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Azul PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 23 de Diciembre de 2013 01:15

 

Azul  es posible que sea el color de la alegría, esa que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana. Color básico en la paleta recia de la vida, presente en dos –agua y aire- de los cuatro elementos clásicos griegos. Esos de los que Calderón  de la Barca decía en bellos pareados: “En quien un mapa se dibuja atento, pues el cuerpo es la tierra, / el fuego, el alma que en el pecho encierra, /  la espuma el mar, y el aire es el suspiro, / en cuya confusión un caos admiro; / pues en el alma, espuma, cuerpo, aliento, / monstruo es de fuego, tierra, mar y viento”. Son los dos elementos que nos mantienen vivos y  tienen a la luz como premio al perdón y al olvido, esa luz que irradia alegría y sosiego. Y, en ellos, el azul siempre presente como canto saltarín del agua cristalina o como abrazo amoroso del aire que nos envuelve. Del azul se ha dicho que es trasunto de la contemplación, de la espiritualidad, de la sabiduría, sedante que induce a la quietud y, en su frialdad, nos ayuda a distanciarnos en el espacio

En definitiva, estos valores deberían ser los que pulsaran estos días de Navidad. De ser ello así, podríamos decir como el Papa Francisco, en el inicio de su primera exhortación a todos los fieles laicos (“Evangelii gaudium”): “con Jesucristo siempre nace y renace la alegría, toda vez que, quienes se dejan salvar por Él, son liberados de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento”.

La alegría de la Navidad, ha de oponerse a la tristeza de los dramas que nos corroen, por lo que es mi propósito dejar de hurgar en las miserias de todos los días. Pero hay ejemplos desgarradores a los que no puedes dar la espalda: son los que se viven en el seno de los países de la Unión Europea, centrados en sus crisis políticas y financieras, que dan la espalda al creciente flujo de refugiados que huye de la guerra en Siria, como recientemente ha denunciado Amnistía Internacional. La creciente xenofobia en países que se dicen avanzados de la  cristiandad (Italia, Francis, Reino Unido…) ante el tránsito, inevitable y desesperado, de emigrantes. La existencia de fronteras defendidas por cercas mortíferas. La penuria rampante, que ya ha dejado de ser aquello que llamábamos pobreza vergonzante y que se extiende a cerca de la mitad de nuestros hogares, sin que den abasto instituciones como Caritas o Cruz Roja. Toda suerte de desahuciados  y estafados que en estas fiestas se extenderá –y no, precisamente, por un acto nuestro de renuncia voluntaria- a la subida incontrolada e inexplicable de la energía eléctrica…

Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Navidad, que se convierte en feliz amistad, somos “rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad”. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando permitimos  que nos lleven más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Considerarnos a nosotros como centro de referencia, es la tristeza individualista que brota de un corazón cómodo  y avaro, lo que Francisco llama “conciencia aislada”. Este es el origen del mal que nos invade. Hemos de dejar de ensimismarnos, que es tanto como envanecernos de nuestro comportamiento, viendo en los demás algo que se tiene por enemigo. Este es, asimismo, el centro de nuestra tristeza, a la que hemos de desterrar con su antídoto natural: la alegría.

Lo peor de todo es nuestra pasividad ante esta dejadez. Pero, todavía, hay lugar para la rebeldía. El mundo de hoy, el que nos rodea,  nos llama inexcusablemente y debemos responder a la llamada apremiante con nuestro esfuerzo, sabiendo que, aunque las olas de la tormenta amenacen nuestra travesía, esta llegará a buen puerto. Estas fechas deberían ser anuncio de que algo amanece en nuestras conciencias, de algo que trasciende más allá de la simple sensiblería. Son los días en que la Palabra habita entre nosotros y, precisamente, ha dicho Francisco en entrevista a La Stampa que "la Navidad es el encuentro con Jesús. Dios siempre ha buscado a su pueblo, lo ha conducido, lo ha cuidado, ha prometido estarle siempre cerca". Profundizando sobre este tiempo litúrgico que estamos viviendo, Francisco insiste en que estas fechas nos dan tanta alegría porque "no nos sentimos más solos, Dios ha bajado para estar con nosotros. Jesús se ha hecho uno de nosotros y por nosotros ha sufrido sobre la Cruz el final más duro, el de un criminal". La Navidad, observa, "es alegría, alegría religiosa, alegría de Dios, interior, de luz, de paz". Y advierte que "cuando no se tiene la capacidad o se está en una situación humana que a uno no le permite comprender esta alegría, se vive la fiesta con alegría mundana".

De aquí la importancia de nuestra actitud en estas fecha, que ha de ser abierta al dialogo y a la comprensión, actitud de acogida y teniendo como referente al otro, sobre todo si es desvalido e indefenso. Es aprovechar el azul de la alegría y, si fuese necesario aplicar toda la gama de tonos con una variedad más intensa que los colores que poblaron la paleta del gran Gauguin. En el entretanto se vislumbra –como envuelto en la pátina dorada de un cuadro romántico o en la niebla gris de un greco tenebroso- el tiempo perdido en dimes y diretes, las fobias y filias aireadas desde las distintas perspectivas de siempre, sin que se alcance a comprender cómo es posible que todos -que decimos beber en los manantiales de la verdad y del amor- no seamos capaces de derribar tanto muro de incomprensión y odio, tanta muralla de soberbia y animosidad

En este templo de resentimiento y rencor, es preciso abrirnos al espíritu de la Navidad para concurrir, presurosos, a rasgar nuestro entendimiento y nuestra voluntad con la convivencia y la concordia. Permítanme decirlo en un intento poético: Amor  derramado y sin máscaras, /  alegría escondida en las lágrimas del mundo.