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El Cristo de la Asomá PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Domingo, 20 de Julio de 2014 23:46

 

 

Así oigo pronunciar a los amigos del Puentesierra referirse al titular de la Cofradía del Santísimo Cristo del Perdón de la Asomada. Todos los años acude puntual a la cita y éste no podía ser menos. Y, hoy, quisiera enmarcar algo de su historia –o de su tradición que es la verdad más profunda-, describir con las pinceladas que se merece todo el entorno encantador en que se enmarca y  reflejar la belleza y el esplendor de esta costumbre tan atrayente.

Me basta con recordar la celada que sufrieron los Caballeros de Ávila, al mando del Obispo giennense Don Pedro Pascual, mientras atravesaban la Vega del Guadalbullón, bordeando el  Puerto Alto y por el vado de Lerín, hasta llegar al Puente de la Sierra. En su recuerdo se levantó en el sendero un humilladero y en él, la Cruz de la Asomada como se le conocía antiguamente.

 

Estas tierras son como el hombre de Jaén, que es duro y bravo. Sencillo y prudente como el olivo. Y que se ha desparramado por sus alrededores, labrando y cuidando las tierras de Valparaíso, el jardín del Obispo,  las peñas de la Celada y la de Castro, las suaves pendientes de El Llano, los pagos de Pedro Codes, los Zumeles, Puerto Alto y Otiñar, sus molinos y batanes o sus inestimables huertas… Todos los alrededores,  con su excepcional belleza paisajística, nos invitan a imaginar la zona como espacio de frontera entre el reino cristiano de Jaén y el nazarí, con sus características de permeabilidad, encuentros y desencuentros, pactos y alianzas…  tierras en las que se asentaron las casas de los huertanos, centradas en la lonja, cubierta de una parra, con sus poyos de obra donde descansar y los arriates sembrados de flores… ¿qué más se puede pedir para compartir la vida?

 

Posiblemente, es preciso también un fragmento de fervor religioso, en el que se entremezclan las demostraciones más antiguas  o de raíces populares con otras costumbres de  no menor emoción y colorido. Asomada, Camino y Agua: esencias para llegar al misterio  del Cristo del Perdón.

 

Esta evocadora palabra, Asomada, semejante a tantas otras que se desparraman por nuestra Andalucía –desde Andujar al Rocío- con el mismo encaje, el esperado “encuentro”, nos congrega como en una profunda, extensa y anual terapia de grupo. Pero, todo no queda en la fe del arriero: estos ejemplos de nuestra religiosidad, son algo más que una muestra de simple folclore andaluz. Quiero recordar la palabra siempre certera del Papa Francisco que, en mayo de 2013, dijo que las Cofradías son «una ráfaga de aire fresco… una manera legítima de vivir la fe y un modo de sentirse parte de la Iglesia misma”.

 

También es preciso que hagamos un descanso en el Camino, junto a la ermita y contemplemos nuestra disponibilidad para, de inmediato, reiniciar nuestra andadura. Rodeados de los cuatro elementos que conforman nuestra existencia: tierra, aire, agua y fuego. Los marrones que nos ofrece el terruño pobre de nuestros montes; los grises, que se pierden en los fondos de nuestros paisajes y son símbolo de vida, de una vida que renace de continuo a los pies de nuestra ermita; el azul evocador de la espiritualidad, de la sabiduría y del canto saltarín del agua cristalina que baja del Quiebrajano. O, en fin, el inolvidable naranja, de raíces árabes como las nuestras, que trasluce la calidez mediterránea de nuestras vidas. Es el marco adecuado para rememorar al Cristo del Perdón de la Asomada.

 

Y, sobre todo y por siempre, el Agua que nos vivifica con su canción eterna que penetra en los campos y  canta rozando las choperas junto al río, en el que beben los  pajarillos y a cuya orilla se pasea la bella lagarta jaenera, verde como el musgo. Los espíritus con alas sienten que algo se estremece al paso de las aguas. Es como si encontrara sentido al manantial de las verdades y fuese capaz de entender el misterio de sus rumores. Es preciso que en estas riberas, al margen de sus caminos, comprendamos el sentido que sus aguas tienen para nosotros.

 

Sería el momento de caminar hasta que brille la paz, como un telón que, al bajar, borre del escenario todo atisbo de beligerancia y dolor, discusión y enfrentamiento, a la par que suene una leve melodía de tranquilidad y sosiego. Es el momento de levantarnos en búsqueda de nuevas actitudes, nuevas inquietudes. La vida es como estar en medio del campo, entre sus soledades, donde apenas tienes tiempo para regar lo que te rodea con el llanto. La vida son las palabras que se quiebran en la garganta seca, que se consumen. Los sentimientos más profundos, tiernos y verdaderos de un pueblo que se embelesa con sus creencias, porque, en definitiva, ésta es la historia, la historia real y verdadera, de nuestro pueblo, de nosotros mismos, en torno a la esencia que siempre nos ha reunido, nos reúne y nos reunirá en el futuro.

 

Es como un preludio para órgano o la obertura de una ópera que, es cierto, deberá interpretarse adecuadamente, porque no todo está hecho, ni tan siquiera comenzado. La realidad nos mantendrá alerta en este sueño de esperanza. En todo caso, hay que poner mano a la obra.