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Rojo PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 06 de Enero de 2014 00:29

 

Yo tenía planeado, para estos tres lunes de la Navidad cristiana, desconectar del mundanal ruido para  hacer pequeñas incursiones con disquisiciones relacionadas con las festividades que se avecinaban. Las inicié con el Azul que irradia alegría en la Nochebuena, la continué con el Verde de la esperanza que se abre cada Año Nuevo y pensaba que el Rojo, con que se revisten las aparatosas capas de los Reyes Megos, me serviría para hilvanar algunas consideraciones sobre los impulsos que configuran el espacio de nuestros siderales encuentros. Me valdrían de terapia ante el morboso ambiente que nos envuelve.

Pero, amigos, las circunstancias hacen que el rojo, brillante y propicio a la entrega, se apacigüe  hasta parecerse al ocre amarillento que se nos presenta  desde el  desierto. La casualidad –por decir algo- ha querido que venga a dar con mis huesos –valdría mejor decir de mis carnes- en la Clínica amiga, donde no había recalado en los dos últimos años.  Me figuro que, en unos días y gracias a los medicamentos adecuados y a las indicaciones de las doctoras que me asisten, estaré de nuevo en casa, después de asimilar el “aire acondicionado” que renuevan mis fatigados pulmones. Nada, por supuesto, del otro mundo (nunca mejor usada la expresión). De todas formas, aún me sirve la alegoría del rojo, color que nos habla de la vida, la regeneración y la energía y, al mismo tiempo, del dolor, la violencia y la muerte.

Bien es cierto que estamos ante una situación de apatía imperante, con unos partidos políticos desprestigiados, la base económica y social (empresarios y sindicatos) en horas bajas; los componentes del parlamento adormecidos en su mayoría absoluta, el ejecutivo en huída permanente y  un tercer poder  que deja mucho que desear por su lentitud y corporativismo. Todo ello hace poco reconocible el Estado social  y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, como proclama el frontispicio de nuestra Constitución. Es cierto que en nuestra realidad hay muchas sombras de fanatismos, insolidaridad y corrupción, se resquebrajan los lazos de amistad y se prostituyen las ideologías. Todo está sujeto a precio, incluso la verdad. Pero también hay luces que desprenden los jóvenes ilusionados en mantener valores e ideales, ancianos que ahora resultan salvadores para la descendencia, familias unidas y abiertas a los demás, una red social de extraordinaria eficacia… toda una llamada al optimismo.

Es por ello que, en mi fuero interno, he decido salir de esta indolencia y asirme al rojo, que es sinónimo de ardor  para la entrega. Esa que ha de predicarse también de los corintios de nuestros días. Es el momento de compartir porque cinco panes bastan y dos peces sobran para compensar las hambres.  Es hora de darse, aunque sea al caer la tarde.  Nada me sobra, nada en falta echo, si libre me tengo. Ni una afirmación tajante, siempre una duda en suspenso: en la imaginación me baño, en la aceptación me siento. Beber el cáliz de la entrega  hasta la aniquilación; perdonar sin esperar perdón, pronto a la comprensión. Disimular los cien defectos de tu interlocutor. Rasgar el tronco envejecido para que circule la savia hacía las hojas y al corazón reverdecido. Añadiría algo que Pablo de Tarso no pudo decir cuando enseñaba el sentido verdadero del Amor: Poner un meil que penetre los aires del ayer, eso quiero de nuevo hacer.

 

Supongo, en todo caso, que el dolor  de cada día, en esta existencia nuestra que ni tan siquiera es imposible y en donde no se permite ni tan solo esperar, renueva de rojo el corazón.  Aguijón para la alegría, vehículo de la mañana, impulso de otras cadencias, albores de otras retinas. El dolor, como aliento para la esperanza.

 

Confío en que sepan disculpar la menor extensión de este artículo. Y sé de ciencia cierta que la agradecerán.