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Las fuerzas de la naturaleza PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 18 de Noviembre de 2013 00:54

 

Me temo que a veces es difícil percibir y, por ende,  distinguir las relaciones que existen entre  nosotros –más concretamente, entre  yo- y lo que nos rodea, lo que me envuelve. Por supuesto, entre el yo y mi  otro yo (sin pretensiones freudianas) la concordancia da lugar a fenómenos sutiles –egocentrismo, egolatría, narcisismo- que hacen difícil percibir diferencia alguna en cuanto que normalmente me encuentro muy contento conmigo mismo. Un poco más allá, entre yo y mi entorno más o menos trascendental  -lejos de toda actividad  natural-  la concordancia, cuando existe, es más fluida e íntima, de gran complicidad. Pero, amigos, cuando se trata de nuestra  -mi - relación con la naturaleza (conjunto, orden y disposición de todo lo que ocupa el universo, según el DRAE), la cosa ya es diferente. Y lo es, porque la naturaleza y sus fenómenos, se nos presentan como algo extraño, contra lo que no se puede hacer nada. Nuestras relaciones con estas manifestaciones son mínimas, salvo las de vernos involucrados a nuestro pesar en sus terribles y mortíferos efectos.

Viene este preámbulo a propósito de la devastación ocasionada en las Islas Filipinas por el tifón “Haiyan”. De nuestro posicionamiento frente a tanta calamidad y desconcierto, deberíamos sacar algunas consideraciones.

En primer lugar, hay que dejar constancia de que no se trata de un fenómeno aislado.  Estos desastres naturales llevan matando a seres humanos desde tiempos inmemoriales, pero llama la atención su reiteración, cada vez menos esporádica. Esta cadencia destructora, nos pone sobre aviso de que ello se debe, no sólo a las fuerzas incontroladas de las energías que dimanan de  la naturaleza sino a los efectos adicionales debidos a la acción humana: el cambio climático por la emisión de dióxido de carbono  y otros gases que atrapan calor o la alteración del uso de grandes extensiones de suelos que causan, finalmente, un calentamiento global.

La segunda consideración sería calibrar  la  validez de las rápidas respuestas hacia los afectados por  las dolorosas consecuencias que esto eventos han dejado tras sí. No voy a insistir en la desesperación que se extiende entre las víctimas del tifón, que siguen sin disponer del mínimo vital. Ni  a quitar su valor a la generosa respuesta de personas sensibilizadas,  la eficaz ayuda de gobiernos, organizaciones o instituciones de carácter  público o privado, o las generosas aportaciones de alimentos, medicinas y todo lo necesario para remediar de alguna forma los efectos perniciosos  sobrevenidos.  Pero, me temo que ello, con ser loable, no es suficiente para erradicar en lo posible las causas del mal. Más allá de penas y repulsas personales o de muestras de solidaridad esporádica   estimo que  la forma más adecuada  de hacer frente a estas injusticias, sería la de atacar los males en su raíz.

Es nuestro deber luchar contra las agresiones al medio ambiente, defender su bonanza para evitar efectos invernaderos,  preservar la capa de ozono, o  impedir el calentamiento global. En una palabra, cumplir  los acuerdos de las Conferencias y Foros mundiales sobre el clima y el medio ambiente, lo que para nuestra desgracia está lejos de ser una realidad. Casualmente, en estos días se está celebrando en Varsovia, con participación de 190 países, la Cumbre del Clima que ha vinculado el tifón de las Filipinas con el calentamiento global  y se propone como reto lograr financiación de los países  industrializados para compensar los daños causados en países en vías de desarrollo. “El mecanismo es complejo, es un puzle complicado… desde un punto de vista científico no cabe atribuir  la formación de este terrible tifón a nada en concreto, aunque existe una correlación estadísticamente significativa entre la frecuencia de ciclones extremos en esa región del Pacífico y la contaminación por aerosoles”.

En relación con lo anterior –y, por supuesto, no es aventurado traerlos a colación-  terminaría este artículo citando otros convulsos acontecimientos (no teman que escriba sobre el  embrollo catalán, el  show de las Erasmus, la malparida sentencia del Prestige o la huelga de basuras en Madrid), pequeños tsunamis de andar por casa, verdaderos órdagos a los desprotegidos en este mus dramático que se está jugando.

Ha sido noticia de alcance la decisión de nuestro Alcalde de renunciar a seguir prestando, a partir del día cuatro de diciembre próximo en que expira el convenio con la Junta, el servicio de ayuda a domicilio (incluido en el catálogo de la Ley de la Dependencia). Échenle la culpa al Gobierno Central o al Autonómico que deberían asumir el gasto, discutan si el convenio está en vigor o caducado o entiendan que es el Alcalde quien ha de resolver los problemas de Jaén, entre ellos el que afecta a  los dependientes y sus cuidadores. Me es indiferente, pero ¿a que es conmovedor ver como nuestro Alcalde va entregando llaves, unas veces con saña y otras por devoción? La otra bonita noticia local  es  la decisión del  Sr. Medel, uno de los principales banqueros del país que se registró, al amparo de la reforma laboral, en la SS como pensionista.  El presidente ejecutivo de Unicaja, sin perjuicio de acogerse a la jubilación activa, sigue cobrando sus emolumentos como tal directivo, que no son precisamente los de un mileurista.  Es de suponer que se encuentra tan satisfecho de haberse conocido que no lo causa ningún reparo  acordar el cierre del Centro de Ancianos de nuestra Ciudad. Ni una palabra más.

Escribía más arriba que  están muy bien las muestras de solidaridad (seguramente, el Ayuntamiento de Jaén y Unicaja habrán adoptado sendos acuerdos de condolencia e, incluso,  contribuido con su óbolos a tan caritativas finalidades). Pero, amigos, no se trata de caridad ni de beneficencia, sino de estricta justicia: el bienestar y el futuro de los desvalidos del mundo dependerá en gran parte de nuestras concretas acciones.

Es singular como el Papa Francisco liga el tema del medio ambiente con “la cultura del descarte”. No importa que un hombre muera en una calle de una ciudad cualquiera,  ni que mueran de hambre millones de niños,” ¡pero si bajan diez puntos las bolsas es una tragedia! Así las personas son descartadas, como si fueran residuos… La vida humana, la persona, ya no es percibida como valor primario que hay que respetar y tutelar, especialmente si es pobre o discapacitada”. Y es que ecología humana y ecología medioambiental deben caminan juntas.

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