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Escrito por Salvador   
Lunes, 30 de Diciembre de 2013 00:16

VERDE

 

Cuando diciembre, cansado de fiestas a veces huecas y afectadas, se oculta bajo las ligeras  nieves del invierno recién estrenado, emerge -con el Nuevo Año- en todo su esplendor el verde piélago de nuestros olivos. Ese  verde, que inunda la naturaleza y conecta con ella, nos hace empatizar con los demás por ser el color que buscamos cuando estamos deprimidos o traumatizados. Se ha dicho que el verde  crea un sentimiento de comodidad y relajación, de calma y de paz, que nos hace sentirnos equilibrados interiormente.

Nada más apropiado para estos tiempos de fuertes emociones que exigen calma y sosiego para perseguir la armonía y la frescura, la estabilidad y la resistencia. Así se desprende de su origen latino: virĭdis: ‘vigoroso, vivo, joven’. El verde es un color primario, junto con el rojo y el azul y nos basta con mezclar esos tres colores en diferentes proporciones para obtener todos los demás. Color representativo del islam  -en el que se dice que «el agua, el verdor y una cara hermosa» son tres cosas infinitamente buenas- y fundamental en la bandera andaluza, me interesa hoy traerlo como título de este artículo, por estar asociado esencialmente a la esperanza, virtud que me parece básica para nuestra plenitud.

Cuando, a pesar de todo,  el desasosiego nos invade, cuando la polilla de la desesperanza parece apoderarse de nosotros y todas las razones se nos diluyen y las admoniciones nos suenan a hueco, no podemos decir nada mejor que la palabra,  aquello que se nos legó para siempre -la Palabra se hizo hombre

y habitó entre nosotros- para que broten luces y esperanzas. Ayer y hoy, nuestro entorno es un continuo vaivén de contradicciones e incertidumbres, pero hemos de negarnos a ser vencidos por el abatimiento y la desilusión. Anhelar algo distinto, la esencia misma de nuestras ambiciones, algo así como el silencio de un amanecer…Sería como sembrar en la arena de nuestro corazón unas migajas de alegría en la navidad permanente de lo por venir. Tal como un trazo de misericordia en los surcos de nuestra  diaria miseria. Igual que las notas de un piano acariciado por dúctiles manos.

Cuando todo parece que está dicho -como si de un horizonte de los nuestros se tratara- la alegría y la esperanza de la palabra que anida en nosotros, es lo que ha de buscarse, no la confrontación ni la palabrería. El inicio del Apocalipsis de  San Juan, como de si una obertura de ópera nos inundara, nos indica que Jesús de Nazaret es la Palabra –preexistente y que definitivamente entra realmente en la historia del mundo-, que es tanto como testimonio de luz, de luz verdadera. Por ello, he de proclamar que, ante esta realidad -aceptada como opción ante la vida- no caben zozobras, ni tan siquiera ansiedades o impaciencias. La Palabra se acerca al hombre y se encarna, como realidad cercana, con rostro humano y, generosa y asombrosamente, pone su tienda entre nosotros…Es la esperanza. En el Antiguo Testamento, Dios fue la Promesa; venido Cristo, la Promesa está cumplida: estamos salvados (en la esperanza fuimos salvados, nos dice Pablo en Rm 8,24), pero no del todo, ya que tenemos que ser testigos, salvadores. Para ello, se hizo la promesa del Espíritu, la Parusía, y por eso los discípulos suplicaban “¡Ven!”. Curiosamente la palabra con que termina el mismo Apocalipsis: “Señor Jesús, ven.” (Ap 22, 17.20).

Por ello, Francisco nos dice que Jesús ha prometido estar siempre cerca de su pueblo. Esto es lo que significa la Navidad. Y además es una consolación, un misterio de consolación. En la entrevista a La Stampa –a la que aludí la semana pasada- el papa indica que la Navidad "nos habla de ternura y de esperanza… cuando los cristianos se olvidan de la esperanza y de la ternura se convierten en una Iglesia fría". Al respecto matiza que él "tiene miedo cuando los cristianos pierden la esperanza y la capacidad de abrazar y acariciar". Y es por ello que siempre ha buscado "transmitir esta ternura, especialmente a los niños y los ancianos". Asimismo, explica que si se nos ofrece el don de la Navidad es porque "todos tenemos la capacidad de comprenderlo y recibirlo. Todos, del más santo al más pecador, del más limpio al más corrupto". Este mundo preocupado por las guerras, a Francisco le hace pensar en la paciencia de Dios: "la principal virtud explicitada en la Biblia es que Él es amor. Él nos espera, nunca se cansa de esperarnos".

Es, por ello, que debemos intentar aprender a habitar en esta tienda -precisamente en esta difícil tesitura nuestra- pretendiendo tener un talante de aceptación del otro, del que es distinto, como algo positivo en términos paulinos, más allá de la simple y negativa resignación o de la mera y visceral confrontación. Es evidente que, en nuestro tiempo, se alardea de locuciones extremas, que fomentan un clima de discordia. Parece que expresamente se buscan expresiones hirientes para provocar y la retahíla de palabras  sustituye a las palabras de concordia y, a veces, nos encontramos con la ausencia de palabras. No sé si ello se debe a las dificultades que atravesamos. De todas formas, la crisis por muy larga y honda que parezca siempre abrirá puertas a la esperanza, aportará nuevos horizontes, nuevas oportunidades… el futuro nunca esta escrito.

La verde esperanza se identifica con la  espera  ilusionada y activa. El hombre es un ser que espera y por ello, sueña, y se esfuerza, sin que nos parezca, como han dicho algunos, que es una pasión inútil. No me gustaría repetir frases como aquellas de que mientras hay vida hay esperanza o hay que esperar contra toda esperanza, aunque vengan como anillo al dedo. Pero, la verdad es que siempre quedará un soñador, siempre brotará una flor y podremos tender o asir una mano amiga…

En el verdor de nuestras olivas, recibamos al año que se inicia con alegría e ilusión, para hacer honor al consejo de Pablo de Tarso: “No os aflijáis como los hombres sin esperanza” (1Ts 4,13).