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Un mundo no tan feliz PDF Imprimir E-mail
Escrito por Salvador   
Lunes, 28 de Julio de 2014 18:55

 

A todos nos conviene un mínimo de felicidad en nuestro derredor. Esto es hacedero para los que ya, por nuestra larga andadura, queremos cruzar cada verano haciendo el mínimo ruido posible y no nos resulta difícil sentir un estado emocional que nos asemeja a una persona feliz, en cuanto que nos complacemos con lo que tenemos. Pero, hay momento que el oasis veraniego se convierte en puro espejismo y, entonces, este bienestar no es capaz de soportar tantos fraudes como nos atenazan.

Alguna vez, todo se parece pavorosamente al mundo que Orwell nos hizo ver en “1984”, con su vigilante y represivo Gran Hermano, omnipresente y totalitario, al frente de una sociedad integrada, por un lado, por la burocracia del Pensamiento con sus dirigentes y, por el otro, por la masa de gente –los proles- a la que no se le deja pensar críticamente. Además, es preciso demostrar la suficiente fidelidad y adhesión a la causa nacional, a la par que es necesario vociferar contra los supuestos traidores, única manera de escapar a la omnipresente vigilancia de la policía del pensamiento único.

 

El Gran Hermano es el guardián de la sociedad, el dios pagano y el juez supremo. El resto, está mantenido en la miseria más abyecta, aunque se le entretiene de diversas formas, hasta el extremo de que es incapaz de rebelarse: «a los proles se les permite la libertad intelectual porque no tienen intelecto alguno». Uno de los protagonistas de la obra nos dice que sabía que desaparecería, de la noche a la mañana, sin dejar ni una huella ni alguna evidencia de haber existido. Era de lo único que tuvo certeza en toda su historia.

 

Esta sociedad, tan parecida a la nuestra, también la describen Ray Bradbury en “Fahrenheit 451” y Aldous Huxley en “Un mundo feliz”. En éste  se detalla lo que seria una dictadura perfecta con apariencia de democracia, una cárcel sin muros en donde los prisioneros no soñarían en evadirse. Un sistema de esclavitud donde, gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos "tendrían el amor de su servitud"... en el fondo, es la lucha entre la verdad y la ficción en la que cada uno puede vivir -vivimos la mayoría de nosotros-, en un claro paralelismo con el mito de la caverna de Platón, en la que la gente es feliz, aunque es esclava, sin libertad en la prisión de su propia mente.

 

Parece muy triste, pero ustedes me dirán si este nuestro mundo no es sino un cúmulo de vigilancia y represión. ¿Qué Gran Hermano dio la orden para derribar el avión que sobrevolaba Ucrania, quién maneja los hilos de los crímenes de guerra que asolan a Gaza? Me gustaría saber por qué los dirigentes de estas supuestas democracias que nos rigen, han perdido el asombro ante los ajustes que preconizan para el pueblo llano, a la vez que practican el “peligroso y dañino acostumbramiento”  -en palabras de Francisco- a la injusticia de la pobreza mundial, especialmente la que atenaza de hambre a millones de niños. Quizá a alguien le pueda parecer demagógico señalar que nos han tenido entretenidos con el gran espectáculo del mundial de fútbol, del que ha resultado, por ejemplo, que el fichaje de James por el Real Madrid sea cuestión de estado en Colombia.

 

 

De los protagonistas de la obra de Huxley, uno de los dos imbricados en el nuevo mundo es incapaz de ejercer su libertad de pensamiento y el otro es un inadaptado social. Y el que queda en la reserva, John el Salvaje -hijo de dos ciudadanos del mundo civilizado, resultado de un error accidental en el método anticonceptivo- es el que considera que la felicidad de los ciudadanos es artificial y «sin alma», amoldada por la propaganda del gobierno centralizado y controlador. Esto me suena algo: las propagandas de los brotes verdes y los túneles que finalizan, los eslóganes repetidos hasta la saciedad, la regeneración prometida, la felicidad que nos vendrá el año que viene, las medias verdades, las mentiras a medias y las falsedades obscenas, el comecocos, el ronroneo que no cesa, la farsa sin fin, el lavado de cerebros, la clonación del pensamiento… lo que ustedes quieran. Mientras, nos entretienen con “pan –poco- y toros” y, sobre todo, fútbol.

 

Con la pequeña particularidad de que nadie –que se precie: la gente decente-  hace la menor crítica. Nadie está disconforme más allá de la descalificación personal. Y, lo que es peor, nadie sueña con evadirse de esta cárcel sin muros, de esta caverna en la que nuestra mente es feliz, porque es esclava de pasividad  y culpable de complicidad ante las injusticias intolerables. ¿Qué huella imborrable dejarán los hombres felices, más allá de su cómoda indiferencia?

 

Shakespeare, en “La tempestad”, ya nos decía: “¡Oh qué maravilla! / ¡Cuántas criaturas bellas hay aquí! / ¡Cuán bella es la humanidad! / Oh mundo feliz, / en el que vive gente así.”

 

Por favor: intentemos una pequeña huída de este  magma. Mantengamos  la esperanza frente a los que siembran los jardines y las playas de hierros y fronteras. Incluso, es preciso reírse de todo a carcajadas. Y asomarse a la ventana de la mañana ya que parece que algo nuevo está saliendo en la enigmática lejanía. ¡Y alegrémonos!