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Tiempos de emociones PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 23 de Junio de 2014 15:35

 

Son tiempos de cambios, pero también de emociones. El país cambia de Rey, la España futbolera cambia de chips y hasta yo cambio de forma vacacional con la venida oficial del verano. Incluso, en esta ocasión, voy a cambiar mi costumbre de empezar estas pequeñas crónicas, a propósito de la actualidad, con un preámbulo –lo he de reconocer, la mayoría de las veces, insulso y malsonante-, suprimiéndolo de un plumazo, mejor dicho de un teclazo, para entrar de lleno en materia, que es viva y palpitante.

Como no gana uno para sustos, los voceros del día a día –léase: los tertulianos, editorialistas, opinantes y otros agoreros mediáticos-  nos aguaron el inicio de la semana con rocambolescas meditaciones y aventuradas profecías sobre el dilema Monarquía-República, sobre cómo iba a ser la coronación o proclamación de Don Felipe, cual debería ser el contenido de su inicial discurso…  Palabras y más palabras, porque, la verdad es que, con más frecuencia de la deseada y paradójicamente, no encontramos palabras para referirnos a acaecimientos que, por sorpresa, se nos vienen encima. Y con la particularidad de que en la mayoría de las ocasiones lo que oímos son simples chorradas, cuando no mentiras podridas. Con el agravante de la desfachatez con la que se cuentan.

 

Pero vayamos, más que a los hechos, a los sentimientos. Esa pequeña quemazón que todos –salvo los tontos, muy tontos, que los hay- sentimos en lo más íntimo y que afloraron el jueves con ocasión de la proclamación de Felipe VI. A los españoles, más que el contenido del discurso del nuevo Monarca, lo que nos priva es el sentimiento ante los acontecimientos. Es verdad que lo que dijo, aunque monótona y, a veces, nerviosamente, estuvo dentro de un orden y acertó al apelar  a una Monarquía renovada para un tiempo nuevo, que adjetivó como de austeridad. Atinó al poner de relieve “la unidad y no la uniformidad de España”, ya que “caben distintas formas de sentirse español" y, sobre todo –porque iba dirigido a lo más profundo de nuestras preocupaciones- me interesó aquello de que "la Corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función institucional y a su responsabilidad social.". Como acertadamente ha dicho mi vecino de página, A. Papel, más que un programa, nos ofreció su libro de estilo.

 

Pero lo que empezó a conmovernos fue la tierna caricia de Leticia en la mejilla de Felipe cuando se montaron en el vehiculo que les conduciría a las Cortes,  las miradas de complicidad y las muestras de mutuo cariño, la elegancia de la propia Reina y la atención y disciplina de la Princesa de Asturias y la Infanta Sofía –sobre todo, el encanto de las niñas- y, con posterioridad,  el besamanos, más plebeyo que en otras ocasiones. Las patillas del torero, la camisa desabrochada del cantante y las corbatas de los sindicales; la altura del deportista y las genuflexiones de las advenedizas; los breves apartes con el catalán más allá o más acá de sus aplausos  y con la andaluza de rojo satén; la escueta representación eclesial –me gustaría saber si asistió algún rabí o el imán principal- y la abundancia de uniformes militares… Todo ha sido objetivo de los medios de comunicación y tema de interés para un pueblo que se fija más en estos detalles sentimentales que en vanas disquisiciones político-demagógicas sobre la forma de Estado o los sistemas de gobernación. Fue constable que todos aplaudimos las formas y los gestos –quizá, en ocasiones, como si de una claque teatral se tratara- menos los que gritaban, legítimamente, a favor de una República, entre los que –mire usted por donde- se encontraba participando en la marcha de la coordinadora 25-S el chaquetero  Verstrynge –ex Secretario General de AP, aspirante fracasado a ser admitido en el PSOE, filocomunista más tarde y actualmente colaborador de Pablo Iglesias en Podemos - enarbolando su bandera tricolor y que, al intentar saltar el fuerte cordón policial que rodeaba a los concentrados motivó que la Policía lo detuviese junto a otras cuatro personas.

 

Así nos lo pasamos. ¡Ah! Y, para nuestra desgracia, viendo como todas las ilusiones de la denominada “la Roja” se han desmoronado a las primeras de cambio. Lo gracioso de ello es que, ahora, todos sabíamos que iba a suceder así. Y el bueno de Del Bosque aparece como el causante de todo el estropicio. Bueno, alguna culpa tienen los jugadores, con su desidia inexplicable, muy lejana a aquella “furia” de antaño y al “tiki-taka” de ayer mismo. No digo que haya sido un acierto alinear ante Holanda a siete del Barsa –que no ha hecho una temporada modelo, que digamos-, ni que haya insistido en casi todos los errores frente a Chile, pero algún respeto se merece D. Vicente que, si bien recibió el equipo y el estilo de Luís Aragonés, lo conservó y renovó hasta conseguir el campeonato del mundo y otra eurocopa. Me causa desazón pensar que Casillas, Xabi H., Alonso y otros ilustres se van a ir repudiados como demonios futbolísticos. Nos pasa como siempre: somos un país que se parece, más que a la balanza de la justicia, al péndulo de doble oscilación con máxima elongación, dicho de forma afectada.

 

Menos mal que estas alegrías y contratiempos me cogen en plenas mini vacaciones. Por atención del Colegio Médico de Jaén –sin que, de seguro, se deba a mis múltiples padecimientos- llevo unos días deliciosos en San Juan de Alicante con viejos amigos de la clase médica y durante los que he conocido a entrañables y nuevos doctores –que ya no me parecen tan fieros como hasta ahora- con los que comparto, entre otras delicias, la melodía alegre y laberíntica que desgrana todas las noches la voz acariciante de una cantante desconocida que me recuerda mi lado melancólico y sereno, sosegado y, a veces, retraído frente al bullicio envolvente. Aparte de ello, en estos días veraniegos me ha sido posible escapar de tanta insulsez que nos acosa a diario y, envuelto por el paisaje y el ambiente amigable, me ha permitido abrazarme al embrujo del azul intenso del cielo y del mar profundo y contemplar el vuelo silencioso y pastoso de las gaviotas. Y, en la noche sosegada, la luz  de la luna ha resaltado la belleza negra de las montañas, mientras deja su estela luminosa en los espejos de la mar serena.

 

Acabamos de entrar en un nuevo verano, tiempo propicio para olvidar cuestiones que sólo preocupan a seres extraños, empecinados en hacernos la vida insoportable. El día más largo del año y el de la máxima luz solar, el del solsticio de junio,  apenas acaba de pasar y hemos de pensar que la vida no puede ser más bella que en el verano. Son estos, tiempos de emociones. Para vivirlos plácidamente.