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Escrito por Salvador   
Lunes, 24 de Marzo de 2014 00:11

 

 

Hay  días que, según el dicho popular, te levantas por los pies de la cama o con el pie izquierdo; vamos, con mal pie. Maléfico augurio o simple superstición, lo cierto es que levantarse de la cama es algo que realizamos todos los días de manera automática y a lo que en muy pocas ocasiones prestamos atención, pero que para  algunos es el momento ideal para tomar conciencia de que hay que evitar la mala suerte. Yo diría que hay hasta semanas enteras que te levantas entortado y continuas los siete días sin horizonte alguno. Más, si cabe: estás para el arrastre -imagen que evoca al toro muerto en el ruedo y a la espera de ser remolcado al desolladero por las mulillas-, con lo que pretendemos indicar que nos hallamos en una situación de extremo decaimiento físico o moral, por utilizar los términos de la definición que nos ofrece el Diccionario de la Real Academia Española.  El Diccionario de Uso del Español de María Moliner, por su parte, define "estar para el arrastre" como "estar inútil o incapaz de trabajar o de moverse, por cansancio, vejez, etc.".

No sé a que motivación responde mi actitud de discapacidad, ignoro si la cosa viene de lejos o es, simplemente, producto de la edad, que no perdona. Antes –no muy antes: más bien, ayer mismo- veías venir los acontecimientos con cierta perspectiva… ahora, los acontecimientos te devoran sin pensárselo dos veces y –lo que es peor- sin que a ti te dé tiempo a evitarlos. Vienen en aluvión –sin tener la decencia de disculparse lo más mínimo-; te atormentan, a veces amorosamente, o, con mayor frecuencia, te engullen sin  reparo alguno. En todo caso, lo que interesa es saber salir airoso de estos trances, no sin antes agradecer que tales eventos hayan tenido la delicadeza de presentarse para incitar nuestra rebeldía.

 

Por lo menos, tienen la virtud de enfrascarte en otras cuitas, distintas del aburrido discurrir diario que, por ejemplo,  nos alerta sobre los experimentos del Secretario de Estado de Interior intentando explicar por enésima y contradictoria vez la masacre del Tarajal; también nos darían alguna explicación del porqué se abre cada vez más la brecha de la desigualdad entre ricos y pobres, índice de desigualdad en donde nos encontramos a la cabeza del ranking europeo; incluso, nos ayudarían a comprender el embrollado mundo judicial donde navegan a la deriva los sumarios de los gürtell, los eres y tantos otros abismos de la corrupción política, con el fondo de las descalificaciones a jueces tachados de afines, con “sesgos” de vaivenes; o –por no seguir desgranando otros shocks de conciencia-  el jaleo verbenero que se tiene montado el Sr. Lagares y su grupo de expertos, al dictado del Gobierno, que aconsejan la reclasificación y  subida del IVA, la bajada selectiva y asimétrica del IRPF y otros engendros, olvidando que el primer elemento para una reforma seria sería atacar el mal del fraude fiscal.

 

Por ello –ya a mi pesar- me siento esta semana, como ya he insinuado, aburrido y con sensación de que nada de lo anterior me interesa y de que no levantaré cabeza en toda la semana, como si estuviera manejando constantemente el wasap. Pero es necesario tomar conciencia de que hay que hacer abstracción de las distracciones externas y buscar la origen de la verdadera felicidad en nuestro interior; esto es, tener mucha capacidad de interiorización personal, de crecimiento en profundidad, porque ahí es donde realmente se es feliz, siendo ocioso buscar en el exterior si no tienes armonía interior y, consecuentemente, capacidad para soñar, imaginar y reflexionar. Por supuesto, sin ser deudores de la falacia superficial que nos envuelve.

 

En definitiva, creo que merecería la pena aprovechar estos “baches” e intentar ser fuente de creatividad, incluso afluente de la utopía.

 

 

Sin perjuicio de que, en próximos artículos semanales, vuelva a preocuparme de las raíces de los males del mundo –que no es otra cosa que bucear en los males de la política-, lo que entiendo fructífero porque, en palabras de Francisco, “La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de caridad, porque busca el bien común”, esta semana me conformo con las anteriores reflexiones. En todo caso, me gustaría ser capaz de sentarme en el banco de un parque, con la cabeza apoyada en el respaldo, mientras el cielo se trasluce entre las titilantes hojas, doradas en su altura por el sol, mientras, a ras de suelo, mis pequeños y oscuros pensamientos se llenan de espera…