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De nuevo, todo casi igual PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 10 de Febrero de 2014 13:31

 

La verdad es que un mes y un largo chorreón, unido a una aséptica cama,  sin más asidero que un montón de cables, no es bocado apetitoso. Más de las deseadas analíticas, vías de sangre y otras zarandajas, todo adobado entre silencios y esperas, te dejan –menos mal- en brazos del competente personal sanitario. En el silente espacio que rodea la soledad, quebrado apenas  por el chirrido de una cama que se desliza de habitación en habitación por los interminables pasillos, posiblemente porque ya  todo se ha consumado. A hora y a deshora, he  vivido como en la ciénaga de un tsunami. Pero todo se da por bueno: me han anunciado el alta.

A mi pesar, tantos mutismos y esperas me ofrecían en la viscosidad de la duermevela pequeñas turbulencias de andar por casa, verdaderos órdagos a los desprotegidos en este mus dramático que se está jugando. Y, así, aparecían, enturbiando el final del horizonte, acontecimientos que ya creía superados y de los que pretendía deslindarme con vehemencia. Apenas lo consigo y los verdes duendecillos ministeriales recrean los destrozos causado por la herencia  recibida. Unos tras otros aparecen y desparecen con sus pírricas victorias, y se diluyen en su mediocridad. No se trata de aversión personal, pues cada uno tiene colgada  su ridícula puntuación de gobernante. Con sus valoraciones se lo coman. A mi, me interesa la luz del nuevo día.

 

La noche sigue  retrasando su ida de forma  indolente… hasta que otro oleaje de perturbación se avecina Lo que parecía ser un camino de vinos y rosas, se arremolina inexplicablemente y, así, me di de  bruces con bildus, parots, strassburgos, jueces superdiligentes, gobernantes indecisos y amedrentados que, de pronto, se dan cuenta de que no han actuado activamente y vuelven las quejas interminables, las soflamas, el resentimiento, el rencor, el tailón… ¿hasta cuando?

 

Me apenaba, pero yo seguía esperando. Todo parecía llegar a si fin. Era como estar a la orilla de un mar lejano y cada vez mas porfundo y áspero. Salir en busca de la caricia de una ola suave y envolvente. Pero, inmisericorde, todo se traducía en negrura. Y, a los lejos –y en lo más cercano de nuestro ser- aparecían siete… once...  dieciocho ¡que mas da!  emigrantes tratando de huir por la playa de Tarajal acompañados de suaves balas disuasorias, hasta morir en las aguas frías de su intento. Pero, no pasa nada, ya se han dado sabias explicaciones y nuestras cristianas –y repelentes-  conciencias se auto sobornan de seguridad y normas incumplidas. ¡Dios mío, esto se parece demasiado a lo de antes!

 

No hay que desistir y me dispongo  a terminar mi travesía. ¡Horror! Surge la figura central del aquelarre. El monstruoso personaje iba apareciendo entre las nieblas: poderoso, vocinglero, autoritario… Pese a su origen nebuloso, Eolo, hijo de tres dioses  (Helen, Poseidon y Hípotes) hacia patente su personalidad única y absorbente. Había sido piadoso, justo y amable con los extranjeros, enseñó a los navegantes el manejo de las velas y se decía que era capaz de predecir los vientos. Este Eolo, Señor de los Vientos, vivía en la isla flotante, con sus seis hijos y sus seis hijas, que se habían casado entre sí. Zeus le había dado el poder de controlar los vientos; Eolo los tenía encerrados y los gobernaba con un dominio absoluto, apresándolos o liberándolos a su antojo. Aparece y desaparece a su arbitrio y todos le rinden pleitesía bobalicona. Aupó y ayudó a Odiseo y le dio un viento favorable, además de un odre que contenía todos los vientos. Empuñaba un cetro –y tirantes llamativos- como símbolo de su autoridad. Rodeado de turbulentos remolinos, los Vientos, cada uno de los cuales era un dios. Su enojo –que no era nuevo- surge a borbotones y parece como si se arrepintiera de su descendencia. Se desmelena y va soltando amarras a bocanada limpia. Todos en plena esfervescencia: el secuestrado por antonomasia, el irreducible, el eurodiputado que va como verso suelto, la bella disidente  de donosti: todos parecen arrojar su parcela de poder eólico. Se  unen los pesos pesados: aquél que dice que no va y la que dijo irse y nunca se ha ido, mientras Eolo -entre rayos y escapadas vergonzantes- da sus nuevas directrices y, juntos, van inmisericordes a por el galaico, hijo primigenio y viento indeciso. No pasa nada: todo es como siempre: monótono y consentido por todos

 

La avalancha ha sido tan  fuerte que me despierto entre sudores. Pero, logro desasirme de tan espesa lava y respiro. Todos los días hay un trozo de horizonte que vislumbrar: reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente querido, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría comience a despertarse. Bueno es esperar en silencio la salvación que viene de la esperanza.

Entonces, pese a las contrariedades de la vida cotidiana, puedes descansar en el asiento de tus esperanzas. Es  el momento de intentar buscar de nuevo la verdad de las cosas para encontrar algo positivo a lo que merezca decir “sí”, sin miedos al “no” y a la inhibición o a la molicie. Sería el momento de caminar hasta que brille la paz, como un telón que, al bajar, borre del escenario todo atisbo de guerra y dolor, discusión y enfrentamiento, a la par que suene una leve melodía de tranquilidad y sosiego.

Es el momento de rechazar el acomodo, la dulce duermevela de nuestra satisfacción, para levantarnos en búsqueda de nuevas actitudes, nuevas inquietudes. Retomo el leve hilo de Ariadna  y lo acojo ilusionado. Aunque, de nuevo, todo siga casi igual.