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Escrito por Salvador   
Lunes, 25 de Noviembre de 2013 12:44

Esta semana me complace comunicarles que estoy contento. Podría decirles que estoy exultante de alegría, pero no: me limito a manifestarles que estoy contento. Sencillamente agradecido de la vida, sin más complicaciones,  sin llegar al colmo del gozo o a la felicidad en demasía. Contento, sin más. Como soy un ser de buen y fácil contentar, no puedo por menos que decirles que me siento satisfecho. Es una pena ver como vamos dejando pasar, sin sacarle el jugo positivo que tienen,  hechos o circunstancias de nuestra vida que podrían hacernos más llevadero este peregrinaje por el llamado valle de lágrimas.

 

 

Dos son, principalmente, los motivos de mi satisfacción. El primero en el tiempo se debe a que mi mujer ha tenido la delicadeza de regalarme un ordenador portátil, desde el que en estos momentos intento ponerme en contacto con el núcleo de amigos que me sigue semanalmente. Fíjense con lo poco que se puede uno sentir pagado, aunque la verdad no es que sea un regalo de chichinabo, por usar la locución coloquial que dice tanto como algo de poca importancia o despreciable. Al contrario, tal como están las cosas, es un regalo de consideración, entre otras cosas por su coste. Pero mi complacencia  no procede, como ustedes podrán comprender, del gasto realizado, sino del detalle que supone el que se anticipen a tus deseos. La verdad es que  mi anterior PC estaba ya en las últimas, lo que unido a mi impericia en el manejo de las nuevas tecnologías, me producía más de un quebradero de cabeza pues ya saben –por lo menos, los nuevos usuarios de edad provecta- lo que significa que se te quede “colgado” el ordenador, se te borre todo lo escrito sin saber como recuperarlo y otras zarandajas propias de la ignorancia y la vejez (con perdón). De ahí que me encuentre –literalmente- como niño con zapatos nuevos.

La segunda motivación de mi contento, es menos egoísta y de más profundidad. Y no es únicamente subjetiva, sino a compartir con familiares y amigos: nuestro hijo acaba de cumplir cincuenta años. Como entiendo que un periódico es un vehículo de amistad, me permito contarles este motivo personal de complacencia. Como es fácilmente entendible, el simple hecho de que tu hijo cumpla esa edad, significa que tu ya no eres un niño, primera circunstancia para estar contento ya que, desde mi perspectiva, no puedo dejar de alegrarme por permanecer en el mundo de los vivos rozando los ochenta. Si a ello añado que él responde a la idea de persona con prestigio profesional y social, con una familia sana y razonablemente  orgullosa de sus derechos y obligaciones para con y en la sociedad y, en fin, que el diálogo entre padres e hijos, entre abuelos y nietos es fluido y la palabra de todos es valorada y respetada, ya me dirán si no es para mostrar tu regocijo.

Siempre he sentido predilección por lo que canta el Salmo 127 al hablar del deleite del hogar: serás dichoso si comes del fruto de tu trabajo, tu mujer en el centro de la casa, tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa. Esta es la bendición del hombre: que vea a los hijos de tus hijos.

Al respecto, hace unos días –concretamente, en la Audiencia General del pasado día 13- el Papa Francisco, con esa palabra llana y cercana que le caracteriza, nos sorprendía (para mí, es un matiz que apenas había contemplado)  lanzándonos esta pregunta: “¿quién de ustedes se acuerda de la fecha de su bautismo? Levanten la mano, ¿eh? No se lo pediré a los obispos, para que no pasen vergüenza, ¿eh?¿Quién de ustedes lo recuerda, eh?” Sería curioso contestar a esta pregunta y ver el resultado, que me temo seria abrumadoramente negativo, pues somos pocos los que conocemos la fecha en que fuimos bautizados –los que lo fuimos-, cuando es lo cierto que debería ser un hito tanto o más importante que el del nacimiento a la vida física. El bautismo es, para los creyentes, la “puerta” de la fe, el documento de identidad  cristiana, el punto de partida de un sendero de esperanza. Realidad viva que da la fuerza y la luz necesaria por hacer el camino siendo testigo. Y ello refuerza mi optimismo.

Por lo demás, no soy un privilegiado, porque estas situaciones se pueden predicar de muchos de nosotros. Es como la vida misma: congojas y alegrías, sufrimientos y satisfacciones.  Estamos desterrados en este valle de lágrimas, en palabras de esa oración sencilla y mariana de la “Salve”.  Valle de lágrimas es tanto como vida con penalidades, adversidades, dolores. Pero, al mismo tiempo, si tomamos en serio el bautismo –para lo que es una oportunidad festejar la fecha de su celebración- he de estar gozoso  y mostrar mi contento. No puedo sino terminar transcribiendo las ultima palabras de la Audiencia General citada: “Vayamos adelante, alegres ¿eh? Porque la vida hay que vivirla con la alegría del Bautismo”

Como puede deducirse, tengo suficientes argumentos para sentirme contento y para considerar oportuno el deseo de compartir mi gozo con los amigos. Estoy convencido, además,  de que me perdonarán esta digresión personal.