va perdiendo su verdor y, después de un otoñal espacio, morir de sed. Me olvidaré del PGOU, del desarrollo del norte de la ciudad  (tan afectado por la red tranviaria), del mantenimiento y fomento de la judería y de otros gastos de inversión.

Nada hay qué decir del tema de de la Catedral y su entorno, tras el cada vez más lejano colofón de su declaración de Patrimonio de la Humanidad, con la visita inminente de los hombres –no sé si de negro-  de la Unesco. Catastrófica situación de la plaza de Santa María, en abandono total; el lío de su circunvalación por autobuses de gran tonelaje (ante la negativa del concesionario de utilizar mini buses, correlativa con la dejadez del concedente y titular del servicio); la calle Campanas a punto de quedar como un baldío pero soportando un tráfico cada vez más intenso, sin que tan siquiera se suprima el de los coches oficiales; la desatención de organizaciones ciudadanas –Arco del Consuelo, Objetivos Comunes…- a cuyas reuniones se acude con el único fin de vender las encantadoras pulseras; la falta de fomento del uso de la bicicleta en beneficio de la movilidad sostenible…

La verdad es que necesitamos de políticas que tengan  impacto en nuestro crecimiento y mejoren los escenarios necesarios para nuestro desarrollo turístico. Pero, a todo esto ¿donde están las otras Administraciones Públicas? El Sr. Montoro, gran valedor de nuestros intereses, no está ni se le espera, enfrascado como se encuentra en las campañas publicitarias de los verdes horizontes, por lo que bien están en el olvido la Autovía del Olivar, la mejora de la red ferroviaria, la cesión del Banco de España y el espaldarazo definitivo a la Catedral, entre otros menesteres.

El silente desvelo, por su parte,  de la Junta de Andalucía por resolver los problemas educativos de las enseñanzas secundaria y universitaria, así como la definitiva puesta en valor –por utilizar un latiguillo socorrido y de uso común- del Museo Ibérico, son de los que hacen época. Al tiempo que mantiene en standby la autorización relativa al Banco de España y la aprobación del PGOU. Sin mencionar la soga en casa del ahorcado del engaño masivo al barrio de las Protegidas, envuelto en falsas promesas y catalogaciones.

Y qué decir de mi querida y añorada Diputación –mire usted, por donde, la más boyante de todas las Administraciones, pese a las acometidas impetuosas y continuas contra la institución- en su rápida y eficaz gestión de las obras de ampliación, restauración, mejora o lo que sea de los Baños Árabes y del Museo de Artes Populares. Ni que estuviéramos levantando un nuevo Escorial.   .

Lo que les digo: brillan por su ausencia las medidas para un turismo sostenible. Si ni tan siquiera podemos invitar a nuestros visitantes a que disfruten del Castillo de Santa Catalina – en donde los accesos a la Cruz llevan su tiempo cortado- cómo vamos a confiar en que nuestra Ciudad prospere a tono con su riqueza natural y cultural. Díganme que ofrecemos al turista –a la par que nosotros nos gratificamos- si no hacemos los mínimos esfuerzo para conseguir que nuestras bellezas sean apreciadas y, con la utilización de los medios adecuados, se resalten convenientemente.

En el entretanto –para evitar vergüenzas propias y ajenas- sólo nos permitiríamos decirle: “¡Váyase, señor turista!”.