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Tontos de capirote PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 16 de Diciembre de 2013 00:38

 

Yo, a veces, pienso que debo ser un lelo de tomo y lomo. Como si dijéramos –con la Real Academia y coloquialmente- un gilí, que, en el lenguaje caló de mi pueblo, es tanto como inocentón o cándido.  Vamos, por ser más expeditivo –en palabras del Sr. Montoro-  simplemente: un gilipollas. Sí, porque no pongo reparo alguno en creerme tantos y tantos parpuchos como oigo de labios tan autorizados como los de nuestros políticos.

Como ustedes comprenderán no soy nadie para poner en solfa las luminosas afirmaciones, nada menos que del  titular de la cartera de Educación  (Cultura y Deportes, en otros tiempos, y de Ciencia): "Nuestro objetivo es españolizar a los alumnos catalanes… Esto es la jungla y yo sin machete… Se mire como se mire, es una huelga política, y las huelgas políticas no están amparadas por la Constitución ni por la legalidad laboral…El nivel de discrepancia en España se puede considerar una fiesta de cumpleaños…Los universitarios que no lleguen al 6,5 de media quizá deberían estudiar otra cosa… La educación pública ha dejado de contribuir a la sociedad. Hay que centrarse en la calidad…La fuga de cerebros nunca puede considerarse un fenómeno negativo… La comunidad educativa no puede ser una comunidad democrática, porque el proceso educativo no es democrático". Estas y otras esplendorosas enseñanzas, no pueden más que producirnos el mismo asombro que al propio Wert: “A veces me sorprendo de las frases que he llegado a pronunciar".

 

Y ya me dirán si puede alguien poner reparos a las sesudas y piadosas -aparte de evangélicas- admoniciones del Sr. Ministro encargado de nuestra  seguridad y del tranquilo discurrir de nuestros hijos: “El aborto tiene poco que ver con ETA, ¿verdad? Bueno, tiene algo que ver, pero en fin, no demasiado… El matrimonio entre personas del mismo sexo no debe tener la misma protección por los poderes públicos que el matrimonio natural. La pervivencia de la especie, por ejemplo, no estaría garantizada…” Claro que lo suyo es la seguridad ciudadana (de lo que recientemente les he escrito, por lo que evito extenderme en las citas), recientemente expandida a los nuevos servidores -¿públicos-privados-mediopensionistas?- a través de una nueva Ley (¡un buen trabajo legislativo  a golpe de mayoría!) que regula el trabajo de vigilantes y detectives privados. Es evidente que el revivido Fernández se ha erigido en uno de los protagonistas de este tramo de curso político, sin que se nos ocurra pensar que estamos ante una nueva muestra de privatización encubierta, esta vez de la seguridad pública, con policías menos formados, eso sí, más baratos al erario público.  Les dejo con la última, por ahora, pirueta que ni él mismo se cree: “el Gobierno no ha negociado, ni negocia ni negociará con los terroristas (que ni se arrepienten ni piden perdón)… no les daremos ni las gracias por dejar las armas”. Después de aquello de “la calle es mía”, no es disparatado alardear de que también lo son las cárceles.

Como habrán podido comprender, tan sabias consideraciones no merecen recibir nuestro rechazo. A lo sumo, algún que otro perspicaz lector podría osar poner en entredicho algunos flecos de tan sesudas afirmaciones pues, con todos los respetos que nos han de merecer las medidas restrictivas, la verdad es que, de seguir tan excluyentes consideraciones, el interés público que debe ser nuestra protección queda a discreción de los que mandan. Pudiera pensarse -¿o ustedes no son de mi misma opinión?- que la cosa pública ya no nos pertenece, porque nos lo ha quitado casi todo a base de recortes (sanidad) o privatizaciones (educación  y seguridad). Y, si no tienen bastante, se quedan con lo público como con la TV, utilizándola como propia o cerrándola sin escrúpulos. Y lo execrable es que lo hacen con total desfachatez –con perdón por la utilización de esta forma coloquial de la desvergüenza-  como si el ejercicio del poder  que se les delegó lo ejercieran con patente de corso.

Tanto es así que me basta con recordarles las últimas andanzas de nuestro paisano, el Sr. Montoso, de cuyas reflexiones en voz alta siempre surgen  ampollas. Esta semana ha batido su propio record el señor Ministro por antonomasia, oráculo de Delfos de nuestro Parnaso político: después de estos “dos años, duros de cojones”, como ministro de España, “pedazo de país” según se lo han reconocido sus colegas internacionales, nos vaticina la arcadia feliz porque no hay alternativa, ya que “si vuelven los otros” perderemos todo lo ganado...  pero, no hay problema: “los mercados no son gilipollas”. Después de esto, qué podemos esperar, se preguntarán ustedes. Pues, "Después de mí, el diluvio”, que diría –con su personalidad ególatra y enferma de poder- el hijo de aquel otro Rey francés que nos espetó aquello de “El Estado soy yo”. ¡Bonito es D. Cristóbal!, que tiene en su cabeza, no sólo el diluvio, sino el Estado entero, que de casta le viene al galgo (Fraga) Al igual que Delfos, se siente “ombligo del mundo” y con su palabra, sólo comparable al mejor orador de la antigua Grecia, nuestro Demóstenes  se atreve a lanzar, desde la tribuna parlamentaria, su verbo amedrentador  y reincidente contra toda serie de colectivos (ahora le ha tocado a los periodistas), que viven en  peligro inminente al ver la espada sobre sus cabeza pendiente de un único pelo de crin de caballo, como temerosos Damocles de andar por casa.

Lo malo no es que estos hechiceros excelsos, sean maquinas de lanzar titulares disparatados. Es más perverso creerse poseedores de la verdad, cuando sabemos –o deberíamos saber- que lo público es o debe  ser de todos y no de unos pocos, asentados en su mayoría pestilentes de corrupción. Pero no quiero ofenderles diciéndoles que son tontos. Prefiero afirmar que los tontos somos nosotros. Tontos de capirote, como aquellos reos de la inquisición -objeto de burla y  escarnio público-  en justo castigo a nuestras perversidades. ¡Es nuestro sino!